UNA PANORAMICA DE LA SITUACION MUNDIAL
Luis Bouza-Brey, 17-1-03.
Se hace preciso volver a reflexionar
urgentemente sobre la situación mundial, en el Oriente Próximo, frente al
fundamentalismo islámico y el terrorismo global, ante el conflicto iraquí y el
palestino-israelí. La posibilidad de una guerra inmediata debe impulsar la
reflexión a fondo sobre la situación, inyectar orden y sentido a los
acontecimientos y procesos, debatir a fondo las opciones abiertas.
La lectura del reciente artículo de Solana en
"El País" del 13 de este mes llama la atención por la
existencia de algunas afirmaciones que revelan un desajuste grave, que puede
ser letal, en la percepción de los europeos sobre la situación mundial. Solana
afirma que
"Para la mayoría de los europeos hoy,
el cambio reciente más importante en el entorno de la seguridad es la
eliminación de la amenaza soviética y no el surgimiento de una amenaza
terrorista, que es el foco de atención natural en Estados Unidos".
Si esto es cierto, que no lo parece, los
europeos llevamos durmiendo diez años, encerrados en nosotros mismos, y
deambulando sonámbulos desde el once de septiembre, sin haber captado el
significado real de todo lo que está sucediendo.
LA TRANSFORMACION DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES Y LA
NECESIDAD DE UN NUEVO EQUILIBRIO
El paso de un mundo bipolar a otro multipolar con EEUU como potencia hegemónica hace tiempo
que viene desarrollándose, sin que los líderes europeos hayan reaccionado con
presteza como tales, durmiéndose en el objetivo de la creación del euro y
desatendiendo el desarrollo político de la Unión, su reforma constitucional y
su coherencia, cohesión e innovación política. Entre tanto, ha sido EEUU el que
ha asumido el rol de liderazgo de la política mundial, incluso sacándonos las
castañas del fuego en los Balcanes, ante la incapacidad de los líderes europeos
para poner en marcha soluciones a problemas emergentes en nuestro propio
territorio.
Europa es un gigante económico carente de
dirección política suficiente para gobernarse, de manera que si existe alguna
responsabilidad por la posible ruptura o deterioro de las relaciones
trasatlánticas —que tampoco parece un riesgo cierto, sino la queja de un liderazgo
europeo que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias--- hay que
atribuirla a la parálisis europea, incapaz de percibir el cambio de la
situación internacional y de reaccionar políticamente ante el mismo. Europa se
ha habituado a una pauta de participación secundaria y local en la política
mundial, en la que asume el papel de aliado fiel de EEUU, que es quien con su
potencia se responsabiliza de resolver directamente los problemas, pidiendo
ayuda a sus aliados cuando los necesita. Y esta distribución del trabajo
debería cambiar, si Europa hubiera madurado políticamente lo suficiente como
para asumir un papel más activo. Pero el problema, como decía Kissinger hace años, es que Europa aún no tiene teléfono.
El cambio que se está produciendo es el de
un mundo cada vez más denso e interdependiente, cada vez más aceleradamente
cambiante, en el que la universalización del cambio produce graves desarraigos
sociales, desajustes y desequilibrios internacionales y deterioros ambientales,
que dan lugar a problemas y conflictos de toda índole que alguien tiene que
gobernar, si no se quiere que el caos destruya a la Humanidad y al Planeta. Por
ello, es vital echar mano aceleradamente de todas las posibilidades de
gobernación mundial de que se disponga, arrimando el hombro a fin de asentar y
estabilizar el liderazgo y las instituciones mundiales y poner fin a, o
controlar, los conflictos más graves y destructivos, que aunque sean locales
constituyen ya un peligro para el conjunto de la Humanidad.
Las Naciones Unidas, EEUU y las potencias
regionales deben aunar esfuerzos para gobernar el mundo, encontrando un nuevo
equilibrio dinámico que transforme lo que en estos primeros años del siglo
comienza como un retroceso, modificando la situación mundial a fin de hacerla
avanzar hacia nuevos horizontes de desarrollo humano.
