MADRID SE HA IDO
Artículo de Pasqual Maragall en “El País” del
07.07.2003
Pasqual Maragall es presidente del Partit
dels Socialistes de
Catalunya.
Con un muy breve comentario:
SI,
CONVIENE NO PERDER EL NORTE
L.
B,-B., 10-7-03
Hace
un par de años escribí un artículo en este diario indicando que Madrid parecía
estar olvidándose de España. Parecía embarcada, Madrid, en una aventura
americana (que por ende empezaba a flaquear); en un vuelo hacia la
globalización. ¿España? España era tan sólo el lago donde ir a pescar empresas
para consolidarlas en otras de mayor tamaño y para proyectar el resultado en el
mercado global, que era el importante. España pasaba a ser un conjunto de
puntos más o menos cercanos al centro, a la capital: "Todo a tres horas de
Madrid, como máximo", era la consigna del Gobierno.
El
magnífico paisaje pintado por la Constitución, una España plural, con idiomas,
pueblos y nacionalidades unidas en un proyecto común, se iba como destiñendo
para permitir la aparición de la auténtica, inmarcesible e incombustible
pintura de fondo, la de la España radial, díscola, difícil y necesitada de una
mano firme en el centro para dominar sus demonios; si bien ahora una mano tan
económica como política, tan "liberal" como antes dictatorial, tan
obvia e inocente de todo pecado como nunca antes lo había sido. Ya ni se
necesitaba repetir la frase del XVIII, en aquella pragmática sanción que
procuraba la desaparición del catalán "sin que se notara el empeño":
las cosas irían en este sentido, en efecto, casi sin percibirse.
"¡Es
el mercado, estúpidos!", nos decían desde Madrid a los catalanes y otros
periféricos que cuestionábamos la actitud del Estado.
Pues
bien, las cosas han ido evolucionando a peor. Primero porque la economía y la
política globales se han complicado. Y segundo porque el Gobierno español, y en
concreto su presidente, soñando ya en su retiro, se desabrocharon el cinturón
antes de tiempo, y se les cayó el firmamento encima a partir de la primavera de
2002: cumbre europea sin gloria, decretazo, huelga general, cambio de
Gobierno para echar a los culpables, más cambios para aprovechar la ocasión
(ministros, presidentes autonómicos, alcaldes, presidente del Senado -lo nunca
visto, al menos en Europa y Norteamérica), Perejil, chapapote y guerra de Irak.
De todo.
Pero
Aznar reaccionó, hay que reconocerlo. Aplicando la vieja máxima: a lo hecho,
pecho. Más de lo mismo. Más antiterrorismo, más antitodo.
A la guerra si hacía falta. Fuimos a la guerra y la gente se echó a la calle.
La mayoría silenciosa, por definición, se quedó en casa. Se "ganó" la
guerra, y aunque siguieron los desastres, los periodistas muertos en combate,
los soldados muertos en accidente aéreo, los trenes chocando una y otra vez...
llegaron las elecciones y el partido del Gobierno no se hundió. Sólo pasó de
primer a segundo partido en España, de segundo a tercero en Euskadi y de
tercero a cuarto en Catalunya. Menos desastre que el que los desastres
anteriores anunciaban.
Y
en eso llegó Tamayo. Madrid volvió a ser tema. En Alcorcón se prevé doblar la
población -son 160.000 personas y se proyectan 30.000 nuevas viviendas en una
sola operación urbanística-. Parece que existe otro proyecto semejante en
Chamartín. Cada uno de esos proyectos mueve un billón de pesetas. Lo que se
gastó en Barcelona en diez años en torno a los Juegos Olímpicos, incluyendo las
obras públicas y privadas, estadios, transportes, tendidos de red de fibra
óptica, museos, rondas de circunvalación, hoteles, alojamiento de 10.000
atletas y 15.000 acompañantes, etcétera, era algo menos de un billón de pesetas
del año 1992. En Madrid se podría emplear el doble en ampliar dos barrios.
Calculen
ustedes cuánto pueden gastar en comprar voluntades y torcer procedimientos los
que quieran llevar a cabo esos proyectos. Cueste lo que cueste, siempre será
ridículo en comparación con lo que se espera ganar.
Es
cierto que Ruiz-Gallardón mantuvo esos proyectos en suspenso. Pero también lo
es que Simancas propuso algo más concreto:
sustituirlos por otros totalmente distintos, basados en vivienda pública.
Es
cierto también que la Federación Socialista Madrileña no tiene fama de ser la
más perfecta de las federaciones del PSOE. Tarradellas
volvió de Francia recordándonos los problemas de esa federación durante la
República. Tierno fue un paréntesis. Madrid fue una fiesta de democracia y
libertad. Pero Tierno no cambió el partido. Leguina
lo intentó. Le toca a Zapatero hacerlo.
Pero
volvamos a la política. La hazaña de Aznar al meter a la derecha en la Constitución
no le ha salido gratis a España. Su empecinamiento nacionalista -la otra cara
de la moneda- amenaza con dar al traste con unos equilibrios que han funcionado
bien durante 25 años. Su insistencia en la Unidad con mayúsculas, en vez de la
unión con minúsculas, desde abajo, y su terquedad en hacer la bandera más
grande y de plantarla en un islote perdido, que es un poco símbolo de lo mismo,
de un deseo mal expresado de jugar en la liga de las grandes potencias, han
alentado al independentismo y han devuelto la bandera republicana a las calles.
