CIEN DIAS DE POLÍTICA EXTERIOR

 

 Artículo de MIGUEL ANGEL MORATINOS,  Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación,   en  “ABC” del 27/07/2004

 

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Han sido tres meses de gran intensidad en nuestra política exterior, con escasos precedentes en las últimas décadas. En muy poco tiempo, el Gobierno ha tomado decisiones de gran calado y ha empezado a plasmar una visión largamente madurada sobre el papel de España en Europa y en el mundo.

El Gobierno tomó posesión pocas semanas después del atentado terrorista más grave de nuestra Historia. Hasta ahora, el terrorismo que había azotado nuestra sociedad tenía su origen dentro de nuestro país. La dimensión internacional de los atentados de Madrid, vinculados con las redes de Al-Qaeda, conectó trágicamente el nombre de nuestra capital a los de Nueva York, Casablanca, Estambul o Bali. Es lógico por lo tanto que la lucha contra el terrorismo sea uno de los ejes prioritarios de nuestra política exterior.

El Partido socialista siempre sostuvo que la guerra en Irak no sólo no contribuía positivamente a la lucha contra el terrorismo, sino que resultaba contraproducente para combatir un fenómeno tan complejo. Un supuesto muy distinto fue la intervención en Afganistán, base de entrenamiento de redes terroristas amparadas por el régimen de los talibanes. En este caso existía un amplio consenso en la comunidad internacional, refrendado por las correspondientes resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sobre la necesidad de actuar con firmeza.

Retirar nuestras tropas de Irak y reforzar nuestra presencia sobre el terreno en Afganistán han sido dos decisiones de este Gobierno que responden a un mismo objetivo: readecuar nuestro despliegue de tropas en el exterior en función de las verdaderas prioridades en la lucha contra el terrorismo yihadista. En estas decisiones hubo, además, otro aspecto fundamental: la profunda convicción de que sólo un respeto escrupuloso de la legalidad internacional puede generar la legitimidad necesaria para mantener el esfuerzo sostenido que va a requerir la lucha contra esta amenaza estratégica.

Naciones Unidas, con todas sus imperfecciones, sigue siendo hoy en día la única institución que puede legitimar y autorizar el uso de la fuerza en defensa del derecho internacional. La dura prueba de Irak lo ha demostrado claramente. España apuesta por ello decididamente a favor de un multilateralismo eficaz. El hecho de que Estados Unidos haya acercado sus posiciones a las de los demás miembros del Consejo de Seguridad, haciendo así posible la adopción de la resolución 1546, nos permite contemplar con esperanza la perspectiva de una necesaria revitalización de las relaciones transatlánticas sobre la base del respeto, la sinceridad y la lealtad entre aliados. España desea naturalmente mantener las relaciones más estrechas posibles con nuestro aliado norteamericano.

Nuestro desafío, si queremos que la ONU sea respetada por la comunidad internacional, es convertirla en un instrumento de actuación más ágil y más eficaz. En este sentido, hemos logrado que un español, Javier Rupérez, sea nombrado como primer Director Ejecutivo del recientemente reforzado Comité para la Cooperación contra el Terrorismo. Todas estas cuestiones fueron tratadas con el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, durante mi reciente visita a Nueva York el pasado 21 de julio.

Al decidir aumentar nuestra presencia en el contingente de la ISAF en Afganistán, hemos introducido también nuevas reglas del juego en el ámbito de la política interna. A partir de ahora, el Gobierno siempre acudirá al Parlamento para solicitar su aprobación, cada vez que se plantee el envío de tropas para operaciones de mantenimiento de la paz. Estamos convencidos de que sólo el pleno apoyo de nuestra sociedad, expresado a través de sus representantes, puede sostener el esfuerzo y los sacrificios que exige el cumplimiento de nuestras responsabilidades internacionales. Los ciudadanos españoles deben comprender el vínculo que existe entre su seguridad cotidiana y la participación en misiones más allá de nuestras fronteras, en las que siempre se corren riesgos.

La unidad de los partidos políticos en el apoyo a nuestra política exterior y de seguridad nos hace fuertes; las divisiones, vulnerables. Por eso el Gobierno ha hecho un llamamiento a la oposición para recuperar el consenso en áreas básicas de nuestra política internacional. Este consenso no puede ser una vuelta pura y simple a la situación de los años noventa ya que las circunstancias internacionales han cambiado. Para que España siga siendo un país respetado en el mundo no podemos permitir que su política exterior esté sometida a alteraciones sustanciales cada vez que juegue la alternancia en el poder. Apelamos por tanto al sentido de Estado de la oposición para reconocer este hecho y acordar unas líneas básicas que den continuidad a nuestra proyección internacional.

