ELECCIONES ESTRATÉGICAS
Artículo de GEES en “Libertad Digital” del 10/03/2004
Las próximas elecciones generales del domingo no son inocuas para el futuro de España en el mundo: por un lado, la victoria del Partido Popular garantiza una continuidad en el fondo, aunque Rajoy sea distinto de Aznar en las formas, mientras que una hipotética victoria de Zapatero plantea un corte radical con cuanto se ha hecho en los últimos años.
El PSOE parte de una doble premisa falsa: que estar cerca de los Estados Unidos es malo para los intereses de España y que la única relación sensata con Washington sólo es posible desde la paridad y la igualdad estratégica. Su premisa es falsa en primer lugar porque España no sólo no ha pagado ningún coste por estar cerca Aznar de George W. Bush, sino todo lo contrario. Hoy somos capaces de parar los pies a Francia cuando así nos interesa en el seno de la UE, podemos aliarnos con el Reino Unido y otros socios para el desarrollo de la agenda de Lisboa y en Washington se descuelga el teléfono cuando llamamos, tanto para hablar de Venezuela como de Marruecos o el Oriente Medio. Lejos de ser vistos como una potencia mediocre, sin posición y meramente seguidista, a España se la considera una nación con criterio y que defiende sus intereses.
Pero también es falsa su segunda parte: no es posible igualarse a Estados Unidos. Para bien o para mal vivimos en una era unipolar y nada hace pensar que esa situación vaya a cambiar a corto plazo. Washington tiene la capacidad, la voluntad y la visión para determinar la agenda internacional de los próximos años y nadie en el mundo cuenta con los recursos para modificar esto. Cuando los socialistas haban de una Europa de más de 400 millones, con una participación en el comercio mundial igual a la de América tienden a olvidar que la noción de Norteamérica desdibuja el hecho de que los Estados Unidos son una única nación, mientras que nosotros los europeos seguimos siendo más de 30 y que, a diferencia de lo normal en la teoría de conjuntos, el todo aquí es inferior a la suma de las partes. Si no, ¿cómo explicar que la UE esté discutiendo tener una fuerza de 15 mil efectivos lista en el 2007, cuando Londres envió 45 mil a Irak el pasado año?
A lo que aspiran los dirigentes del PSOE no es a una independencia nacional española, sino a sustituir una relación privilegiada con Washington por una dependencia histórica de Francia. Es verdad que los “afrancesados” han sido vistos en nuestra peculiar historia nacional como elementos progresistas –de modernización en el XIX y democráticos bajo Franco-, pero Francia ya no representa ni la bandera de la libertad ni la del progreso, sino más bien todo lo contrario. Francia sucumbe a sus estructuras burocráticas, estatistas y arcaicas. No hace falta comulgar con la división de Rumsfeld entre la vieja y la nueva Europa para darse cuenta de que el juego en nuestro continente ha mutado profundamente en el último quinquenio.
En ese sentido, la España de Aznar ha experimentado dos fenómenos concomitantes: por un lado, ha hecho sus deberes domésticos y hoy goza de un dinamismo que ya quisieran para sí nuestros vecinos más próximos; por otro, se ha ido colocando en un puesto más visible y responsable frente a los retos internacionales. Y ambas cosas juntas han permito adentrarse con valor y eficacia en el mundo de la globalización. España no sólo ha aumentado de talla de camiseta, sino que ahora debe vestirse con una ropa no sólo más grande sino de mayor calidad. Porque estamos en otro club, en otro nivel. Y eso parece darles miedo a los responsables del PSOE.
En la hipótesis de que los socialistas llegaran al poder en estas elecciones, las opciones estratégicas de España no variarían, porque en gran medida no dependen de nosotros, sino de fenómenos globales que no podemos controlar (como el terrorismo o los propios Estados Unidos), pero la forma de encararlas sí sería muy distinta. Escuchando a los socialistas vuelve la España del olivar, volcada sobre nosotros mismos y la España romántica, aquella que quiere hacer el bien sembrando de limosnas el mundo a costa de nuestro propio progreso. Zapatero quiere vivir en el país de las maravillas, como Alicia, pero la realidad es que vivimos en un mundo que todavía se parece más a la jungla. Lo malo de sus propuestas es que nos van a comer a nosotros primero.