NACIONAL-COMUNISMO «ABERTZALE»

 

  Artículo de VALENTÍ PUIG en “ABC” del 09.06.2003

EL caso Madrazo configura una predisposición ideológica que conecta de forma directa con los demonios históricos de la conciencia comunista, en su figuración más antediluviana. No hace falta dedicarse a la caricatura para ver en Madrazo un agolpamiento de tradiciones como son el asambleísmo o la ruptura por la ruptura. Por ese atajo, una sentencia del Tribunal Supremo puede ser revocada por el procedimiento de a mano alzada y toda la historia de España merece un desmentido radical y absoluto. Se procede a la confusión entre vías constitucionales y acciones «manu militari» y todo encaja en una nueva versión de la apoteosis del mito de la revolución. Hace poco, Gaspar Llamazares escribía que, comenzado el siglo XXI, «seguimos las izquierdas políticas de casi todos los países contándonos y recontándonos». Contarse y recontarse: extraña forma de buscar respuestas a los retos, constante melancolía de las revoluciones que quedaron para siempre aparcadas, contraste voluminoso de respuestas sociales vigorosamente contundentes ante lo que significa esa tradición política de asambleísmo y ruptura.

Es en el País Vasco donde el nacional-comunismo ha podido hincar el diente en carne fresca. Colaborar en el desafío al orden constitucional se toma como una gran aventura. Madrazo invoca la factura del artículo 155 de la Constitución de 1978 sin matizar que, en su caso, cualquier admonición gubernamental a un desacato autonómico requiere la aprobación de la mayoría absoluta del Senado, teniendo en cuenta que tal Cámara -como parte de las Cortes Generales- representa al pueblo español y se pronuncia en nombre del interés general. Tal vez por eso Gaspar Llamazares cita a Walter Benjamin cuando dice en los años treinta -tan propicios para el comunismo que pescaba a río revuelto- que los parlamentos ofrecen «el lamentable espectáculo que todos conocemos porque no han sabido conservar la conciencia de las fuerzas revolucionarias a que deben su existencia».

Es Madrazo quien le explica a Llamazares a qué «fuerzas revolucionarias» debe su existencia el Parlamento autonómico vasco, y en qué manera el Estado opone un pavoroso artículo 155 a la posibilidad del nacional-comunismo «abertzale». Las fuerzas revolucionarias están significadas en el grupo parlamentario Sozialista Abertzaleak y la Constitución es pura plastilina en mano de José María Aznar. Ahí ya no puede uno hablar en términos de más o menos lealtad constitucional porque esa es una terminología ajena al nacional-comunismo «abertzale» que propugna Madrazo.

En su combate contra el capitalismo, Izquierda Unida ha agregado la Constitución a sus objetivos de ruptura. En consecuencia, se han alineado con el desafío nacionalista. Ahí se suma todo: Porto Alegre, el descrédito de la política, la acción directa. Ese nacional-comunismo asume el maximalismo ecologista, la crítica al sistema representativo, el movimiento «okupa» y el culto a Sadam Husein. Al mismo tiempo queda entubado en las esencias de Sabino Arana y parece reaproximarse a viejas complicidades rupturistas con ETA. Del integrismo carlista a la línea Madrazo no podrá decirse que el nacionalismo «abertzale» no tenga un menú del día.

A diferencia de quienes se encogen de hombros, Izquierda Unida aporta a la crisis vasca una deliberada porción de desentendimiento. Da cobertura a las ambivalencias del PNV, acoge la estrategia «abertzale» y confunde aposta el Estado con el Gobierno. Ese nacional-comunismo nunca ha sido favorable a la dinámica de las sociedades abiertas. En realidad, es un enemigo histórico de esas sociedades dispuestas a la vitalidad de lo plural y a la libertad del conflicto. Quién sabe qué plazo en el tiempo se estaba dando el comunismo español cuando no dijo que no a la democracia, a la monarquía y a la Constitución de 1978. Tal vez Llamazares no lo sepa y Madrazo, por supuesto, no tiene ni idea.