RESISTENCIA DEMOCRÁTICA
Artículo de Ángel Cristóbal Montes, catedrático de Derecho Civil de la
Universidad de Zaragoza, en
“La Razón” del 05/09/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Si en algún momento se pensara en Europa instalar un museo dedicado al disparate
político, difícil sería encontrar una sede más idónea que España, donde en un
cuarto de siglo de democracia se ha cometido todo tipo de extravagancias y
despropósitos y, probablemente, uno de los más firmes candidatos a la dirección
de aquél sería el inefable Gaspar Llamazares. Político este en el que se da la
más rara conjunción entre incompetencias, desorden mental, falta del sentido del
ridículo e ignorancia. Aparte del dudoso mérito de haber conducido a Izquierda
Unida hasta su práctica desaparición, tiene la virtud de formular ante los
acontecimientos políticos de su país juicios «equilibrados», «serenos» y
«justos» que facilitan mucho el conocimiento de lo que los griegos llamaban los
«asuntos de la polis».
Así, con ocasión de las últimas elecciones generales y el cambio político
asombroso que las mismas provocaron, Gaspar Llamazares, lúcido y certero,
aseveraba que en «el 14 de marzo triunfó la resistencia democrática». Si
cerramos los ojos a la realidad y componemos mentalmente la situación que
hiciera posible semejante acontecimiento, las cosas serían más o menos de esta
guisa: España había caído de nuevo en la dictadura al transformarse el aznarismo
en neofranquismo, el pueblo español peleó violentamente contra ello y el 14 de
marzo triunfó en las urnas la resistencia democrática.
¿Qué admirar más en tesis como ésta, el desparpajo o la ignorancia, la
desvergüenza o la osadía? Los españoles que ya teníamos el raro mérito político
de haber derrotado a Franco el día que el dictador murió de muerte natural,
añadiríamos ahora el no menos raro galardón de vencer a Aznar en unas elecciones
convocadas por él, en las que no era candidato y la democracia se enfrentaba a
la dictadura. Suceso curioso y aun desconocido, en el que el poder instaurado no
democrático prepara su propio sepelio, posibilita a través de las urnas el
acceso de la democracia y se retira con toda discreción cuando el pueblo
soberano dicta su veredicto. Quizá hayamos asistido, sin percatarnos del todo si
el sagaz Llamazares no lo hubiera advertido, a la reivindicación histórica del
pueblo tomando democráticamente el poder tras un largo periodo de resistencia
democrática.
Durante los ocho años de la dictadura de Aznar, los demócratas españoles
habrían resistido bravamente, se organizaron para combatir la opresión,
difundieron con harto peligro el «espíritu de libertad», sufrieron en sus
propias carnes incontables excesos y, no habiendo podido utilizar a plenitud las
elecciones generales de 2000, se sirvieron de las de 2004 para poner fin al
aciago mandato del Partido Popular. La resistencia, los maquis, los partisanos,
los guerrilleros democráticos habrían conseguido su objetivo supremo, derrocar
al tirano, por más que su instrumento no fuera la lucha armada sino las urnas
dispuestas por el mismo, y por más que, otra vez, lo más aguerrido de esa tropa,
los comunistas, no hubiera obtenido el reconocimiento expreso y tangible de su
extraordinaria gesta democrática.
Decía Voltaire que «la Historia está escrita a base de jugarretas hechas a
los muertos». Pues bien, en España ni siquiera necesitamos que se mueran los
protagonistas para escribir la Historia de la manera más capciosa posible, ya
que lo ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo, que trastornó por completo el
juego político normal, arrebató a muchos españoles el frío discernimiento
electoral, sacó de quicio el proceso político y posibilitó la afloración de
algunas de las lacras más vituperables desde el punto de vista cívico, resulta
ahora, según el pensamiento de Gaspar Llamazares, que fue un poderoso y
democrático movimiento ciudadano que puso en jaque al poder establecido y logró
su desplazamiento mediante el más sublime de los instrumentos políticos: el
voto. Realmente, en España entendemos bien la sustancia y la operatividad del
procedimiento democrático.