LAS ELECCIONES QUE VIENEN
Artículo de SAMUEL HADAS en "La Vanguardia" del 30-11-02
SAMUEL HADAS, primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede
Los resultados de las dos elecciones de enero pueden
anticiparse: Sharon y Arafat seguirán liderando a sus pueblos por vías
paralelas
Ariel Sharon, primer ministro israelí, fue elegido el jueves último
candidato a la jefatura del gobierno del Li- kud. Poco antes, la OLP emitía una
declaración en la que instaba "al cese de toda acción militar,
particularmente contra ciudadanos israelíes", a la vez que su líder,
Yasser Arafat, hacía una llamada "a reanudar el diálogo con el campo de
la paz" de Israel. Todo ello, según la OLP, "para evitar caer en la
trampa tendida por los dirigentes israelíes con el fin de aprovechar las
elecciones para engañar al público de Israel". En realidad, los
palestinos han caído en una trampa tirada por ellos mismos.
Israelíes y palestinos concurrirán a las urnas en enero: el 20, los
palestinos, y el 28, los israelíes. Hay un cierto simbolismo en la
simultaneidad de elecciones llamadas por dos gobiernos en crisis. Salvo un
-imprevisible- seísmo político, un -inesperado- cataclismo económico o una
-improbable- mayúscula sorpresa, los resultados pueden anticiparse desde ya:
Ariel Sharon y Yasser Arafat seguirán liderando a sus pueblos por vías
paralelas que difícilmente convergerán en un futuro previsible, por lo que
serán mínimas las perspectivas de cambios sustanciales. Será seguramente un
poco más de lo mismo. Con unas elecciones que podrían fácilmente exacerbar el
conflicto, las sociedades israelí y palestina seguirán influyendo
decisivamente en el comportamiento de la sociedad del otro.
En Israel, la deteriorada situación económica y los agudos problemas sociales
(causados principalmente por el conflicto) seguirán siendo eclipsados por la
seguridad de sus ciudadanos. Esta situación difícilmente cambie mientras los
israelíes tengan que seguir jugando a la ruleta rusa con su vida cada vez que
suban a un autobús o incluso salgan a la calle. En otros países, situaciones
económicas y sociales como las que atraviesa Israel son motivos más que
suficientes para mandar a sus partidos gobernantes a la oposición. Eso
difícilmente puede suceder en Israel. El Gobierno puede, por lo tanto,
supeditar todo a la
seguridad, en su convicción de que sólo una política de fuerza permitirá la
"victoria" (aunque nadie se ocupe de explicarnos en qué consistiría
esta victoria). Las próximas elecciones probarán nuevamente, si hacía falta,
que la política nacional e internacional de Israel es dictada por el casi
centenario conflicto con los palestinos.
Los palestinos, por su parte, seguirán contemplando, impotentes, como un
obcecado, autoritario y paternalista líder conduce a su pueblo hasta el borde
mismo del abismo; cómo en términos de la violencia y de la situación
humanitaria la situación se degrada y, sobre todo, cómo las organizaciones
fundamentalistas terroristas ejercen el veto sobre cualquier iniciativa que
pueda reencauzar el proceso de paz, simplemente con enviar una bomba humana
suicida a volar por los aires un autobús israelí. Arafat seguirá
"reformando" las reformas exigidas por EE.UU., la Unión Europea e
Israel y los propios palestinos. Arafat no ignora que su pueblo admite hoy que
la "intifada" dejó de ser una rebelión popular para transformarse en
un enfrentamiento armado trágico e inútil a todas luces y que se exige un
viraje político radical.
En la situación de caos actual a nadie debería sorprender que Arafat aplace
las elecciones palestinas (convocadas por iniciativa de los países del
Cuarteto, como parte del esfuerzo internacional para alentar las reformas
administrativas que permitan superar la corrupción y el terrorismo) aunque las
encuestan de opinión pública le auguran un apoyo de por lo menos el sesenta
por ciento. Según comentaristas israelíes, otra razón de una postergación
sería que el Gobierno israelí, con la anuencia de Estados Unidos, trate de
impedir la reelección de Arafat. Cada vez son más los que consideran que
Arafat es un obstáculo a la paz y si su reelección se da por descontada,
¿quién necesita ahora elecciones palestinas?
En lo que respecta a las elecciones en Israel, los actos terroristas perpetrados
desde su convocatoria por las organizaciones terroristas son sangrientos
recordatorios de los designios nada disimulados de los extremistas palestinos de
"participar" activamente en la campaña electoral israelí y
"contribuir" a sus resultados. Además, por lo visto, compitiendo
entre ellos quién logra "más". Ya sucedió en el pasado: en marzo de
1996, el que parecía claro vencedor en las elecciones, el premio Nobel de la
Paz Shimon Peres, fue derrotado en las urnas por una ola terrorista palestina
que contó con la tácita aprobación de Arafat, que utilizó a las
organizaciones radicales como reserva estratégica. Beniamin Netanyahu fue
derrotado en elecciones anticipadas, ante su incapacidad de ofrecer alguna
esperanza a los israelíes y de poner fin a la violencia. Ehud Barak perdió las
elecciones en el 2001 después de haber ofrecido a los palestinos un precio
diplomático y territorial sin precedente. La segunda "intifada" y la
elección por parte de Arafat de la vía de la violencia para obtener lo que no
pudo en la mesa de negociaciones envió a Barak a cuarteles de invierno,
otorgando la jefatura del gobierno a quien prometió "paz con
seguridad". ¿Se acuerdan?
Pareciera que no, porque esta vez, pese a la inacabable ola de violencia, Sharon
será ratificado por las urnas, en contradicción a lo sucedido con sus
antecesores. Durante los veinte meses de su gobierno se ha acentuado el letal
ciclo de violencia. Paradójicamente, cuanto más se agrava la situación, más
crece su popularidad. Pese a los resultados negativos de su gestión en lo
económico y social, Sharon seguirá siendo considerado por los votantes
israelíes la persona en cuyas manos debe quedar el timón. La elección por
parte de los laboristas de Amram Mitzna, alcalde de Haifa, como su candidato,
pese a que ofrece una alternativa basada en las negociaciones con los
palestinos, el desmantelamiento de asentamientos e incluso una separación
unilateral en caso de falta de acuerdo, difícilmente atraiga a quienes su
preocupación es la seguridad en las calles y los mercados. Quizás tenga alguna
razón Mario Vargas Llosa cuando escribe que su designación es una bocanada de
esperanza, pero no será mucho más que eso.
La única conclusión posible en la situación actual es la de que la solución
de fuerza es una falacia y que mientras los palestinos no recapaciten sobre la
inutilidad de la violencia y su líder siga insistiendo en que "los
palestinos estamos en la senda adecuada" y mientras Israel no ofrezca un
horizonte político a la espera de una "victoria" militar, los
sectores radicales de ambas partes seguirán ejerciendo el monopolio de la
agenda palestino-israelí. La reconciliación de los legítimos intereses de
seguridad de los israelíes con las aspiraciones nacionales de los palestinos
seguirá a la espera de tiempos mejores, que vendrán sólo cuando cese la
violencia, la situación se estabilice y la comunidad internacional quiera -y
pueda- implicarse en la búsqueda de una solución al conflicto. Mientras tanto,
el terrorismo, como en el pasado, seguirá paralizando cualquier iniciativa.