CRISTIANISMO Y LAICISMO, EL DIÁLOGO NECESARIO
Artículo de JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL en "La Vanguardia" del 25-11-02
Este excelente periodista que es Enric Juliana planteaba días atrás un
interrogante: ¿puede avanzar la unidad de Europa sin considerar la concepción
cristiana? Y al hilo de ello se preguntaba sobre su disponibilidad a dialogar
con la laicidad. Esta cuestión forma parte de uno de los grandes debates
europeos del momento.
La respuesta en principio sólo puede ser afirmativa. El diálogo entre la
concepción laica del hombre y la religiosa es necesario para configurar una
vida europea cualitativamente renovada, dotada de un estilo de pensar y vivir
más adecuado a la persona, más conforme al gran ideal de unidad y solidaridad,
más próximo a las necesidades y esperanzas cotidianas de las gentes. Éste y
no otro es el deseo manifestado reiteradamente por el Papa. No se puede olvidar
que la Europa actual surgió de la voluntad de reconciliación cristiana de los
padres fundadores, Schumann, Adenauer, De Gasperi. Sus resultados hacen evidente
el diálogo, la apertura y la tarea compartida con todos. Aquel principio de
fraternidad se concretó en objectivos realistas, la CECA, el Mercado Común,
surgidos para servir primero a la fraternidad humana y luego al mercado, y no a
la inversa como ha sucedido, precisamente por la ulterior debilidad cristiana.
Lean si no a Josep M. Ruiz Simon y a Gregorio Morán. Este último del comunismo
de antaño ha pasado a cantar la Unión Europea como simple tejido de intereses,
precisamente porque prefiere eso, "la Europa de los mercaderes" que
escarnecía en sus años mozos, a permitir un resquicio a la concepción
cristiana, que los niega.
Y es que bajo el genérico de la laicidad se encuentran específicos muy
distintos. Unos corresponden a la laicidad abierta como la de un Havel, un
D'Alema, o un Veltroni, quizás el propio Giscard, que no ven en el creyente un
enemigo por batir, sino a un complementario.
Pero existe otro laicismo de ideología excluyente, que tiene la pretensión de
constituir la única aportación posible para el ordenamiento de la sociedad.
Este laicismo no dialoga con la Iglesia, simplemente la descalifica o lo
intenta. Se define como superior al sentido religioso, lo juzga y pretende
dictarle su papel. Algo que a la inversa resultaría escandaloso. Este laicismo
es una ideología en el sentido peyorativo del término: transmite una
representación falseada de la realidad que deforma las conciencias. Se
fundamenta en prejuicios y apriorismos a los que la vida debe ajustarse, negando
así la evidencia de los hechos. Necesita de dos dogmas para sobrevivir. Uno es
la no existencia de Dios; otro el sinsentido de la historia. La laicidad
excluyente sobrevive como ideología en la medida en que aquellos dos dogmas son
férreamente mantenidos, porque cualquier fisura en ellos la reduce a la nada.
La simple posibilidad, que no certeza, de la existencia de Dios, tan aceptable
como la formulación contraria, o la hipótesis de que la historia tenga
sentido, es incompatible con la laicidad ideológica. El resultado es un enfoque
dogmático y excluyente en el ordenamiento social para los cristianos.
Con el laicismo abierto no sólo es posible el diálogo, sino la tarea común,
con el ideológico sólo cabe la confrontación de las ideas -que no de las
personas- hasta conducirlo al reconocimiento del "otro", los
cristianos, en la igualdad.
Sobre éstas y más cosas debatirá la primera reunión de la Convención de
Cristianos por Europa, que se celebrará en Barcelona del 6 al 8 de diciembre
(www.eurocristians.org).