AUTONOMÍA
Y SOLIDARIDAD
Artículo de José
María Muguruza, Abogado, en “ABC” del 08.04.2003
Con un muy breve comentario al final (L. B.-B.)
Si
ya la situación política vasca está muy complicada e irradia sus efectos hacia
el conjunto de la política española, estamos observando en estos momentos la
emergencia o, mejor dicho, la concreción de flujos procedentes de Cataluña que
van a contribuir a enrarecer todavía más el debate político con la concurrencia
de proyectos diferentes que afectan a los mismos cimientos de la estructura del
Estado.
El proyecto que más desarrollo ha alcanzado hasta el momento, es el que el
lehendakari Ibarretxe presentó para el País Vasco en
la sesión parlamentaria del mes de septiembre último, proponiendo eso que llama
estatus de libre asociación con España, si bien su propio partido ya se ha
ocupado de precisar que no es su último proyecto, sino un paso más hacia la
construcción de Euskal Herria
como estado soberano.
El candidato a president, Artur
Mas, ha anunciado un proyecto similar, aunque no tiene la segunda parte que de
modo explícito proclama el Partido Nacionalista Vasco, sino que ha manifestado
su disposición a implicar a Cataluña en el futuro de España e, incluso, a
participar en su gobierno.
Por su parte, va tomando cuerpo ese proyecto que Pasqual
Maragall llama federalismo asimétrico, que se plasmaría en una reforma del
Estatuto catalán por los cauces previstos en la Constitución, con la
modificación de ésta si fuera necesaria, que está impregnando ámbitos cada vez
más extensos del socialismo español y vasco. Salta a la vista que estos
proyectos tienen diferencias esenciales entre sí, pero también es evidente que
tienen algo en común que identifica a los tres y que no es otra cosa que su
carácter de simples reivindicaciones de poder político.
Frente a ellos, se alza la Constitución española, que en su artículo segundo
fundamenta la unidad de España y su vertebración territorial en el
reconocimiento y garantía del derecho a la autonomía de las nacionalidades y
regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas. Es decir,
autonomía y solidaridad como bases de la integración territorial.
Difícilmente hubiera sido posible concentrar en dos palabras un proyecto de
tanta profundidad y alcance como la articulación territorial de España. Era
necesario otorgar rango constitucional a la diversidad de los pueblos que la
componen, así como al encuentro de todos ellos en un conjunto que tiene la
fuerza de los lazos no solamente políticos, sino afectivos, culturales,
mercantiles y de todo orden que han creado muchos siglos de historia en común.
Solidaridad y autonomía son dos conceptos que se complementan y necesitan
recíprocamente, cuya conjunción puede y debe servir para fortalecer la
identidad de las partes y del todo. El más simple análisis comparativo de este
planteamiento constitucional con los proyectos antes mencionados, pone de
manifiesto una clara superioridad conceptual de aquél sobre éstos. La
armonización entre el reconocimiento de poder político a las nacionalidades y
regiones que componen España con la solidaridad entre todas ellas, contrasta
con el carácter eminentemente egocéntrico de proyectos esencialmente
reivindicativos. A mí, personalmente, me atrae más un proyecto solidario que un
proyecto exclusivo. ¿Es que alguna vez hemos oído hablar al lehendakari Ibarretxe de solidaridad? Sí, pero solamente de solidaridad
entre vascos, cuando la solidaridad no debe tener fronteras, mucho menos entre
pueblos fuertemente vinculados. Y no deja de ser sorprendente que en este
momento se estén produciendo aproximaciones entre la izquierda y los
nacionalismos, por ejemplo el proyecto de Pasqual
Maragall quiere ser una especie de síntesis entre ambos, cuando la solidaridad
ha sido siempre una de las banderas más preciadas de la izquierda. Solamente la
Constitución española contiene una proclamación expresa de la conjunción entre
autonomía y solidaridad. Pero si queremos situar la cuestión en el momento
actual, es conveniente analizar la forma en que se ha desarrollado esta
definición constitucional a partir de su aprobación.
