EL FIN DEL TERRORISMO NO PUEDE TENER PRECIO POLÍTICO
Artículo de Antonio Martín Beaumont en “El Semanal Digital” del 24/02/2004
24 de febrero. Uno se sorprende al
leer ciertos medios y al escuchar ciertas opiniones. Aparte de la habitual
divergencia de estilos y de contenidos parece que la manipulación de la
información y de la opinión es un mal creciente. Y curiosamente, suelen ser
quienes más denuncian el mal quienes más contribuyen a su crecimiento. Pero lo
peor del caso es que no hay reparos en implicar en la operación asuntos que
deberían quedar fuera del debate, como el terrorismo.
Sorprende sobre todo el aparente candor de quienes se preguntan una y otra vez
por las intenciones y los planes del nacionalismo vasco, de los separatismos en
general y de los asesinos en particular. Sorprende, porque esos planes son
públicos, porque están en trámite de ejecución y porque no hay ningún reparo,
por parte de los interesados, en que así sea.
El nacionalismo vasco que se dice "democrático" quiere la independencia de
cuatro provincias españolas, además contra la voluntad expresa de más de la
mitad de sus ciudadanos, creando como instrumento intermedio un híbrido jurídico
con nombre de Estado Libre Asociado. El nacionalismo vasco que mata –que también
dice ser democrático, ojo, además de socialista y revolucionario- quiere esa
misma independencia, aunque la quiera más rápidamente; y de hecho contribuye a
ella con el miedo, con la presión totalitaria y con la sangre. Y los demás
nacionalismos --de esas naciones que nunca existieron-- desean sólo aprovechar
el tirón de unos y de otros para arrimar el ascua a su propia sardina.
Conocemos, pues, los planes del nacionalismo. En democracia, en España, todo
ello está fuera de discusión. Y como ha dicho José María Aznar, lo único que hay
que pedir al nacionalismo terrorista es que entregue las armas al Estado, y que
los delincuentes se entreguen para cumplir las penas que les corresponden. La
única negociación posible con ETA es ésa, y todo lo demás es colaborar con la
banda armada.
Si el nacionalismo, en cualquiera de sus vertientes, quiere otra cosa, ha de ser
consciente de que se coloca fuera de la convivencia y del espíritu
constitucional. Si la tentación de aprovechar la agonía de ETA es demasiado
fuerte, han de quedar claros los riesgos que se corren. No hay precio político
por la paz, porque ésta es el presupuesto de la democracia. Si no hay paz, habrá
que obtenerla por todos los medios a disposición del Estado de Derecho, y sin
escuchar los cantos de sirena que ETA va a entonar cada vez con más fuerza a
través de sus altavoces.