¿ES POSIBLE LA ÉTICA SIN DIOS?
Una Ética universal, no religiosa, sólo puede existir como práctica por medio de la dictadura
Artículo de JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL en "La Vanguardia" del 4-2-02
Existen dos proyectos sociales que interpelan frontalmente
al hecho religioso. Uno es la pretensión del laicismo ideológico de
proclamarse superior a toda concepción religiosa. Y se descalifica a sí mismo
por su raíz totalitaria. En una sociedad construida bajo la premisa de la
libertad, es un supuesto esencial considerar que nadie posee toda la verdad,
incluido el laicismo político.
Pero existe otro proyecto que posee mucha mayor entidad. Es el intento de
concebir una ética superadora y superior a la ética religiosa, que sigue
siendo, conscientemente o no, la base de la mayoría de nuestros presupuestos
éticos, empezando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mi
admirado José Antonio Marina registra con su reciente libro el último y
frustrado intento en este sentido.
La primera dificultad de este tipo de proyecto afecta al sujeto, al portador del
acto ético. Todo intento de construir una ética del Hombre es de aplicación
imposible. Ese concepto, Hombre como categoría que encierra a todo ser humano,
no existe en la realidad como identidad personal. Es una convención que
utilizamos porque para determinados fines es útil. Nada más. Existen María,
Juan, esto es, sujetos personales, únicos, irrepetibles e insustituibles. Por
eso, la ética, que para utilizar términos de Aranguren, es el modo adquirido
de ser y de obrar o, según Zubiri, la disposición del hombre ante la vida,
sólo puede anidar en las entrañas de cada hombre y mujer. No en una categoría
abstracta. Pero, ¿cómo? Sólo conocemos una vía que funcione en términos
colectivos e históricos: el de la relación -religión- de cada uno con Dios,
aunque sea para negarle. Ése es el único procedimiento que genera a la vez una
ética personal unida a una social, común. ¿Está usted diciendo que sin
religión no existe posibilidad de desarrollar una conciencia ética? No, digo
que se trata de la única vía que construye simultánea y armoniosamente una
ética a la vez individual y colectiva. Lo otro sólo conduce a pequeñas
éticas fragmentadas, individualistas. Y éste es precisamente el problema de
nuestro tiempo, que hace cada vez más enmarañado y frustrante el
funcionamiento de la democracia. Una ética pretendidamente universal, no
religiosa, sólo puede existir como práctica por medio de la dictadura o del
condicionamiento de la libertad por medios técnicos y científicos, que viene a
ser lo mismo en moderno.
Hay más. Una ética que prescinda de la religión sólo puede ser atea, y por
tanto filosóficamente materialista. Pero no existe, una vez liquidado el
marxismo, ninguna concepción materialista sobre la que fundar comportamientos
éticos colectivos. Si sólo somos origen del azar cósmico y nuestro fin, más
allá de meros soportes para transmitir los genes de nuestra especie, es un
sinsentido absoluto, una ética colectiva, para Juan y María, no tiene dónde
fundamentarse. Si yo soy producto de la circunstancia y no me espera nada,
entonces sólo me importo yo. Yo soy mi Dios y mi razón ética. Y sobre eso no
se construye nada. Éste es el eterno problema que surge cuando liquidamos a
Dios.
La tercera razón es histórica. Ya se han producido intentos de construir
éticas sin Dios: una corriente de la Revolución Francesa, el revolucionarismo
mexicano, el fascismo y, sobre todo, por su dimensión y consistencia, el
marxismo. Todos terminaron como el virus Ébola: destruidos por su propia
capacidad de destrucción.