Desde un principio, todos los debates políticos relacionados con la división
territorial de España lo han sido de reparto de poder, en tanto que la solidaridad
no ha tenido más concreción que el Fondo de Compensación Interterritorial, de
cuyo funcionamiento apenas se habla y del que, por tanto, conocemos muy poco.
Por ejemplo, en el País Vasco, el Gobierno vasco gestiona actualmente un
presupuesto de un billón de pesetas, en tanto que el cupo que se paga a la
Administración del Estado por el ejercicio de las competencias que mantiene en
nuestra Comunidad solamente alcanza a ciento ochenta mil millones, es decir, un
ochenta y cinco y un quince por ciento aproximadamente. Pero como en estos
datos no se incluye la Seguridad Social, los nacionalistas reclaman la
transferencia de su gestión rompiendo el concepto de caja única. Es decir, más
autonomía y menos solidaridad. A mí, como vasco, me produce sonrojo.
Así pues, a mi juicio, antes de hablar de nuevos proyectos políticos, lo
primero que hay que hacer es compensar el desfase que hasta ahora se ha
producido en el desarrollo de los dos pilares básicos de la vertebración
territorial de España, que proclama el artículo segundo de la Constitución,
haciendo real la idea de solidaridad en su más amplio sentido.
No quiero con esto decir que los Estatutos o la propia Constitución sean dogmas
inmutables en su aspecto de distribución de poder, sino únicamente que hay que
profundizar y desarrollar más el concepto de solidaridad, para evitar que
aquéllos se conviertan en un disolvente por olvidar el concepto verdaderamente
integrador.
Yo creo firmemente que es necesario volver a traer al juego político el
artículo segundo de la Constitución, volver a pensar en la armonización de
autonomía y solidaridad y compensar el desfase que se ha producido entre el
desarrollo de ambas en beneficio de la primera y en perjuicio de la segunda.
La falta de coordinación en este desarrollo produce y producirá disfunciones
que nos alejarán del objetivo deseado, que no debe ser sino la más perfecta
armonización entre los dos pilares para la más perfecta vertebración
territorial de España.
Muy breve comentario:
¿QUÉ ES ESO DEL AUTOGOBIERNO?
(L. B.-B.)
La izquierda debería darse cuenta de que eso del autogobierno es
distinto para ella de lo que lo es para la derecha. En Cataluña existe una idea
equivocada del autogobierno, se piensa en él como si fuera un camino inacabable
y penoso de asunción de competencias políticas que habrían de ser semejantes a
las de un Estado para que el país se viera autorrealizado
y satisfecho. Pero como la independencia no es rentable, ni parece viable
---"avui per avui"
dicen---, pues vaciemos el Estado en Cataluña sin una ruptura formal. Los
vascos hablan del pacto con la Corona, cuando se ponen racionales, y aquí en
Cataluña se hablaba de volver a la situación previa a 1714. ¡Jope! Pero
bueno, ahora, ¡todos modernos y vascos! ¡viva la
soberanía, la autodeterminación, el concierto y el Estado asociado!
Y la izquierda siempre a remolque, sin desarrollar una concepción
propia. La izquierda debería ser solidaria, sin caer en las sucesivas trampas
dialécticas de la derecha. Ahora se nos viene a proponer no sé qué de las
autopistas, como si fuera un agravio histórico y no una ventaja comparativa
tenerlas treinta años antes aunque fueran de peaje.
Pero es que además, no se entiende que el autogobierno de
izquierda es solidario, no puede consistir en reclamar privilegios fiscales
como los de los vascos, sino en reclamar la anulación de los mismos, haciendo
que todos los españoles tributen en proporción a la riqueza de cada uno.
Y tampoco se entiende que el autogobierno tiene unos límites a
partir de los cuales ya no existe margen de opción. Ya no se puede obtener más,
y lo que hay que hacer es participar en el gobierno federal. Es la única manera
de tener autogobierno completo, de aumentar el ámbito de decisión propio.