El Parlamento, centro de la vida política española, debe ser el lugar donde construir ese consenso a través de un debate abierto a los ciudadanos. Prueba de la voluntad del Gobierno son las cuatro comparecencias que he realizado ante Comisiones del Congreso y del Senado para exponer las líneas generales de nuestra política exterior, así como las de los Secretarios de Estado de Asuntos Exteriores y para la Unión Europea. Diputados y Senadores no solo han participado en su labor de control del gobierno, sino que por primera vez se han incorporado a las delegaciones diplomáticas españolas, convirtiéndose en importantes actores de nuestra política exterior.

Aunque no respaldamos la guerra en Irak, somos plenamente conscientes de la necesidad de apoyar la estabilidad de este país en su complejo proceso de transición. El Gobierno español se ha fijado tres líneas de acción: jugar un papel constructivo en el Consejo de Seguridad, como lo demostramos en las negociaciones para la aprobación de la resolución 1546; mantener el considerable esfuerzo de asistencia financiera ya comprometido, y animar a los países vecinos de Irak, mediante una diplomacia activa en la región, a que cooperen en su proceso de estabilización.

Volver al corazón de Europa ha sido otra de las prioridades fundamentales de la política exterior española. En estos meses, hemos restablecido un diálogo constructivo con Francia y Alemania. También hemos consolidado una relación intensa y mutuamente provechosa con Portugal y queremos mantener una colaboración estrecha con el Reino Unido en la que estén incluidas todas las cuestiones relativas a Gibraltar. Y, juntos, estamos recuperando un clima de normalidad en las relaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos.

Sin duda, el logro más destacable en el marco europeo es haber sacado adelante el proyecto de Constitución que otorga a la Unión Europea un instrumento para convertirse en una comunidad política solidaria basada en unos valores comunes. El texto Constitucional que se acordó a finales del pasado junio, tras duros meses de negociación, es un texto innovador y equilibrado que, entre otras cosas, reconoce explícitamente el valor de todas las lenguas de España y consolida el futuro de Canarias en el marco de la Unión, gracias a la mejora del régimen otorgado a las Regiones Ultraperiféricas.

El Gobierno se ha propuesto que España sea uno de los primeros Estados en ratificar la Constitución y en los próximos meses, tras consultar con todas las fuerzas políticas, convocará un referéndum para dar a los ciudadanos la oportunidad de reafirmar su compromiso con Europa.

La selección de las personalidades destinadas a dirigir las principales instituciones europeas ha sido muy favorable para los candidatos españoles: Javier Solana fue confirmado con un amplio acuerdo para un segundo mandato como Alto Representante para la política exterior y de seguridad común y se convertirá en el primer Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Europea y José Borrell ha sido elegido presidente del Parlamento Europeo. A esto habría que añadir, como un elemento positivo para nuestros intereses, la decisión del Consejo Europeo para que un buen amigo de España, como lo es José Manuel Durao Barroso, sea el próximo presidente de la Comisión Europea.

Los nombramientos de Solana y Borrell responden plenamente a su capacidad personal pero también demuestran el prestigio de España en Europa. Se trata sin duda de un reconocimiento al papel jugado por España en la construcción europea desde su adhesión en 1986, al que han contribuido de diferentes maneras los sucesivos gobiernos. Nuestro peso en Bruselas dependerá en gran medida de que seamos capaces de desarrollar una visión europea que sepa insertar la defensa de nuestros intereses nacionales en un marco de integración. De ahí la importancia de llegar en esta cuestión a un pacto de Estado entre las principales fuerzas políticas y más aún con el horizonte ya muy próximo de la negociación de las próximas perspectivas financieras.

La Unión Europea ha atravesado un período reciente en el que ha estado absorbida por grandes desafíos internos: la unión monetaria, la ampliación y la Constitución europea. Nuestro Gobierno considera que ha llegado el momento de que Europa mire hacia afuera y se vuelque en los retos exteriores, empezando por su entorno inmediato. La política exterior común sólo adquirirá credibilidad si resulta operativa en las relaciones con nuestros vecinos al Este y en el Sur del Mediterráneo. Por ello vamos a ser los primeros en impulsar la iniciativa para una Nueva Vecindad y también en reclamar que la voz europea sea más escuchada para recuperar el proceso de paz en Oriente Medio.

En el plano bilateral, hemos desplegado una intensa actividad diplomática con nuestros socios del Magreb. Además de otros contactos, las visitas del Presidente del Gobierno a Marruecos y Argelia, las mías a Túnez y Argel, y las del Secretario de Estado a Libia y a Tinduf han transmitido nuestra visión global del Magreb, alejada del juego de las alianzas coyunturales. Deseamos impulsar con estos países vecinos una relación intensa y mutuamente provechosa, capaz de afrontar los desafíos que compartimos en el escenario internacional: el terrorismo, la ordenación de los flujos migratorios y la construcción de un espacio de co-prosperidad que proporcione un horizonte político y satisfaga las legítimas aspiraciones de los ciudadanos, especialmente los jóvenes, de ambas orillas, sin olvidar el pleno aprovechamiento de nuestra complementariedad económica.

