SI UN PERSA VIAJARA AL FÓRUM
Artículo de MIQUEL PORTA PERALES, Ensayista y crítico literario, en “ABC” del 09/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Durante 141
días, la ciudad de los prodigios será la ciudad del bien y la tolerancia. El
hecho no debe sorprender a nadie que conozca la historia reciente de Barcelona.
En efecto, en 1993 el entonces alcalde Pasqual Maragall constituyó la Comisión
Redactora de un Manual de Civismo y Urbanidad que editó un texto -Civisme i
urbanitat era su título- en el que ya se hablaba de comprensión, tolerancia,
solidaridad y paz. Posteriormente, la ciudad condal se convirtió en capital
mundial de la solidaridad con los pueblos explotados por el Sistema
(manifestación de junio de 2001 contra la reunión del Banco Mundial en
Barcelona), en capital europea a favor de la Europa social (manifestación de
marzo de 2002 contra la reunión de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión
Europea que se celebró en Barcelona), y en capital de la paz universal
(manifestaciones de febrero y marzo de 2003 contra la intervención militar en
Irak). Al respecto, conviene destacar la contribución del alcalde Joan Clos que,
en abril de 2003, publicó un bando municipal (Per una pau justa, aturem la
guerra!) en el que abogaba por la disidencia, el compromiso por la paz, la
imaginación práctica y la solidaridad que debían tomar cuerpo a través de
«manifestaciones masivas, concentraciones, caceroladas, velas, globos,
pancartas, webs, firmas, conciertos y pegatinas» capaces de «comunicar nuestra
rabia». El éxito fue de tal calibre que el señor alcalde se vio obligado a
reconocer el mérito de una Barcelona que «ha devenido referente mundial de los
movimientos cívicos contra la guerra». Con estos mimbres -con la ideología
bonista impulsada por el discurso de los ediles barceloneses y la mayoría de
políticos catalanes- se entiende perfectamente que el Fórum -además de una
operación urbanística e inmobiliaria de primer orden que recupera para la ciudad
un territorio degradado- sea lo que es: la expresión del pensamiento único
realmente existente, es decir, la expresión del imperialismo del bien
-ecologista, multiculturalista y pacifista- que hoy conquista Occidente.
Contrariamente a lo que se cree, el pensamiento único no es el
liberalcapitalista, sino el destilado por una ideología flácida que el Fórum
resume a la perfección: sostenibilidad, diversidad y paz. ¿Qué esconde esta
tríada mágica? Respuesta: el exclusivismo ecologista que otorga a la protección
de la biosfera el estatuto de valor absoluto al que cualquier otro valor debe
subordinarse por definición; el relativismo multiculturalista que legaliza de
facto una ciudadanía diferenciada que reclama unos privilegios y derechos
especiales a veces contrarios al espíritu democrático e, incluso, a los derechos
humanos; el absolutismo pacifista que, con frecuencia, esconde la ética del
esclavo o el oportunismo y cinismo de quienes desean sacar tajada del cese
dialogado de la violencia.
Desvelado el qué del Fórum, surge la pregunta: ¿por qué el bonismo cosecha
tantos éxitos en Barcelona? Apunten la siguiente hipótesis: eso sucede porque el
progresismo barcelonés ha elevado el estereotipo a categoría de pensamiento. Y
ya se sabe que el estereotipo, como decía Roland Barthes, fascina. En concreto,
fascina la infalibilidad de lo comúnmente aceptado. ¿El secreto de la
fascinación? El estereotipo no pregunta ni responde, sólo persuade. En este
sentido, el Fórum -ecologismo, multiculturalismo y pacifismo- persuade porque
tiene la virtud de acomodar al ciudadano en la autosatisfacción que brinda la
apuesta por el Bien.
