YA NADIE QUIERE SER DE
CENTRO
Artículo de ANTONI PUIGVERD en “El País de Cataluña” del
27.05.2003
Antoni
Puigverd es escritor
Con un breve comentario al final:
¡NO ESTA NADA CLARO NADA! (L. B.-B., 29-5-03)
Durante
el año anterior a las elecciones atravesaron nuestro oasis dos grandes
corrientes sentimentales, estimuladas por dos vísceras distintas. Una arrancó
del estómago; la otra, del corazón. Esta última ha sido muy visible. Me refiero
a la reacción pacifista ante la guerra de Irak. La corriente que arranca del
estómago, el miedo o el odio a la inmigración, mucho menos visible en
apariencia, pero igualmente intensa, no nació el pasado año, pero tuvo, meses
antes de la aparición de la corriente pacifista y progre, un momento
estelar: Le Pen, Fortuyn y
compañía asustaron a toda la Europa de tradición democrática. Es interesante
evocar lo que hizo Aznar aquellos días: hablar de inseguridad ciudadana y
sugerir la relación entre inmigración y delincuencia. Antes del verano pasado,
nadie dudaba de la llegada de un ciclo duro en Europa. El ciclo del miedo,
causado no solamente por el fenómeno de la inmigración, sino también por las
incertidumbres de la nueva época (fundamentalismo en Manhattan, globalización,
crisis, tensión entre lo local y lo global). Las reacciones de cólera social,
racismo latente y agresividad política expresan el mar de fondo de estos
tiempos. La derecha extrema (integrada o no en el mapa democrático) pesca mejor
en este tipo de mares. Ofrece viejas seguridades en tiempos de incertidumbre.
Pero
se anunció la guerra y la reacción que provocó en las calles sorprendió a
propios y extraños. Y eclipsó a la otra corriente. Se decía que estaba
emergiendo una nueva izquierda humanista que, procediendo de ámbitos civiles
moderados, convergía con los grupos llamados antiglobazación.
Y las elecciones han dado, ciertamente, un espacio al espíritu de aquellas
manifestaciones, pero no el protagonismo central. No podían dárselo. Había sido
un movimiento con alma, pero sin cuerpo ideológico (y mucho menos político),
sin posibilidades de centrar, de momento, el discurso de la izquierda
gobernante. Restaurando las viejas seguridades ideológicas de la izquierda, se
ofrece seguridad a los ya politizados. Viejas seguridades, también, para
tiempos de incertidumbre.
Estas dos corrientes viscerales que
habían vibrado ante la opinión pública (en secreto el lepenismo
latente, apoteósicamente el pacifismo neoprogresista)
han dado el salto a la política en estas elecciones. Muchos otros elementos de
coyuntura se han adherido a la tensión que ya de por sí estas dos corrientes
arrastraban. Aznar, por ejemplo, se ha propuesto rehacer la transición
enfatizando el discurso nacionalista español. Y naturalmente, ha tenido
aplicada réplica en la enfatización del nacionalismo catalán (el caso vasco,
siendo la misma cosa, es, trágicamente, otra). La campaña, consiguientemente,
ha sido de antagonismos radicales. Ya nadie quiere ser de centro. El
protagonismo se ha desplazado a los extremos. Inútilmente, los partidos
centrales catalanes, CiU y el PSC, han intentado subir al carro de la tensión.
El PP (situado aquí en posición extrema) ha salvado los muebles con gran brío,
y un brío muy parecido ha otorgado esta apariencia musculosa a ICV y a ERC (que
se han enfrentado al PP, cada uno en su especialidad: en la batalla de las
patrias, en la del radicalismo izquierda-derecha). Existen muchísimas razones
más (incluso estrictamente municipales) para explicar por qué ha fet figa el PSC cuando debía hacer diana y por qué CiU
se mantiene en el perfil del enfermo que cada día ve menos clara la curación.
Estrategias erróneas, erosión del tiempo y factores locales explican muchas cosas.
Pero las corrientes de fondo están ahí: el perfil del futuro es incierto, y
esto tensa la topografía. La centralidad, propia de épocas amables, es menos
atractiva. El centro parece no ser ya el caballo ganador. Mandan las patrias y
las verdades extremosas, puras, de debò. Los
dos partidos centrales catalanes expresan, en sus resultados, la perplejidad y
la obsolescencia de la política moderada ante la incertidumbre de los tiempos.