Avanzar en el proceso de integración magrebí, paralelamente a la profundización del partenariado euromediterráneo, es una condición básica para lograr los objetivos mencionados. Debemos ser conscientes de que el problema central que obstaculiza este proceso de unidad magrebí es el conflicto del Sahara Occidental. Asimismo, hemos de reconocer, como lo demuestran treinta años de Historia reciente, que no se puede imponer una solución en la que haya vencedores y vencidos. Por ello, el Gobierno ha decidido pasar de una política de neutralidad pasiva a una diplomacia activa que fomente un diálogo entre todas las Partes y países concernidos, liderado por las Naciones Unidas y que conduzca a una solución justa y definitiva que satisfaga las premisas de la legalidad internacional y que respete el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui.

Iberoamérica será una de las principales prioridades de este Gobierno durante la presente legislatura. Nuestros vínculos de familia se han hecho más fuertes y han adquirido una nueva consistencia en los últimos años gracias a la inversión de nuestras empresas al otro lado del Atlántico y a la inmigración procedente de esos países. Nuestro objetivo es que esta creciente interdependencia se vea acompañada por una mayor intensidad política en nuestras relaciones bilaterales. Eso significa una mayor presencia en forma de visitas, como las ya realizadas a México, Brasil o Colombia y contactos mutuos, como los mantenidos con Argentina, Bolivia, Chile, Cuba, Panamá, Perú, República Dominicana, Uruguay o Venezuela, y también una mayor concertación sobre los grandes temas internacionales, como recientemente hicimos los países iberoamericanos miembros del Consejo de Seguridad al adoptar posiciones comunes durante la negociación de la Resolución 1546 sobre Irak. Otra prueba de nuestro compromiso regional es la contribución española a la operación de mantenimiento de la paz en Haití, que se suma a la de Brasil, Argentina y Chile, entre otros países. En el ámbito multilateral, quiero destacar nuestra activa participación en la cumbre de Guadalajara que fue además la ocasión para entablar los primeros y prometedores contactos con los líderes latinoamericanos al mismo nivel. Por otra parte, pondremos todo nuestro empeño para que la recién creada Secretaría General de las cumbres Iberoamericanas se convierta en un eficaz instrumento de impulso político de nuestra agenda común.

El Gobierno se propone reforzar también su presencia en África Subsahariana. En primer lugar en lo referente a la política de cooperación, que va a ser ampliada, pero también para poder abordar con los países africanos temas importantes de interés común, como la emigración o el terrorismo. En Asia el Gobierno está elaborando un Plan de Acción para la región que nos permita hacer frente a las nuevas posibilidades que para nuestra política exterior están surgiendo en países como China, India o Japón, entre otros.

Nuestros esfuerzos en materia de Cooperación pretenden que la política a favor de los derechos humanos, la lucha contra el hambre y la pobreza, la cohesión social y la eliminación de los elementos de exclusión sea una de las señas de identidad del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Bajo esta premisa básica, estamos recuperando el diálogo con todos los agentes de cooperación de la sociedad civil, para contar con sus ideas y proyectos. El objetivo de este diálogo es mejorar la eficacia de la política de cooperación y asegurar el buen destino de los recursos que aportan los contribuyentes españoles al desarrollo y cooperación en terceros países. Con este mismo fin estamos buscando la mayor coordinación posible con otros departamentos del Gobierno, con las Comunidades Autónomas, con nuestros socios europeos y con las agencias internacionales de desarrollo.

Por otra parte, los proyectos y programas de ayuda al desarrollo estarán marcados por las premisas del nuevo Plan Director (2004-2008), ya en proceso de elaboración, que se basará en el cumplimiento de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas y la Estrategia de asociación para el desarrollo. El Plan Director tendrá como principales premisas incrementar la Ayuda Oficial al Desarrollo, dirigida a nuestro espacio natural: Latinoamérica y Magreb, a la vez que -como ya se ha dicho- volvemos la mirada, tras años de olvido, al África Subsahariana. Y será fundamental contribuir al desarrollo a través de inversiones sociales básicas y asegurar unos servicios públicos de calidad que mejoren las condiciones de vida de las poblaciones más desfavorecidas.

Estas breves reflexiones pretenden ofrecer un resumen de lo que han sido los primeros pasos del Gobierno en política exterior. En un corto espacio de tiempo hemos tomado decisiones difíciles, indispensables y comprometidas. De hecho, no hemos podido disfrutar de los tradicionales cien días de gracia que permiten al nuevo Gobierno un mínimo de tranquilidad para desarrollar sus primeros planes. Quizás sea este el momento de recuperar el sosiego necesario para discutir y eventualmente acordar con la oposición una verdadera política de Estado en el ámbito exterior en la que todos podamos reconocernos y que, en consecuencia, todos estemos dispuestos a apoyar.