El imperialismo del bien que se adueña de Occidente, del cual el Fórum es un
ejemplo, diseña una sociedad post en que tiene lugar la metamorfosis de la
figura del héroe. En efecto, el héroe de nuestros días, a diferencia de los que
le han precedido, se caracteriza por no arriesgar nunca y jugar siempre a favor
de las buenas causas previamente ganadas. En el fondo, el héroe de hoy es un
integrado, un miembro del nuevo establishment disfrazado de anti. Y es también
un ingenuo, o un indocumentado, o un cínico, o un irresponsable -o todo a la
vez- incapaz de entender la complejidad del presente. Volvamos al Fórum.
Empecemos con la sostenibilidad: ¿cuáles son las necesidades que debemos o no
satisfacer y en virtud de qué autoridad se definen? ¿Por cuántas generaciones
futuras hemos de sacrificar nuestras necesidades? ¿Quién conoce las necesidades
de esas generaciones? Continuemos con la diversidad: ¿qué está o no permitido en
nombre de la diversidad? ¿Cuáles son los límites del relativismo cultural? ¿Hay
que aceptar los derechos especiales de representación de las minorías? ¿Habrá
que tolerar la identidad supuestamente irreductible de ciertos grupos o etnias
que persiguen instaurar una sociedad paralela y reclaman una contraciudadanía en
que abundan los derechos y escasean los deberes? Finalmente, la paz: ¿quizá la
paz es un universal al que hay que subordinar la libertad y la vida digna? ¿Hay
que distinguir la guerra justa de la injusta? ¿La paz a cualquier precio es un
pecado por omisión?
El bonismo difícilmente plantea dichas cuestiones, porque cultiva un
fundamentalismo que no admite discusión: «no consumas», «no discrimines», «no a
la guerra». El bonismo -además de una utopía negativa- es un integrismo. Y el
bonismo, sacando a colación una expresión de Milan Kundera, practica el «judo
moral», es decir, descalifica al disidente con unas razones éticas que cree
poseer en régimen de monopolio. El bonista, como escribe Kundera, «quiere
emocionar e iluminar a la gente con la belleza de su vida». Y eso es lo que pasa
en un Fórum hermético que no ha tenido el buen gusto de invitar al discrepante y
milita a favor de las causas ganadas adoptando la estética afligida del
perdedor, con un discurso repleto de lamentos que cotiza al alza en la bolsa de
valores de lo políticamente correcto. En este sentido, el crítico australiano
Robert Hughes tenía razón: «La queja te da poder. Aunque no vaya más allá del
soborno emocional o de la creación de inéditos niveles de culpabilidad.
Declárate inocente y ganarás».
Alain Minc, en Epîtres à nos nouveaux maîtres, plantea la siguiente pregunta: si
-utilizando el recurso de Montesquieu en sus Cartas persas, que querían
evidenciar el despotismo de Luis XIV- un persa viajara hoy a Francia, ¿qué
encontraría? Minc responde: el poder de la antiglobalización, el feminismo, el
multiculturalismo y el comunitarismo. ¿Qué encontraría el persa de Montesquieu
si viajara al Fórum? Respondo: la corrección ecologista, multiculturalista y
pacifista de unos intelectuales bienpensantes que son la expresión del
conformismo que hoy triunfa en Occidente. No se trata del viejo conformismo
burgués, sino de otro de nuevo cuño que es incapaz de cuestionar los tópicos
dominantes y se nutre de un sentimiento de culpabilidad frente a la historia -a
veces poco edificante, cierto es- de Occidente. Del Fórum -«vamos a cambiar el
mundo desde Barcelona», dice la propaganda, cargada de soberbia- hay algo que
preocupa: la paradoja de un diálogo que, al connotar negativamente cualquier
alternativa, legaliza una concepción indiscutible del mundo. Si un persa viajara
al Fórum constataría que -aunque el evento se haya convertido en un parque
temático para solaz de paseantes- en esa ciudad del bien y la tolerancia que es
Barcelona ciertas opiniones conllevan la excomunión ideológica y el ostracismo
social. La expulsión de la tribu. El no ser.