En Norteamérica, los Republicanos deberían
ser conscientes de que el aislacionismo ya no es posible, y que el poder
político debe limitar la voracidad, codicia e intereses cortoplacistas de las grandes
corporaciones, así como formular políticas de ámbito mundial que puedan
compaginar mejor el interés nacional y el liderazgo mundial de su país.
Las Naciones Unidas deberían encontrar
mejores métodos de articulación de las antiguas y nuevas potencias con el resto
de las sociedades, y mecanismos de cooperación que puedan trascender
rivalidades inmediatas a fin de desbloquear el funcionamiento de una
institución que ya es vital para la supervivencia de la Humanidad.
Pero esta dinámica internacional, que se
acaba de describir, ha experimentado una mutación desde el 11 de septiembre del
2001. Mutación consistente en la acentuación del liderazgo norteamericano a
consecuencia de la emergencia en la escena internacional de la crisis de la
civilización islámica y de un terrorismo global que intenta resolver dicha
crisis recurriendo al fundamentalismo y a la guerra abierta contra los
"infieles".
Frente a ello es preciso articular dos
formas de respuesta, a corto y largo plazo. La mentalidad europea que define Solana,
caracterizada por la búsqueda de causas económicas y políticas a los problemas
y conflictos mundiales, puede servir para resolver el problema de la crisis de
la civilización islámica ante la modernidad en el largo plazo, pero no en el
corto. Y a los fanáticos hay que pararlos ya, sin esperar a que dentro de
veinte años despegue la modernización en el mundo árabe, pues para entonces
podemos estar todos calvos y achicharrados.
Hay mucha gente en los países occidentales
que no es consciente del peligro múltiple a que se enfrenta el mundo. En primer
lugar, y en pocas palabras, si no hay petróleo no comemos ninguno, y el
petróleo se está intentando transformar en un arma política por los
fundamentalistas y compañeros de viaje, cuyo objetivo es desestabilizar el
golfo Pérsico y cerrar el grifo de la energía. Por ello, resultan bastante
cortas de alcances las interpretaciones que ven en el conflicto con Irak una
mera consecuencia de la codicia occidental, cuyo objetivo sería apropiarse de
los pozos petrolíferos del segundo país productor de oro negro. Existen
intereses más altos que ésos, y el primero y más urgente consiste en que esos
intérpretes y el resto del mundo puedan sobrevivir, alimentarse, calentarse y
desplazarse, sin que el grifo se cierre.
Pero éste es el peligro menor de los que
afronta la civilización: el fanatismo del terrorismo global le lleva a efectuar
atentados en cualquier parte del mundo —incluida Europa cuando le convenga a Al
Quaeda—, y atentados cada vez más espectaculares y
mortíferos. Por eso, cuanto antes disponga de armas de destrucción masiva mejor
equipado estará para realizar sus objetivos.
Frente a estos peligros, resultan
chocantes los remilgos de muchos países ante Estados como Irak, un enemigo
irresponsablemente dirigido por un lunático, situado en el centro neurálgico de
la crisis del Islam y de los yacimientos de petróleo más importantes del mundo.
La alianza estratégica de Irak con el terrorismo de Al Quaeda
no está comprobada, pero es una potencialidad y un riesgo muy real. En cambio,
lo que sí parece probado es la vinculación del régimen de Saddam con el
terrorismo fundamentalista palestino, cuyo objetivo es destruir Israel, como
representante de los enemigos del Islam en el mundo árabe.
