ORIENTE Y OCCIDENTE
Artículo de LLUÍS FOIX en "La Vanguardia" del 23-11-02
No sé si estamos ante un choque de civilizaciones como señaló
Huntington a finales del pasado siglo. Su afirmación fue rotundamente rechazada
por muchas mentes pensantes de Europa y por buena parte del
"establishment" académico de Estados Unidos. Pero allí donde las
culturas de Occidente y Oriente llegan a rozarse se produce una tensión que
genera un debate acalorado o una violencia social, racial o étnica.
Miles de estudiantes se han manifestado en Teherán para indultar a un profesor
condenado a la horca por haber rebatido las leyes coránicas. En Nigeria el
debate se ha saldado con más de cien muertos a partir de un artículo de
periódico que pedía a los musulmanes que aceptaran el concurso de Miss Mundo
previsto para el día 30 y aplazado hasta el día seis de diciembre. En
Afganistán, medio año después de haber derrocado al régimen talibán, no hay
indicios de occidentalización y secularización de la sociedad. Violencias de
origen religioso se producen a diario en sociedades de mayoría musulmana y
minoría cristiana, especialmente en Indonesia, Malasia, Iraq y otros países de
Oriente.
El debate político sobre si Turquía puede o no puede formar parte de la Unión
Europea ha acaparado la atención de la opinión pública occidental y turca.
Por muchas vueltas que se dé al conflicto siempre se tropieza con la cuestión
cultural con la religión como cuestión de fondo. La misma Convención
presidida por Giscard d’Estaign está debatiendo sobre la oportunidad de
introducir una referencia a las raíces cristianas de Europa.
No sé si es un choque de civilizaciones. Lo que sí es evidente es que el
debate intelectual y político no puede aparcar la cuestión religiosa de la
vida de los pueblos. El tema está en saber si las culturas de Occidente y
Oriente pueden llegar a un punto de encuentro sin chocar, sin violencia, sin
recurrir a la confrontación. La experiencia nos dice que, por ahora, es
imposible.
Si los vientos belicistas contra Iraq se traducen en una guerra para derrocar a
Saddam Hussein y cambiar el régimen de Bagdad la posibilidad de un encuentro de
culturas, civilizaciones y religiones se alejará todavía más en el horizonte.
La guerra contra Iraq no tiene nada que ver con el consenso de sociedades tan
alejadas. Se va a librar, más bien, para liberar a los iraquíes y ofrecerles
un régimen democrático pero, simultáneamente, se interpretará por el
universo musulmán como un nuevo intento de una superpotencia sedienta para
controlar el petróleo y para destruir los sentimientos islámicos.
La democracia no aterrizará en Iraq de la mano de bombarderos o de ejércitos
invasores. No existe ni educación ni cultura para asumir los valores de los
derechos humanos, la economía de mercado y la libertad de expresión.