¿EL ORIGEN ES DIOS?
Artículo de JOSEP MIRÓ I ARDÈVOL en “La Vanguardia” del 30.08.2003
Desde el punto de vista de nuestras preguntas vitales, los apuntes materialistas resuelven muy poco
El límite de la ciencia radica en una pregunta: ¿por qué
existe algo en lugar de nada? ¿Por qué existe el universo? Los creacionistas
razonamos que la respuesta es Dios. Es su designio. Los materialistas consideran
innecesaria aquella figura y por ello carecen de respuesta. Este es un debate
secular y por consiguiente lejos de mi pensamiento
la pretensión de cerrarlo y de ahí que comience con un
discreto interrogante, pero esto no significa que la razón no sea capaz de
vislumbrar algunos atisbos de respuesta, algunas hipótesis más probables que
otras.
No sólo no hay respuesta científica a aquella pregunta,
sino que además nos asombramos de que el universo exista debido a sutiles
equilibrios guiados por unos pocos números que quedaron establecidos después del
“big bang” inicial, el origen inexplicable sin apelar a la creación. Pequeñas
modificaciones en las constantes fundamentales que rigen lo creado harían
imposible la realidad en la que vivimos. ¿Cómo explicar este canon? ¿Es Dios
quien ha establecido las leyes que regulan la vida y la materia y por eso
nosotros podemos ir desentrañándolas? Si Él nos habla desde ellas, desde lo
creado, ¿no sería una hipótesis razonable probar de escucharlo?
Algunas corrientes del pensamiento científico actual
intentan encontrar respuestas a los interrogantes que en principio carecen de
explicación. Así, el universo surgiría de un agujero negro, pero claro, esta
respuesta encadena otra pregunta: ¿de dónde habría surgido el agujero negro
inicial? Siempre se necesitará una referencia espacio- temporal para justificar
el origen de la energía y de la materia, y ahí radica la imposibilidad de la
explicación, sin un “origen activo” ajeno a la limitación espacio-tiempo. Se
acepta que existen múltiples universos, sin que podamos científicamente
explicarlos, y mucho menos demostrarlo. Asumimos posibles realidades de tan
difícil interpretación como la distorsión que significan los agujeros (¿adónde?)
negros y, la física cuántica nos explica que una partícula puede estar
simultáneamente en dos lugares distintos. Para nuestro sentido de la vida todo
esto genera más incertidumbre, más inseguridad, que respuestas.
Porque, desde el punto de vista de nuestras preguntas
vitales, los apuntes materialistas resuelven muy poco. Más bien aumentan el
sentido de fragmentación de nuestra vida, de lo que somos y de lo que hacemos. Y
es que en realidad nuestro tiempo vital está partido en presente, pasado y
futuro sin que vivamos con plenitud en ninguno de ellos. El diagnóstico de
Berdiaev, “el tiempo no está únicamente dividido en partes sino que cada una de
ellas se subleva contra la otra”, es exacto. Pero, ¿puede ser tan triste nuestra
vida? ¿No existe otra dimensión y por tanto otra perspectiva de un tiempo
armónico y no fragmentado? Esta pregunta sobre el sentido del tiempo personal
enlaza nuestra modesta existencia con la pregunta sobre el universo. Si asumimos
que el tiempo es la negación de toda eternidad y rechazamos la existencia de una
vida eterna, es imposible evitar la fragmentación y degradación del tiempo
cotidiano entre un pasado que huye, un futuro que no llega y un presente que
nunca acaba de ser. Sólo si somos capaces de entender que existe otro estadio
donde el tiempo y el espacio dejan de tener sentido –el “lugar” de Dios–,
podremos construir el hilo conductor que una y armonice nuestro tiempo de vida
desde la perspectiva de la eternidad. Sólo si leemos nuestra vida desde la
eternidad, esto es en Dios, podremos encontrar una respuesta sencilla y
armónica, como en las buenas demostraciones de la física teórica, que dé sentido
único, a nuestra vida, a la muerte y al porqué del universo.