LA «BOMBA ISLÁMICA» Y LA «AMBIGÜEDAD NUCLEAR»


 Artículo de Adrian MAC LIMAN
en “La Razón” del
29/07/2004

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)


Desde la carretera que serpentea por el desierto del Néguev se divisa la cúpula del reactor nuclear de Dimona, uno de los lugares estratégicos mejor custodiados por los servicios de seguridad del Estado judío. Israel es un país pequeño; resulta sumamente difícil ocultar el emplazamiento de las bases militares o de las instalaciones nucleares. Pero al complejo Dimona, corazón del proyecto nuclear israelí, sólo tienen acceso, además del jefe del Gobierno y el titular de Defensa, los 150 físicos nucleares cuidadosamente escogidos por la Comisión de Energía Atómica. Hay sobradas razones para mantener el secreto: en los subterráneos del Néguev se encuentra la fábrica de proyectiles nucleares creada en 1968 por orden del entonces ministro de Defensa, Simón Peres; una instalación supersecreta, que ha facilitado el acceso de Israel al «club» de las potencias atómicas. Aunque las autoridades de Tel Aviv se complacen en llevar a cabo una política de «ambigüedad nuclear», que consiste en no confirmar ni desmentir la existencia de un importante arsenal atómico, los investigadores del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres estiman que el Estado hebreo cuenta actualmente con alrededor de 150 ojivas nucleares. Fuentes allegadas al establishment militar israelí prefieren manejar la cifra de 200 a 400 artefactos atómicos, almacenados en los laberínticos túneles situados en las inmediaciones del reactor. Durante su reciente visita a Israel, el director general de la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA), Mohamed el-Baradei, no tuvo ocasión de visitar las instalaciones de Dimona o Nahal Sorek, que albergan los laboratorios nucleares hebreos. El diplomático egipcio se entrevistó, eso sí, con el primer ministro, Ariel Sharon, y el jefe de la Comisión Nuclear, Guideón Frank, a quienes sorprendió al proponer la creación de una zona desnuclearizada en Oriente Medio. Curiosamente, el-Baradei no aludió al «peligro potencial» que supone para Israel el programa nuclear iraní. Por el contrario, reiteró su convencimiento de que los experimentos llevados a cabo hasta la fecha por los físicos de la conflictiva república islámica no parecen estar encaminados hacia la obtención de tecnología bélica. Sabiendo positivamente que sus alegaciones contradicen las tesis defendidas tanto por Tel Aviv como por Washington acerca de la tan cacareada amenaza iraní, el-Baradei se cura en salud señalando que el peligro de proliferación nuclear en la zona es un hecho innegable, y acusa acto seguido a Pakistán, infiel aliado de los Estados Unidos en la «guerra global contra el terrorismo», de haberse convertido en el principal enemigo del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), instrumento internacional no ratificado por tres potencias pertenecientes al «club nuclear»: India, Pakistán e Israel. El director de la AIEA no duda en acusar al profesor Abdul Jader Khan, todopoderoso jefe del programa nuclear paquistaní, de haber suministrado a través de un complejo entramado de empresas tapadera situadas en el Golfo Pérsico, Europa y el Sudeste asiático, tecnología y material destinado a la fabricación de armas atómicas a una veintena de Estados.
   ¿Pakistán, potencia nuclear? Huelga decir que las «revelaciones y disculpas públicas» del profesor Khan, formuladas a través de la televisión estatal paquistaní a mediados de febrero, ponen punto final al secreto militar peor guardado durante la segunda mitad del siglo XX. En efecto, el génesis de la llamada «bomba verde» o «bomba islámica» se remonta a la Presidencia de Zulfikar Ali Bhutto (1971-1977), primer jefe de Gobierno de Karachi, que apostó por la tecnología nuclear para hacer frente a la amenaza, ficticia o real, encarnada por el poderío militar de la India. Bhutto logró convencer a sus amigos saudíes sobre la necesidad de construir una bomba atómica destinada a defender al conjunto de las naciones musulmanas. La propuesta fue acogida con entusiasmo por los príncipes del petróleo. En 1979, pocos meses antes de morir ahorcado, Alí Bhutto, recluido en la cárcel de Rawalpindi, redactaba la siguiente confesión: «...sabido es que Israel y Suráfrica disponen de la tecnología nuclear. Las civilizaciones cristiana, judía e hindú son capaces de construir armas atómicas. También lo son las potencias comunistas. La única civilización que no dispone del poderío nuclear es la nuestra (musulmana), pero eso está a punto de cambiar». A su vez, el vicepresidente de la República Islámica de Irán, ayatolá Mohajerani, manifestaba en 1992, ante los miembros de la Conferencia Islámica congregados en Teherán: «Si Israel sigue tendiendo armas nucleares, nosotros, los musulmanes, tenemos que producir una bomba atómica, haciendo caso omiso de los esfuerzos desplegados por la ONU para impedir la proliferación».
   En una reunión celebrada recientemente en París, los estrategas franceses trataron de contestar a las siguientes preguntas:
   ¿Cómo se perciben en los países musulmanes los esfuerzos de la Administración estadounidense para limitar la proliferación de armas atómicas? ¿A qué se debe el antagonismo entre Occidente y los países musulmanes? ¿Por qué buscan los países en desarrollo la tecnología nuclear? ¿Existen limitaciones técnicas para la proliferación nuclear? ¿Cuál es el nivel actual de desarrollo de la tecnología nuclear bélica de los países musulmanes? ¿Qué medidas debería tomar la comunidad internacional para frenar la proliferación de armas atómicas y reducir el peligro de un posible conflicto nuclear? Huelga decir que las preguntas no fueron formuladas en vano. Aunque entre los clientes del Dr. Khan figuran Irán, Corea del Norte y Libia, Estados que se hallan (o hallaban) en la lista negra del Departamento de Estado, también encontramos otros países del contorno mediterráneo, como por ejemplo Siria y Argelia. Al sugerir la creación de una zona desnuclearizada en Oriente Medio, Mohamed el-Baradei procura expresar su preocupación ante amenazas venideras. No se trata, pura y simplemente, de pedir a Israel que renuncie a su inconfesado, aunque no inexistente potencial nuclear, sino también de sugerir la puesta en marcha de un diálogo sobre seguridad regional, recordando que hoy en día el peligro no deriva sólo de las políticas estatales, sino también de la aún hipotética, aunque no desdeñable, amenaza procedente de grupos terroristas. Los medios de comunicación hebreos no se hicieron eco del acuerdo de cooperación nuclear firmado por el primer ministro Sharon durante su visita a la India. Un acuerdo que contempla la colaboración tripartita India-Israel-Estados Unidos frente al poderío atómico de Pakistán. En este contexto, la propuesta del director de la AIEA tiene, indudablemente, una doble o, tal vez, múltiple lectura.
   
   
   Adrian Mac Liman es escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la
   Universidad de La Sorbona (París)