EL DEPORTE DE ESCRIBIR

 

  Artículo de Iñaki Ezkerra  en “La Razón” del 03.07.2003

 

El médico me ha preguntado mirándome por encima de las gafas si soy muy deportista y le he dicho que sí, que hago deporte todos los días. Hace años que no corro ni para coger un metro pero considero que escribir es un deporte como otro cualquiera. No he mentido. Los que mienten son todos esos que pesan ciento veinte kilos y te dicen que son «muy atléticos» porque son hinchas del Athletic de Bilbao o del Atlético de Madrid. Esos sí que no practican ningún deporte. Ni juegan al fútbol ¬aunque bien que les gritan a otros con desfachatez para que corran¬ ni hacen ciclismo ni escriben ni nada.
   Recuerdo un concienzudo informe médico que hace años la Federación Internacional le entregó a Samaranch en el cual se solicitaba que el ajedrez fuera reconocido como deporte por el Comité Olímpico. No sé si llegó a prosperar. Ignoro si ya hay Olimpíadas de ajedrecistas. Lo que recuerdo es la polémica y aquel dossier médico que demostraba que andar moviendo alfiles, peones y caballos provoca cambios en el estado físico como la natación o el lanzamiento de martillo, y que, tras un match, los participantes sufren agotamientos musculares, alteraciones nerviosas y comprobables variaciones de peso.
   Pues bien, siguiendo esos sensatos y pertinentes criterios, también debería reconocerse como deporte el oficio de hacer libros y columnas en los diarios. También escribir produce alteraciones físicas, variaciones de peso aunque tendentes más al aumento que al descenso, curiosa y misteriosamente, afecciones musculares y nerviosas, dolores de cabeza y de columna vertebral, miopía, acentuaciones de chepa, etcétera. Cela, que tanto se metía con los beneficiarios del Inserso a los que veía corretear en chándal por nuestros litorales patrios, insistía mucho en que para el oficio de escribir había que tener una gran complexión física. O sea, que el chándal es para lucirlo dentro de casa, en el trecho que va del escritorio al retrete, y cuando se deja el folio para echar una meadilla.
   En efecto, en el estático atletismo de la escritura no es raro tirarse doce horas seguidas de entrenamiento, trasnochar, madrugar, sudar, resfriarse, abusar del café, fumar como un cosaco, jugarse el tipo sobre la silla y necesitar complejos vitamínicos. No es raro que quien termina de escribir un libro pase semanas como convaleciente de una enfermedad. Como la Selección Nacional de Fútbol, la Generación del 27 debería salir en las fotos mano en pecho y escuchando, firme, el himno nacional. Lo malo es que Baudelaire y De Quincey, Dylan Thomas, Poe, Trakl, Burroughs y tantos otros habrían sido ya sancionados por el Comité Olímpico por participar dopados.