QUIÉN ES QUIÉN EN LA CAMARILLA NEOCONSERVADORA
Artículo de WILLIAM R. POLK en “La Vanguardia” del 24.01.2004
Cuando los neoconservadores empezaron a dominar la política del Gobierno
estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y
Washington, el primer hombre en el que se fijó la prensa fue el recién nombrado
subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz. El instinto de los periodistas acertó:
Wolfowitz era el más influyente, el más estratégicamente situado y el más
experimentado de las dos docenas de miembros del grupo.
Nacido en Nueva York en 1943 de padres judíos polacos, se trasladó a Washington
nada más salir de la universidad. A continuación, tras un breve aprendizaje en
la Administración, se matriculó en la escuela de posgrado de la Universidad de
Chicago. En Chicago, quedó marcado por la influencia de dos hombres que
establecerían los parámetros ideológicos de todo el movimiento neoconservador,
el estratega de la guerra fría Albert Wohlstetter y el entonces poco conocido
politólogo Leo Strauss.
Armado con un doctorado en Ciencias Políticas, volvió a Washington en 1972 para
una primera temporada en el Pentágono. Ya reconocido como joven de gran
habilidad y firme ideología por los miembros mejor situados de la Administración
de Reagan, no tardó en ser ascendido. En los años cruciales entre 1977 y 1980,
trabajó como subsecretario y luego fue nombrado jefe del Consejo de
Planificación de Políticas del Departamento de Estado. Desde ese cargo, el
primer presidente Bush lo nombró subsecretario de Estado para Asuntos del
Pacífico y el Este Asiático y luego lo envió como embajador a Indonesia.
Con la llegada de Bill Clinton a la presidencia, Wolfowitz se unió al éxodo
republicano. Con su doctorado de Chicago, su amplia experiencia gubernamental y
sus contactos con el “establishment” republicano, resultó un candidato atractivo
para el puesto de decano de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados
(SAIS) de la Universidad John Hopkins. La SAIS resultó ser un semillero para la
preparación de hombres de sus mismas creencias cara a la vuelta republicana al
poder bajo George W. Bush.
Como miembro fundador del Gobierno de Bush, Wolfowitz parece haberse convertido
en amigo íntimo del presidente. Experimentado, inteligente, partidario de la
línea dura y en posesión de un plan, ha ofrecido a la Administración un programa
que encaja con sus necesidades de una política exterior coherente y, al mismo
tiempo, con sus inclinaciones políticas. En los corrillos de Washington se dice
que Bush consideró la idea de nombrarlo secretario de Defensa, pero que,
advertido de que resultaría demasiado polémico para un cargo tan prominente, lo
hizo adjunto del menos radical y más integrado en el “establishment”, Donald
Rumsfeld, sobre quien se esperaba que su influencia fuera grande.
De acuerdo con un guión teatral casi perfecto, Wolfowitz se encontraba en su
despacho el 11 de septiembre del 2001 cuando el tercer avión secuestrado se
estrelló contra el Pentágono. Acababa de comentar a un grupo de visitantes del
Congreso: “Esperamos algunas sorpresas desagradables”, refiriéndose a enemigos
en el extranjero. De modo que el atentado le causó una impresión intensa y
duradera, a él y a los visitantes.
Como respuesta, Wolfowitz ya sabía lo que había que hacer. En realidad, lo tenía
planeado desde hacía más de una década. “Ese fin de semana, delante del
presidente en Camp David”, escribió Sam Tanenhaus en “Vanity Fair”,1
“sorprendería a algunos funcionarios defendiendo un ataque no contra las bases
de Al Qaeda en Afganistán, sino contra el Iraq de Saddam Hussein.” Se trataba de
un curso de acción en el que insistió resueltamente hasta que logró convertirlo
en política gubernamental y acabó haciéndolo realidad dos años más tarde.
Wolfowitz fue sorprendentemente franco sobre las razones de la guerra en Iraq.