Frente a esta acumulación de peligros y
procesos hostiles, la estrategia de la guerra preventiva está justificada. El
problema de esta estrategia es que no se puede autorizar su utilización a todos
los países, pues eso desencadenaría la inestabilidad generalizada. Pero el
hecho de que la asuma EEUU sin ningún tipo de control también es peligrosísimo
para el equilibrio mundial. Por ello es preciso articular controles
institucionales por medio de las Naciones Unidas, a fin de gobernar el uso de
la fuerza, e impedir la emergencia de una Norteamérica imperial que, por ello,
perdería su legitimación y liderazgo. Pero el rechazo del unilateralismo
norteamericano no debe conducir a la parálisis de la comunidad internacional
frente a peligros reales, pues se produciría una indefensión letal. Por ello es
preciso que las Naciones Unidas se hagan respetar, y que Europa asuma un papel
más activo y firme en apoyo de EEUU.
¿COMO RESOLVER LA CRISIS DEL MUNDO ISLAMICO?
El título de esta sección sería demasiado
pretencioso si no se tratara más que del planteamiento de unas ideas iniciales,
que eso es lo que es. Pero es necesario que el mundo reflexione sobre cómo
tratar y ayudar a resolver el problema del atraso de las zonas del planeta que
se han quedado atrás. Y el mundo islámico es una de las que más urgentemente
necesitan cambios, por las razones mencionadas líneas atrás.
El mundo islámico se enfrenta a una crisis
de civilización derivada de su inadaptación al cambio: los musulmanes no
distinguen entre un ámbito sagrado y otro profano, y el Corán es el mandato
directo e intocable de Dios, revelado por Gabriel a Mahoma, que ha de
regular todo el comportamiento de los fieles. A consecuencia de esta
concepción, el mundo islámico se rige por un código del siglo VII que impide la
libertad de conciencia y expresión, anula la creatividad, inmoviliza en la
reclusión y la minusvalía artificial a su población femenina y mantiene una
concepción agresiva hacia el mundo exterior de "los infieles" y hacia
la "corrupción" de aquellos de sus correligionarios que no se
enfrentan a ese mundo exterior cerrando el "territorio del Islam" a
los infieles.
La reacción fundamentalista ante la crisis
de inadaptación a la modernidad derivada de estas concepciones básicas es
reclamar más ortodoxia y pureza y menos apertura, así como la aplicación
íntegra de la "sharia" desde Estados
teocráticos que se enfrenten al enemigo externo e interno. El que haya más de
mil millones de personas que puedan caer bajo el dominio de regímenes de estas
características, debe constituir una grave preocupación para el conjunto de la
Humanidad. Si además de ello el mundo Occidental se encuentra sometido en la
actualidad a la agresión creciente del terrorismo de Al Quaeda,
impaciente por provocar un conflicto de civilizaciones y la desestabilización
del mundo islámico, se debe incorporar urgentemente a la agenda internacional
el tratamiento de estos problemas, y la búsqueda de políticas activas frente a
este peligro.
Enlazando con lo que se comentaba líneas
arriba, existe una crisis de inadaptación de la civilización islámica al mundo
moderno, que produce un desajuste creciente entre población y recursos, y el
descontento cada vez mayor de amplios sectores de la población, que muchas
veces achacan sus males al mundo exterior, constituyendo estos sectores y
desajustes el caldo de cultivo para el fundamentalismo.
Para hacer frente a este problema, es
necesario poner en marcha medidas a medio y largo plazo para ayudar a la
reforma del mundo islámico y a su integración definitiva en el proceso de
modernización.
Pero lo más preocupante es el corto plazo,
y ahí es donde es preciso y urgente definir políticas frente al fundamentalismo
y los Estados hostiles y a favor de los sectores reformistas y laicos, y de la
reforma de los países amigos hacia la libertad y la modernidad.
En el contexto de este esquema de
situación es donde cobran su pleno sentido las políticas a aplicar en el
Oriente Próximo, sobre todo por lo que se refiere al conflicto
palestino-israelí y con Irak.
