UN OCÉANO DE DEMAGOGIA
Artículo de Alejandro MUÑOZ ALONSO
en “La Razón” del 22/09/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
¿Vivimos en democracia? La pregunta puede parecer impertinente y hasta ofensiva
pues nadie duda de que España –¿se puede seguir utilizando este nombre?– posee
todos los requisitos formales de la democracia: elecciones libres, pluralismo
político, Parlamento, derechos humanos y libertades públicas... Pero la
interrogación puede ser oportuna si recordamos que, nada menos que hace
veinticinco siglos, Aristóteles ya advertía de la irrefrenable tendencia de
todos los regímenes a la degradación, lo que les conducía a formas perversas,
caricaturas de las formas puras y alejadas de sus principios y valores. La
observación de lo que sucedía en su época le llevaba a la conclusión de que la
monarquía se convertía con demasiada facilidad en tiranía; la aristocracia, en
oligarquía, y la democracia («politeia» la llamaba él), en demagogia. Por eso,
de Polibio (régimen mixto) a Montesquieu (división de poderes), se han inventado
mecanismos que eviten esa degradación a la que tantos regímenes son proclives.
En la actualidad, muchos sistemas son formalmente democráticos, sobre todo
porque se basan en la legitimidad que dan las urnas pero fallan en casi todo lo
demás. De ahí que algunos especialistas hayan elaborado una nueva categoría, la
de las «democracias electorales», que celebran regularmente elecciones pero ni
respetan los valores y principios de la democracia (por ejemplo, la división de
poderes, los derechos fundamentales, el respeto a las minorías... ) o atentan
directa o subrepticiamente las bases constitucionales del sistema. Algunos
anglosajones hablan de «illiberal democracies», apuntando a su falta de cultura
liberal. El mundo está lleno de este tipo de regímenes que se han degradado
hasta llegar la demagogia, convertida en sistema. Algunos ejemplos vienen
inmediatamente a la consideración, como la «república bolivariana» de Chávez en
Venezuela. Pero, sin ir más lejos, el empacho demagógico puesto en marcha por el
actual Gobierno socialista español es tan ostensible que se puede afirmar que,
en estos momentos, España representa un modelo casi «perfecto» de demagogia
institucionalizada.
Aquí existe, actualmente, un Gobierno asentado sobre los tres pilares que
representan la esencia misma de la demagogia. El primero de esos pilares
consiste en supeditar cualquier atisbo de programa (el PSOE carece de cualquier
cosa que se pueda llamar así, salvo la voluntad de apalancarse en el poder) a lo
que en cada momento parezca más rentable electoralmente, así como a los deseos,
caprichos e intereses de los socios o aliados por antitéticos que sean con los
propios principios y con eso que antes se llamaba el interés nacional. Carecer
de ideas propias, sustituidas por la vaciedad del «talante», se convierte en
mágica fórmula de gobierno. Y ahí tenemos a Zapatero afirmando que está
dispuesto a aceptar todo lo que le pidan sus socios, en primer lugar Maragall,
decidido éste a desmontar el Estado en beneficio propio, que no de Cataluña.
El segundo pilar es la inquina por descalificar y deslegitimar todo lo hecho
por el único partido que puede poner en peligro esa obsesión del PSOE por
convertirse en el PRI español. Al servicio de ese designio se utiliza
descaradamente la mentira, esa arma predilecta de todos los demagogos, se
tergiversa todo lo imaginable y se engaña al pueblo, una buena parte del cual
parece sentirse feliz en ese universo virtual de la patraña. En el colmo del
cinismo, estos mentirosos patológicos, encabezados por ese minimaquiavelo
llamado Rubalcaba, no cesan de llamar mentirosos a sus adversarios, aunque sea
evidente quién miente aquí, quién ha mentido siempre y quién dice la verdad. O
viene Bono (por cierto, ¿dónde está el decreto retirándole aquella insólita y
autoconcedida gran cruz?) y se queda tan tranquilo diciendo que el PP afirmó que
la plena profesionalización de las Fuerzas Armadas tenía un coste cero, cuando
todos los que participamos en aquel proceso sabemos que se insistió hasta la
saciedad en que el ejército profesional es, siempre, mucho más caro.
El tercer pilar de la demagogia viene dado por la voluntad de plegarse a lo
que la opinión pública pida en cada momento, renunciando al papel pedagógico que
le atañe a todo gobierno para explicar a los ciudadanos que a veces hay que
hacer cosas difíciles o poco gratas porque el interés nacional lo requiere. La
retirada de nuestras tropas en Iraq, en el momento en que más necesarias eran
para contribuir a la difícil estabilización de aquel país, de acuerdo con las
resoluciones de Naciones Unidas y con las peticiones de otros responsables, como
el recién elegido presidente de la Comisión Europea, Barroso, es el ejemplo más
claro de esa demagogia barata y suicida. Que sea ésa la decisión de la que está
más orgulloso Zapatero dice todo acerca de la calidad de estadista de quien
actualmente ocupa La Moncloa convertida, por cierto, en pasarela de moda de unas
ministras que posan, mientras sus colegas masculinos pasan. Pasan de todo. Y
cuando no pasan es peor porque la incompetencia resplandece aún más. Zapatero,
con un desconocimiento difícilmente superable de nuestra situación
geoestratégica y de sus exigencias, se ha malquistado con los EE UU y, como
compensación, ha querido acercarse a Francia y a Marruecos, dos países cuyos
intereses están sobradamente demostrado por la historia que no coinciden casi
nunca con los españoles. Pero de la política exterior (¿) de Zapatero habría que
tratar con mucho más detalle. Iba a escribir que, en estos momentos, el mundo
rueda a espaldas de Zapatero, pero me parece que, a efectos de política
internacional, Zapatero no tiene espalda ni, menos aún, fachada. España ha
entrado de nuevo en la insignificancia, ha dejado de ser un país fiable.
Despreciado por quienes se sienten traicionados, pero despreciado también por
los otros, porque cuando un país rompe de un modo tan flagrante sus compromisos
internacionales pierde credibilidad porque se piensa que quien la hace una vez
la puede hacer otras muchas veces.
Alejandro Muñoz Alonso es senador