BREVE COMENTARIO:
¡NO ESTA NADA CLARO NADA!
(L. B.-B., 29-5-03)
La tesis de Puigverd es sugerente, pero
me parece confusa en algunos aspectos de su planteamiento y creo que tampoco
resulta verificable en la práctica. Inverificable en el sentido de que la
tensión hacia el radicalismo no ha producido efectos centrífugos relevantes,
sino centrípetos. Por eso me parece un error la opinión de Clos,
al decir que hay que ir más a la izquierda. Porque, ¿dónde está la izquierda?
¿en el independentismo? ¿en Madrazo y los que llaman asesinos y criminales de
guerra a más de media Europa? ¿en las "fuerzas de la cultura"
(¡ja,ja, ja!) frívolas de
la capital, que llaman facha al PP y ordenan a Mendiluce
que se retire?¿en los miles de manifestantes que al conjuro de velas y desnudos
se manifiestan en contra de la dura realidad del mundo?¿Qué es la izquierda, la
incoherencia oportunista, la blandura meliflua del pensamiento plano, que se
deja llevar por el instinto o por el rencor, y se autodesigna
propietaria del bien y de la ética?
Creo que es un error, e induce a la confusión, el afirmar la
existencia en España de dos corrientes que en realidad no existen. En la
derecha, no existe una corriente lepenista relevante,
al menos de momento. Y constituye un error de la izquierda cerrar los ojos ante
el problema que plantea la inmigración. No se puede considerar lepenismo el alertar contra los peligros de una inmigración
incontrolada, ni el pedir controles frente a la emergencia de situaciones
que pueden conducir a la delincuencia a inmigrantes sin trabajo, ni vivienda,
ni reconocimiento, que se sienten rechazados en el paraíso de la abundancia. Y
si estas situaciones se propagan, la primera que lo sentirá será la izquierda,
que lo pagará en votos.
Pero en la izquierda tampoco existe una corriente extremista
significativa. Lo que se ha producido es un vacío: la izquierda real, el PSOE,
ha abandonado la racionalidad, inducido a la confusión, insuflado legitimidad a
los totalitarios y deslegitimado a un Gobierno democrático en base a chapuzas
ideológicas, majaderías intelectuales y ocurrencias estúpidas. Creo que la
actual dirección de los socialistas ha defraudado a mucha gente por su
inconsistencia, oportunismo y falta de perspectiva, y ha dejado un vacío que ha
sido ocupado en algunos sectores de opinión por los antisistema
y una IU que repite su pauta consustancial de defender las dictaduras
(¿de izquierda?), como hizo con Stalin y Milosevic, o ahora con Hussein o
Castro.
La izquierda, o al menos la democrática, debe evolucionar y
madurar, en nuestro país: funciona con demasiadas rutinas mentales congeladas,
como la de negarle el pan y la sal a la derecha, asumiendo el papel
injustificado de defensora de la moralidad y de la corrección política;
rechazando, en muchas ocasiones, las políticas del gobierno, sin criterios
claros o con demagogia, y demorándose, por consiguiente, en su cometido real de
elaborar una alternativa consistente y convincente al PP. Y si la izquierda no
cumple su papel, el sistema se deteriora, pues el extremismo crece, la
alternativa se estanca y el sistema político se bloquea y desestabiliza.
Sería deseable que la "caza al PP" de los últimos
meses no vuelva a repetirse jamás. El PSOE debe plantar cara con contundencia a
esta degeneración democrática, en su discurso y en su comportamiento. Es cierto
que el PP actuó con indignidad para llegar al Gobierno, pero resulta
esperpéntico que cuando Aznar parece actuar por convicción asumiendo riesgos de
altos costos políticos, el PSOE actúe con total irresponsabilidad y
oportunismo. Y el oportunismo se paga: deben esforzarse en corregir el rumbo si
quieren ganar alguna vez las elecciones.
Hoy aparecen en la prensa que he consultado dos artículos
sugerentes: uno, de Almunia en
"La Vanguardia", y otro de Alonso
de los Ríos en "ABC". Son dos perspectivas contrapuestas sobre
las elecciones del 25 de Mayo. Merece la pena leerlos.