Existe un primer presupuesto de estas
políticas que es el que más cuesta reconocer abiertamente a nivel internacional
por lo que se refiere a Irak, que es el objetivo de un cambio de régimen. Este
objetivo ya fue asumido por el Congreso norteamericano hace años, pero no por
la Comunidad Internacional. Lo paradójico es que un cambio de régimen haría
desaparecer el peligro de la construcción y difusión de armas de destrucción
masiva. El problema es que el cambio de régimen no se produce ni con sanciones
ni con acciones encubiertas: al contrario, fomenta un "síndrome
numantino" y el incremento del miedo y la represión en Irak.
Por ello, se ha optado por parte de EEUU y
Gran Bretaña por poner en marcha una política de inspecciones frente a la
posible construcción de armas de destrucción masiva en relación con el peligro
de su utilización por los grupos terroristas globales o locales frente a
Israel. La defensa frente a este peligro justificaría una acción armada
aprobada por el Consejo de Seguridad si Irak continuara toreando a la Comunidad
internacional como ha hecho durante estos últimos doce años.
El problema de esta política es que las
armas son fáciles de esconder. Incluso, el gobierno israelí ha afirmado que se
encuentran ocultas en Siria. Por ello EEUU se encuentra con la dificultad de
probar su existencia y justificar la acción armada. Y si esta acción armada no
está suficientemente justificada, la reacción hostil puede ser muy alta en el
mundo árabe e islámico y en la opinión pública internacional. Sobre todo, si a
ello se añade el agravamiento del conflicto palestino-israelí y la sensación
que experimenta una parte de la opinión pública, de agresión israelí e
impotencia aparente de los palestinos frente a un enemigo mucho más poderoso.
Sensación experimentada por parte de aquellos que perciben solamente el aspecto
más inmediato y aparente de este conflicto, y no la lucha soterrada entre
fundamentalistas árabes y hebreos por la destrucción del enemigo y la ocupación
total del territorio.
Por ello, ambos conflictos están muy
relacionados y lo lógico hubiera sido dar prioridad a la resolución del
conflicto palestino: que se viera una clara voluntad del mundo occidental y de
la Comunidad Internacional de dotar a los palestinos de un Estado independiente
viable. Y una vez resuelto este problema, afrontar el problema iraquí, sin
acumular dos aparentes agresiones simultáneas.
Pero tampoco está claro que hubiera sido
posible resolver el problema israelí primero: siempre que se ha dado un avance
en el proceso de paz se ha incrementado la violencia fundamentalista de uno u
otro bando, a los que este proceso no interesa, destruyéndolo. Violencia
fundamentalista financiada desde el exterior, entre otros, por Irak.
Por ello, EEUU y Gran Bretaña han optado
por dar prioridad a Irak, aún con el riesgo de incremento de hostilidad y
desestabilización en el mundo árabe que esto implica.
Lo que sucede es que en el conflicto con
Irak coexisten dos objetivos, como se apuntaba líneas atrás: eliminar el
peligro del armamento de destrucción masiva y su utilización por Irak o el
terrorismo global o local, y cambiar el régimen de Irak. Y, paradójicamente, el
incremento de la amenaza militar por parte de EEUU y la Comunidad internacional
puede ayudar a cambiar el régimen, consiguiendo de esta manera los dos
objetivos al menor costo posible. El problema es el riesgo de que el incremento
de la presión sin cambio de régimen pueda llevar a la guerra, con las
consecuencias negativas que ello implicaría. Quizá convendría incrementar
claramente los incentivos positivos en favor de un cambio de régimen en Irak
hacia sectores del régimen de Saddam. Pero no se puede permitir que un lunático
siga toreando a la comunidad internacional, ni arriesgarse a los peligros que
la parálisis de la situación implica, ni frenar la puesta en marcha de
políticas que comiencen a desbloquear la situación del mundo árabe e islámico.
Por ello, una vez definidas las
prioridades por parte de EEUU y gran Bretaña, aunque algunos países y sectores
de la opinión pública no las aprueben, se debe apoyar a fondo esta política.
Los peligros y consecuencias negativas de no hacerlo serían mayores que los de
hacerlo.