JUBILACIÓN
Artículo de Jon JUARISTI en “ABC” del 09/05/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LAS salvajadas más repugnantes son
las que se cometen en nuestro nombre, y por eso espero sinceramente que los
sádicos de Abu Ghraib terminen, como poco, en las jaulas de Guantánamo. Pero me
habría tranquilizado advertir una indignación semejante a la hoy despertada en
la prensa del buen corazón cuando se conocieron las imágenes de la decapitación,
grabada morosamente en video, del periodista americano Daniel Pearl o las del
simulacro de degollina de los rehenes japoneses por sus secuestradores iraquíes.
Al parecer, nuestros multiculturalistas consideran tan loable el pudor varonil
islámico como la tendencia, también islámica, a tratar a los infieles como los
cristianos tratan a los cerdos por San Martín. No capto la sutileza
antropológica del asunto, y eso me inquieta.
A lo peor se trata sólo de un anhelo infinito de paz. Instalados en un nuevo
Absoluto, los apaciguadores a ultranza piensan con la misma lógica de la bondad
congénita que algunos contemporáneos del más famoso judío de Galilea: si
hubiésemos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos perseguido como
ellos a los profetas. Habríamos hecho buenas migas con la morisma, parecen
decirse los canónigos de Santiago. Total, lo de robar campanas no pasaba de ser
una característica cultural del pueblo andalusí, y hay que ser respetuoso con la
Diferencia, incluso retrospectivamente.
Adiós, por tanto, a Santiago el Matamoros, ubicuo como el toro de Osborne (que a
este paso va a ser lo único que quede de España en el páramo anhelado de la paz
perpetua). ¿De qué color era el caballo blanco de Santiago?: verde perejil, por
supuesto. Verde Marcha Verde. Verde salafí, verde wahabí, verde malekí, verde
coránico en suma, verde que te quiero verde. «Figura identificada por entero no
con una idea nacional, sino con un casticismo inquisitorial, habría de
evolucionar en sus avatares ultramarinos de Santiago Matamoros a Santiago
Mataindios y hasta en los días de la emancipación, Santiago Matapatriotas»,
escribe Francisco Márquez Villanueva (y, por no dejarle solo, lo suscribe
Goytisolo). Se le olvida el Santiago Matafranceses, a caballo (siempre) entre
los dos últimos. ¿Qué leches ni que Vía Láctea tiene que ver esto con la
Inquisición? Santiago Matamoros fue, ante todo, mito guerrero, militar, como lo
demuestran todos sus alias. Entiendo que conturbe a pacifistas cuyos vástagos lo
confundirían a estas alturas con Gandalf el Blanco, o sea, con Gandalf
Mataorcos. Pero, aunque Márquez Villanueva se empeñe en lo contrario, no se le
expulsa ahora a Santiago Mataloquesea de las catedrales ni de la memoria de
España por ser símbolo de un casticismo inquisitorial que a nadie ya preocupa,
sino por constituir el más incómodo recuerdo de nuestro origen nacional. Todos
los testimonios históricos de la forja de la nación española se han vuelto
incómodos desde el 14 de marzo. El pobre Santiago, particularmente insoportable.
Y no porque remita a una improbada batalla, sino porque su iconografía
legendaria apunta a un hecho irreversible: España nació de la denodada lucha
contra el islam, un islam belicoso y totalitario. No de mestizajes culturales a
lo Carmen Calvo. Al contrario que el cabildo compostelano, el obispo de Córdoba,
Francisco Javier Martínez, sabe muy bien lo que supuso el islam para los
cristianos a él sometidos en el viejo mundo mediterráneo: lo mismo que supone
hoy para lo poco que queda de la cristiandad árabe, tanto para católicos y
ortodoxos como para las iglesias jacobitas que se dicen fundadas por el Hijo del
Trueno. Magnífico trabajo el de don Francisco sobre la conciencia apocalíptica
de esas primeras comunidades esclavizadas y expoliadas por los tolerantes
musulmanes árabes, que acaba de publicar la Real Academia de la Historia. No muy
distintas debieron ser las tribulaciones y las esperanzas de aquellos cristianos
ibéricos que comenzaron a hacerse españoles resistiendo al terror islámico. Casi
como sus descendientes de hoy. Casi como el cabildo catedralicio de Santiago,
que celebra jubilosamente el jacobeo jubilando a su santo epónimo. ¿De qué color
era, sino verde, el caballo blanco de Santiago?