LOS MIEDOS DE PUJOL
Alarma sin aportar ideas al augurar la muerte de la identidad catalana bajo
la losa del mestizaje
Artículo de PILAR Rahola, Periodista, en “El Periódico” del 27/08/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
A diferencia de muchos analistas, que necesitan empezar las críticas a Jordi
Pujol expresando admiración por su pensamiento --quizá porque durante años
militaron en el desprecio al president cuando éste ganaba elecciones
contra pronóstico--, nunca he creído que Pujol fuera un ideólogo.
Pujol ha sido un político de raza, resistente como los grandes, ambidiestro,
ambivalente y ambiguo como el propio poder y, desde luego, un hombre importante.
Pero se ha equivocado mucho, no ha creado ningún cuerpo teórico innovador (no es
Almirall, ni Prat de la Riba) y cuando ha pasado de las acciones a las palabras,
hemos asistido a un espectáculo de transmutación genética. Más que incoherente,
desacomplejado en el arte de hacer lo que no dice y decir lo que nunca haría:
así, era Macià proclamando la República cuando subía a las cimas de Queralbs e
hinchaba los corazones hambrientos de los patriotas en vacaciones, y era el más
pactista de los Cambó cuando ejercía de hombre de estado en su despacho
presidencial. Nunca fue Bolívar, pero jugó a serlo cada vez que necesitaba un
poco de estética retórica para consolidar votos. Y, desde luego, siempre aspiró
a ser Bismarck. ¿Intelectual? Más bien, leído. ¿Ideólogo? Sobre todo titiritero,
profesión cuyo dominio permite largas vidas políticas.
Lo cual no significa que Pujol no sea un hombre de convicciones, pero las más
fuertes siempre estuvieron garganta adentro, quizá porque algunas no eran
políticamente correctas. Personalmente, sus declaraciones sobre la emigración no
me han sorprendido. Conozco de propia oreja los comentarios del nacionalismo más
irredente, y los buenos almogávares catalanes siempre miraron con el ojo del
miedo al forastero venido para quedarse.
PUEDE QUE lo nuevo sea que Pujol, finalmente liberado de sus paseos por el Pati
dels Tarongers, recupere su vocación bolivariana y decida pasar a la historia,
no por el político que fue, sino por el líder patriótico que hubiera querido
ser. Le dije un día que tenía vocación de Moisés atravesando el desierto con su
pueblo. ¿Tendrá ahora vocación de Josué derribando las murallas? Sea como fuere,
lo cierto es que Pujol ha cogido el relevo del calentón dialéctico de Heribert
Barrera y, amante esposo de su mujer, le ha hecho los honores recuperando los
miedos de Marta con el románico y las mezquitas. Y así tenemos un ejercicio de
retórica gruesa lanzado bruscamente contra un tema que exigiría la más fina de
las finezzas. Hablemos de las palabras de Pujol, con el respeto necesario
--Pujol es un demócrata--, pero también con el instinto crítico que la
coherencia democrática exige.
Primero, las formas. Ciertamente, el debate sobre la emigración es necesario,
pero exige responsabilidad. No critico su apertura, sino la brusquedad. Ha
escogido un escenario simbólico sobrecargado --Prada--, ha reducido un tema
complejo a unos subtítulos patrióticos, y, con la frivolidad que ello conlleva,
no ha ayudado al debate, sino al ruido estridente que lo impide.
Pujol sabe muy bien que no ha aportado ideas, sino que ha alimentado miedos y,
así, lejos de habitar en el cerebro colectivo, sus palabras han aterrizado en el
bajo vientre de los instintos. Como Marta asegurando que nos quedaríamos sin
románico, aplastados por los minaretes, también Pujol ha alarmado al personal
augurando la muerte de la identidad bajo la losa implacable del mestizaje. Sin
embargo, el futuro de Catalunya no peligra por culpa del mestizaje, sino del
buen o mal uso que hagamos de él. Y, desde luego, una sociedad bunquerizada y
con miedo a la mezcla, es una sociedad sin futuro.
Segundo, el personaje. Todos los retos que plantea la sociedad que tenemos nacen
de la herencia del pujolismo. Puede que hoy el Govern de la Generalitat haga
bien o mal las cosas, pero los problemas sociales con que tiene que lidiar,
vienen de la política que Pujol ha aplicado durante años. Negociando mal las
competencias en momentos de influencia en Madrid, durmiendo el sueño de los
justos cuando eran evidentes los flujos migratorios y sus políticas de urgencia,
vendiendo retórica nacionalista para inflamar los corazones, pero situando la
estelada en el lugar preciso del bolsillo. ¿Está, pues, bien situado Pujol para
según qué críticas?
TERCERO, los aliados. Con sinceridad, lo de Esquerra Republicana de Catalunya me
deja perpleja. Por antigua, por incapaz de convertir el discurso nacional en un
discurso moderno, anclado en un mapa que ya era obsoleto cuando lo historió
Vicenç Vives. ¿Qué hace ERC apuntándose a esta dialéctica de manual de bolsillo
para jóvenes patriotas del desperta ferro?
Por supuesto, peligra la identidad catalana. Pero sus retos no están en la calle
mezclada, ni en los acentos que han cambiado el diccionario de nuestras
ciudades, ni en los colores de la piel de la nueva Catalunya. Sus retos están en
la categoría de sus políticos, en los horizontes lejanos que son capaces de
dibujar, en la exigencia moral con que concilien lo que prometen y lo que hacen.
Lo que asusta para la identidad no es la Catalunya mezclada, sino el político
torpe, el patriota con el miedo en la frente y la lengua disparada en la diana
del prejuicio. Lo que asusta es Pujol cuando le viene el subidón de Jaume I y
nos dibuja la Catalunya del medievo.