Recapitulemos:
Madrid fue una pieza esencial del cambio a la derecha de 1996. El PP ganó
entonces por tan sólo 300.000 votos sobre 30 millones. Pero en Madrid comunidad
ganó por 600.000. Por decirlo así, España no había abandonado a los
socialistas, pero Madrid sí.
El
resultado fue recibido con alivio por muchos, incluso por sectores liberales de
la derecha que temían, con nosotros, que la agresividad de Aznar
("¡Váyase, señor González!") iba a llevar las cosas adonde ahora
finalmente han llegado. Recuerdo, y los invitados recordarán también, que un
mes antes de las elecciones nos reunimos informalmente en el Palacete Albéniz de Barcelona representantes de varios partidos
políticos españoles, de izquierda, derecha y nacionalistas, y llegamos al
acuerdo de reclamar el necesario respeto a las instituciones y al diálogo,
ganase quien ganase. Se publicaron incluso dos artículos en este sentido, uno
en Madrid y otro en Barcelona.
En
el año 2000, ETA decidió por nosotros, y no ingenuamente. Terminó la tregua un
mes y medio antes de las elecciones. Y tres semanas antes asesinó a Fernando Buesa. España entera -salvo Catalunya y el País Vasco-
abonó entonces la dureza antiterrorista de Aznar.
El
ciclo se cierra. El día 1 de julio de 2003, Aznar se ha casi despedido del
Parlamento. Asistí un día antes al debate con Zapatero, durísimo, a cara de
perro. Aznar se retira fiel a su principio. Sólo faltaba el "¡Váyase,
señor Zapatero!".Madrid, el Madrid político, no está en su mejor momento.
Y ahora me pregunto: ¿cómo es el PP madrileño? No lo sé con precisión, pero
intuyo que no debe ser una cofradía piadosa. En todo caso, tal como van las
cosas, es probable que tengamos antes de dos meses alguna respuesta a esos
interrogantes.
Es
preciso que los ciudadanos de toda España tengan una idea clara de lo que pasa
en Madrid. Porque si no hay una reacción en toda España frente a la deriva de
la política en la capital, podemos pagarlo muy caro.
En
Catalunya el efecto de todo lo que está pasando en Madrid va a ser menor que en
otras comunidades. Aquí estamos a las puertas de un cambio que se masca en
todos los ámbitos. Tras las elecciones municipales, el 71% de los ciudadanos
catalanes tienen alcaldes socialistas, el 17% alcaldes nacionalistas y el 5%
alcaldes republicanos.
Pujol,
aliado de Aznar, conviene recordarlo, desde que le apoyó en julio de 1995
pidiendo, y consiguiendo, la dimisión del vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra, se ha despedido también del Parlamento y
también con malos modos. Con su abogado personal, su juez preferido y su
empresario modélico en la cárcel o pagando fianza para evitarlo, considera
desagradecidos e inútiles a todos los demás, lógicamente.
Si
Pujol no lo ha hecho antes, el día 22 de septiembre se autoconvocan
las elecciones para el 16 de noviembre. Pujol puede especular con que el PP le
inflija al PSOE y a la izquierda un correctivo severo en Madrid a finales de
octubre. Pero no cuenta con que, aparte de que no está claro cómo el resultado
madrileño vaya a influir aquí, ese resultado puede no ser en octubre el que
ahora se predice. Veremos qué ocurre en verano. El verano es la noche de la
política.
Yo
confío en que la sociedad civil madrileña reaccione y se plantee seriamente
cuál ha de ser el papel de esa comunidad en la política española; y para
empezar, cómo debe Madrid regenerarse políticamente.
Cuatro
años más de deriva como la de los dos últimos y España perdería el norte. Y
nunca tan bien dicho.
MUY BREVE COMENTARIO: SI, CONVIENE NO PERDER EL NORTE
L. B.-B., 10-7-03
Maragall tiene razón: conviene no perder el norte. En una encuesta
que todavía se está realizando en "La Vanguardia", a esa pregunta mal
formulada de siempre, de si "cree que el conflicto vasco tiene una salida
política o policial", de 87.225 respuestas al día de hoy han contestado
que política el 35,7% de los encuestados y policial el 68,3. No saben o no
contestan el 1%. Es decir, que ahí tienen ustedes lo que Maragall llama
"dureza antiterrorista" en un periódico de Cataluña.
Este artículo de Maragall si que me
parece tener averiada la brújula: ni Madrid se ha ido a ningún lado, ni la
política antiterrorista del gobierno es errónea, ni tiene la culpa de las
banderas republicanas la política del Gobierno, sino el izquierdismo
inmaduro y el populismo recientes del PSOE y el PSC. Los socialistas deben
marcar un rumbo firme, integrador y solidario en el tema del modelo de Estado y
en las relaciones con los nacionalismos periféricos, cosa que el PSC nunca consigue
hacer, como por ejemplo recientemente, apoyando la desobediencia del Parlamento
vasco al auto del Supremo, o poniéndose del lado del independentismo vasco
frente al gobierno español, o prefiriendo el pacto con el nacionalismo vasco
antes que la unidad constitucionalista con el PP. Así no se va a ningún lado,
ni siquiera en Cataluña. Una victoria del PSC con la brújula averiada, en
alianza con ERC e ICV, con el plan Ibarretxe saliendo
al escenario en otoño, empieza a producir preocupación a los que creemos en la
Constitución y en un federalismo que no es debilidad frente a las tendencias
desintegradoras, sino la culminación del desarrollo del modelo de Estado
actual. Y para conseguir eso, el aliado principal es el PP, pues los
nacionalismos están embarcados en la deriva soberanista. Se perderá el norte si
los socialistas pierden el norte.