GUERRA PREVENTIVA
Artículo de WALTER LAQUEUR en "La Vanguardia" del 12-1-03
Una persona de eminente autoridad me ha indicado que la
guerra contra Saddam Hussein dará comienzo en la mañana del día 28 de enero, que
será precedida de un ataque aéreo a gran escala de dos días de duración, que un
sólido contingente de fuerzas terrestres avanzará hacia Bagdad desde el sur, que
la capital iraquí será ocupada en un plazo de 72 horas
y que la guerra habrá terminado en un plazo de tres a cuatro semanas. Sin
embargo, he tenido asimismo ocasión de oír que este plan cambiará por lo menos
diez veces, que se evitará Bagdad, que puede producirse un ataque a cargo de
fuerzas ligeras procedente del oeste o del norte o de varios puntos a la vez,
que el ataque aéreo puede producirse únicamente en la segunda fase.
Pobre Saddam y sus generales... a estas alturas han de sentirse profundamente
desconcertados ante posibilidades tan distintas (algunas de ellas de total e
imposible cumplimiento) barajadas hasta ahora en los medios de comunicación
occidentales, algunas probablemente correctas, otras basadas en información
errónea, otras que son sagaces conjeturas, otras que se reducen a locas y
notablemente necias suposiciones. Veamos, ¿cuál es la correcta? Nadie lo sabe,
sencillamente porque aún no se ha adoptado ninguna decisión.
Ni siquiera es del todo seguro que vaya a producirse una operación militar,
aunque resulta más probable cada día que pasa, en parte porque podría mediar
cierto número de episodios imprevisibles. Podría surgir una repentina e
importante crisis en otra parte del mundo, fortuita y asimismo imprevisible; una
acción desencadenada por Saddam Hussein y sus partidarios, o bien las Naciones
Unidas, podrían generar una situación susceptible de obligar a los
norteamericanos, en el último momento, a posponer su ataque.
Entre tanto, se han alzado voces influyentes que indican que, aunque la
eliminación de las armas de destrucción masiva constituiría la solución ideal,
un régimen democrático sólo puede lanzar un ataque por anticipado (preventivo)
si cuenta con un apoyo público y social abrumador, tanto en el propio país como
en el extranjero, apoyo inexistente en el momento actual. Hay una amplia
convicción, fuera de Estados Unidos (y compartida por muchos también en ese
país), de que una guerra preventiva es ilegal según el derecho internacional
salvo si existen pruebas aplastantes de un ataque inminente, y de que esta
situación no se da en el momento actual. Nadie en sus cabales duda de que Saddam
ha estado haciendo acopio de un arsenal de armas de destrucción masiva. Ahora
bien, es más que probable que los inspectores de las Naciones Unidas nunca
encontrarán estas armas y que, en tal caso, no habrá pruebas. Es asimismo cierto
que la guerra preventiva es inaceptable en el caso de un régimen democrático y
de acuerdo con el derecho internacional, excepto por causa de legítima defensa.
Y, en el momento actual, parece altamente
improbable que Saddam Hussein se halle en condiciones de atacar el territorio
continental estadounidense.
Esta argumentación parece en principio razonable y jurídicamente inatacable,
pero presenta un fallo fatídico para el razonamiento: se basa en premisas que se
remontan a un periodo anterior a la existencia de las armas de destrucción
masiva. Desde un punto de vista jurídico, sólo constará la prueba en cuestión si
la nube del hongo gigante aparece en el cielo, si
la gente muere entre grandes sufrimientos a consecuencia de gas nervioso, cual
plaga que se cobra sus primeras víctimas. Incluso en tal hipótesis tampoco
existirá una prueba absoluta; si en ciertas áreas del mundo sigue sin creerse
que Al Qaeda lanzó los ataques del 11-S, no será de extrañar que pretendan que
los próximos ataques obedezcan a un accidente, a una provocación norteamericana,
a la mano israelí o bien a extraterrestres. Otros razonarán diciendo que el
hecho de que un país o un continente haya sido atacado no significa que otros
tengan que sufrir la misma suerte. Hay un casi ilimitado número de formas de
enterrar la propia cabeza en la arena: se trata del proceso conocido en
psicología como de negación. Muchísima gente en este mundo cree en las teorías
de la conspiración por oscuras y vagas que sean, y saltará de júbilo en caso de
que llegue –y cuando llegue– un ataque de estas características.
El presidente Bush y sus consejeros están persuadidos de que, a menos que se
proceda a una tentativa de detener la proliferación de estas armas horrorosas
entre dictaduras agresivas (y en último término también entre grupos
terroristas), el empleo de tales armas será sólo cuestión de tiempo, con la
consecuencia de un núme-
ro de víctimas cientos de veces superior al de todos los ataques anteriores con
estas armas.
Existen sólidas razones para suponer que tienen razón, pero su convicción no es
compartida por la mayoría de la gente en Europa y del resto del mundo, y también
se cuentan muchos disidentes en su propio país. Algunos no han cobrado
conciencia, sencillamente, del enorme peligro que acecha. No cabe excluir que
ello podría deberse a un error del propio
Washington, al no haber sabido explicar adecuadamente las probables
consecuencias de una ausencia de acción bélica contra Saddam. Sin embargo, ¿se
les habría creído?
No, probablemente porque muchos no quieren creerles. Sea cual fuere la razón,
¿resulta sensato lanzar un ataque sin contar con un respaldo de gran magnitud?
Las personas que afrontan arduas y dolorosas decisiones suelen persuadirse
únicamente ante la amarga realidad, y mientras no hayan de presenciar un número
de víctimas a gran escala. ¿Es factible abreviar el proceso de conciencia de la
situación entre quienes titubean?
La operación contra Saddam será sólo la primera fase de una larga, quizá
interminable guerra por la supervivencia de la civilización. Sin embargo, esto
es precisamente lo que no se reconoce en términos generales y, a menos (para
decirlo sin ambages) que muera un puñado de cientos de miles de personas en
alguna parte, no va a reconocerse. Y también es verdad que, para entonces, será
muchísimo más difícil y costoso tratar de impedir una mayor proliferación de
armas y ataques. Tal podría ser perfectamente el precio que pagar por la
decisión de no actuar contra Saddam. Es una horrible perspectiva –puede ser que
algunos la califiquen de derrotista–, pero podría ser la más realista en este
momento.
W. LAQUEUR, director del Centro de Estudios
Internacionales y Estratégicos de Washington
Traducción: José María Puig de la Bellacasa