SOCIALISTAS Y CATALANES
Artículo de XAVIER PERICAY, escritor, en “ABC” del 05/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
UNA de las
letanías que más han podido oírse estos últimos tiempos es la que proclama que
las elecciones del pasado 13 de junio sirvieron, entre otras muchas cosas, para
reforzar la posición de los socialistas catalanes en el conjunto del socialismo
español. Quienes así discurren suelen añadir que nunca estos votos han pesado
tanto. No seré yo quien sostenga lo contrario. Pero, como la carga de la prueba
aducida son los propios resultados electorales, que vendrían a sumarse a los ya
obtenidos por las huestes de Maragall el 14 de marzo, bueno será, antes de nada,
echarles un vistazo.
Lo primero que merece la pena destacar es que el comportamiento del votante
socialista en Cataluña con respecto al del conjunto de España no ha variado
demasiado en tres meses. Si en las elecciones generales de marzo, con una
participación altísima, representó el 14,39 por ciento del total socialista
nacional, en las de junio, con una participación bajísima, ha supuesto un 13,56
por ciento, diferencia que, dadas las circunstancias -harto distintas a pesar de
la proximidad electoral-, no parece muy significativa. Pero aún resulta más
relevante la comparación de estos comportamientos electorales con los de los
comicios precedentes. Así, en las generales de marzo de 2000 el peso del voto
socialista catalán fue del 14,52 por ciento, mientras que en las europeas de
1999 había sido del 13,33 por ciento, de lo que cabe deducir, al cotejar los
ciclos, que el peso de este voto en el socialismo español es prácticamente el
mismo ahora que hace cuatro o cinco años, y ello con independencia de la
naturaleza de las elecciones, de los índices de participación, de los candidatos
respectivos, y hasta de los sucesos colaterales. O dicho de otro modo: que el
tándem Maragall-Montilla puede pesar lo suyo, e incluso hacerse pesado, pero el
apoyo electoral que aporta al conjunto del socialismo patrio sigue siendo, en
términos relativos, el que le aportó Narcís Serra hace cuatro años en su última
batalla como secretario general del Partido de los Socialistas de Cataluña y
cabeza de lista electoral.
¿Qué ha cambiado, pues, para que no cesen estas letanías a las que aludía al
principio? Ya les oigo: «Hombre, ha cambiado el Gobierno de España. No es lo
mismo sumar sus propios votos a los de un partido que gobierna que sumarlos a
los del primer partido de la oposición». Es cierto. No es lo mismo. Pero lo que
ya no está tan claro es que la influencia que puedan llegar a ejercer estos
votos sea necesariamente mayor en el primer caso. Veamos. Lo que los socialistas
catalanes han cosechado hasta la fecha gracias a la generosidad de su hermano
mayor son unos cuantos símbolos. Y casi todos permanecen, por el momento, en el
limbo de las promesas: las selecciones deportivas, las pegatinas en las
matrículas, los papeles de Salamanca, la lengua catalana en Europa, el grupo
parlamentario propio en el Congreso. La única concreción es un castillo. Un
castillo simbólico, en una montaña simbólica. Pero ni siquiera la entrega del
castillo a la ciudad de Barcelona está libre de sospecha. Y no porque vaya a
quedarse en el limbo, como el resto de los iconos, sino porque difícilmente
puede entregarse a una ciudad lo que ya le pertenece desde que en 1960 el
general Franco se lo devolviera. Lo que el Gobierno español va a entregar en
todo caso a la capital de Cataluña es la tutela que todavía conservaba sobre sus
usos. Algo es algo. Aunque el precio acabe siendo que el Ayuntamiento barcelonés
levante allí otro símbolo: un museo de la paz.
No, decididamente, no es el cambio de Gobierno en España lo que justifica este
peso del componente catalán en el socialismo hispánico. O, cuando menos, no es
este el factor decisivo. La sensación de que Maragall -y lo que él representa-
influye cada vez más en la política española tiene que ver sobre todo con su
condición de catalán, y muy poco con su condición de socialista. Quiero decir
que el progresivo declive electoral de Convergència i Unió desde la retirada de
Jordi Pujol, el hecho de que en las tres últimas elecciones en que ha tomado
parte -autonómicas catalanas, generales y europeas- sus resultados hayan ido de
mal en peor, así en votos como en porcentaje, y en especial el que ello se haya
traducido en una triple pérdida: la del Gobierno de la Generalitat, la de su
capacidad de influencia en los asuntos del Estado y la de su propia credibilidad
política, respectivamente; todo esto no ha hecho sino ensanchar la distancia
electoral entre los socialistas catalanes y las demás fuerzas que compiten en
Cataluña. Es cierto que Esquerra Republicana ha sabido pescar en las aguas de
CiU, lo que le ha supuesto un crecimiento espectacular; pero también lo es que
este crecimiento no le basta, de momento, para convertirse en el heredero de
Pujol, ni en Barcelona ni en Madrid, y que incluso en los últimos comicios
europeos sus marcas estuvieron muy por debajo de lo previsto, como si esta
legión de filólogos catalanes empeñados en confundir la política con la
sociolingüística se hubiera tomado un respiro en su carrera.
Lo cual no significa que no incordien lo suyo. Incordian, y Maragall, en poco
más de seis meses, ha tenido ocasión de comprobarlo varias veces. Pero incordian
en casa, donde unos y otros tienen unos intereses muy concretos que defender
tras casi un cuarto de siglo de ingrata espera. Poco importa, por otra parte,
que sus respectivos representantes en el Gobierno de la Generalitat no hayan
hecho nada en este medio año -nada más que pelearse entre sí, se entiende-. Hoy
por hoy, este Gobierno no tiene alternativa, puesto que la fuerza de la
federación nacionalista en el Parlamento catalán, donde sigue siendo el
principal grupo parlamentario, aunque en la oposición, parece a estas alturas
más ficticia que real. Y el otro grupo opositor, el Partido Popular de Cataluña,
que podría asimismo beneficiarse de la descomposición de CiU y de la progresiva
decantación del PSC hacia posturas cada vez más nacionalistas, y tratar de
erigirse en una opción de poder, no consigue dar el paso adelante requerido.
Mientras, los socialistas catalanes, con su presidente a la cabeza, parecen
encantados de interpretar en Madrid el papel que durante años interpretó CiU y
que ellos tanto criticaron. El de pedigüeños. Otra cosa, siguiendo con las
comparaciones, es que Maragall llegue a conseguir de los suyos lo que Pujol de
los de Maragall y de los otros. Que llegue a pesar, en suma, lo que dicen que
pesa. Ahora todo son símbolos. Y, aparte algún castillo, muchos proyectos.
Pronto llegará la hora del símbolo mayor, el nuevo Estatuto catalán, que el
presidente del Gobierno español se ha comprometido a asumir tal cual se lo
entregue el Parlamento catalán. Veremos en qué queda la cosa. Del dinero, lo
único que tiene un valor real, nada se sabe. O muy poco. Lo poco lo ha dicho un
ministro: ni hablar, por el momento, de Agencia Tributaria Catalana. Suerte
tiene Maragall que los de ERC sólo piensan ya en las vacaciones. Lo malo es que
luego viene el 11 de septiembre, la Diada. Y allí todo son exigencias.