Mientras en el Gobierno de Bush todos los demás se centraban en la supuesta
búsqueda de armas de destrucción masiva, Wolfowitz declaró que esa justificación
era sólo “burocrática”: se trataba de una cuestión sobre la que todos estaban de
acuerdo. Tampoco prestó demasiada atención a las otras justificaciones que
corrían por entonces, como la tiranía de Saddam o la acusación –que ya se sabía
que era falsa– de que Saddam apoyaba el terrorismo. Por el contrario, se centró
en la cuestión estratégica clave, el petróleo. En la cumbre de seguridad de Asia
celebrada en Singapur, sorprendió a su público al atribuir la guerra al hecho de
que Iraq “nadaba” en petróleo. A pesar de su interés periodístico, puesto que
difería por completo de las afirmaciones del Gobierno, la prensa estadounidense
no informó de esa observación, que fue recogida por dos periódicos alemanes.2
Menos experimentado y menos coherente en su pensamiento estratégico que Paul
Wolfowitz, su amigo y colega Richard Perle fue nombrado presidente de la
influyente Junta de Política de Defensa del Pentágono. A diferencia de
Wolfowitz, quien aceptó dedicarse completamente a la Administración, Perle se
mantuvo con un pie en el mundo de los negocios. En su caso, eso significaba el
comercio de armas y el periodismo.3 Dichas actividades lo implicarían en un
escándalo relacionado con un conflicto de intereses –el segundo en que se vio
envuelto– y lo obligarían a dimitir como presidente en el 2003. El escándalo fue
“empapelado”, por utilizar la expresión de Washington, y en la actualidad sigue
siendo miembro de la Junta.
Sionista ferviente y amigo personal del primer ministro israelí, Ariel Sharon,
Perle es también miembro del consejo de redacción de “The Jerusalem Post”,
“investigador residente” del Instituto Empresarial Americano y director de otros
lobbies y organizaciones para la elaboración de políticas neoconservadoras.
Como Wolfowitz, Perle fue un protegido de Albert Wohlstetter, con quien trabajó
durante la década de 1960 en la RAND Corporation, un organismo financiado por el
Pentágono. Al desplazarse a Washington, Perle tomó un camino diferente del
seguido por Wolfowitz. Trabajó como asesor legislativo del más influyente de los
senadores relacionados con la Defensa, Henry M. Jackson (a quien en Washington
llaman “el senador de Boeing”). Como asesor, preparó la “enmienda
Jackson-Vanek”, que hizo depender el comercio estadounidense con la Unión
Soviética de que ésta permitiera la emigración de judíos rusos. Esta enmienda
hizo posible la emigración, entre muchos otros, de Natan Sharansky, que es hoy
viceprimer ministro israelí. Esta actuación, además de otras, fortaleció la
estrecha relación de Perle con el Gobierno israelí.
Durante el gobierno de Reagan, Perle se trasladó desde el Capitolio hasta el
Pentágono, donde se convirtió en uno de los once subsecretarios. En seguida se
formó ahí una reputación de beligerante “halcón”: en las últimas etapas de la
guerra fría fue apodado “el Príncipe de las Tinieblas”. Algunos colegas lo
describieron como “un equipo unipersonal de demolición de las negociaciones para
el control de armas”.4
Entonces se vio envuelto en su primer conflicto de intereses, una pauta que
marcaría su carrera. En ese primer roce con la ley en 1983, supuestamente
concertó un contrato de armas por el cual recibió una comisión de un fabricante
de armas israelí. Además, fue sospechoso (aunque nunca se vio acusado de modo
formal) de pasar documentos clasificados a agentes israelíes. Un colaborador,
cuyo nombramiento había él dispuesto, fue acusado por un gran jurado de
espionaje.
La prensa se ha fijado sobre todo en Wolfowitz y Perle; ahora bien, aunque no
tan conocidos por la opinión pública, los demás miembros del grupo
neoconservador ocupan colectivamente lo que Lenin habría considerado las
“alturas del poder” en el Gobierno de Bush.
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(*)
1. Sam Tanenhaus, “Vanity Fair”, julio 2003
2. “Der Tagesspiegel” y “Die Welt”.
Citado por George
Wright, “The Guardian”, 4 junio 2003
3. Perle había actuado como “lobbista” en favor de los fabricantes de armas
israelíes y sigue actuando como asesor para empresas privadas que tienen tratos
con el gobierno federal; también pertenece al consejo de redacción del periódico
israelí “The Jerusalem Post”
4. Según informó “The New York Times” del 15 de noviembre del 2003, el inspector
general del Pentágono decidió que los honorarios de 2,5 millones de dólares
recibidos por su compañía no constituían transgresión alguna de las normas
éticas porque Perle había trabajado para el gobierno menos de sesenta días al
año
© William R. Polk
WILLIAM R.
POLK, nombrado por John F. Kennedy miembro del consejo de planificación política
del Departamento de Estado entre 1961 y 1965. Director de la Fundación W. P.
Carey
Traducción:
Juan Gabriel López Guix