¿QUÉ HAY DETRÁS DEL TERRORISMO SUICIDA?
Artículo de Fernando Reinares en “El País” del 22.05.2003
Fernando
Reinares es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos y
miembro de la relación de expertos de la Subdivisión de Prevención del
Terrorismo en Naciones Unidas. Su último libro es Terrorismo global (Taurus).
Con un breve comentario al final:
¡ QUE ALGUIEN ME LO EXPLIQUE, POR FAVOR!
L.
B.-B
Los
atentados suicidas difieren de otras acciones terroristas porque sus ejecutores
están determinados a morir ellos mismos para mejor matar a otros. Si fueran
meros suicidas, incluso si se condujesen como suicidas al no poder llevar a
cabo actos de violencia, quizá optarían por quitarse la vida sin tratar de
arrebatársela a otras personas o por perecer voluntariamente como resultado de
una huelga de hambre. Esto último es lo que excepcionalmente hicieron en 1981
diez miembros del IRA encarcelados en una penitenciaría británica. Pero no
hablamos de meros suicidas. Hablamos de terroristas decididos a asesinar
premeditadamente. Son la bomba ideal, dotada con una inusitada capacidad para
acertar en el blanco y sin preocupación por cómo huir del lugar de los hechos
una vez realizado su cometido. Aludir a esta variedad del terrorismo estremece
y desasosiega. No en vano, el terrorismo suicida se ha convertido en el más
devastador de nuestros días.
Pero,
¿en qué medida es el terrorismo suicida una de las innovaciones que conlleva la
actual oleada del fenómeno, caracterizada entre otras cosas por su inspiración
religiosa? ¿Hay algo más que fanatismo religioso detrás de la inquietante
realidad de los terroristas suicidas? El mensaje escrito que dejó tras de sí
Mohammed Atta, líder de los secuestradores del 11 de
Septiembre, exhibe el mismo convencimiento del cual dejan fe grabada en vídeo
los adolescentes o veinteañeros palestinos, en su gran mayoría varones, que
frecuentemente conmocionan las ciudades israelíes haciendo estallar explosivos
adosados a su cuerpo. Aquel procedía de una familia acomodada y había cursado
estudios universitarios en Europa. Estos viven una existencia carente de
oportunidades y sumida en la desesperación. Pero uno y otros acaban persuadidos
de convertirse en mártires, de comprometerse a realizar un acto sacramental
acorde con determinada interpretación extraída de textos religiosos y el
parecer de ciertas autoridades clericales. Convencidos además de que durante su
ejecución no hay dolor físico y tras fallecer se asciende de inmediato a un
paraíso glorioso. Un lugar que les han descrito atravesado por ríos de leche y
vino, abundante en lagos de miel, donde disfrutarán de setenta y dos vírgenes,
verán el rostro de Alá y podrán reunirse con familiares predilectos.
Sin
embargo, el suicidio como tal se encuentra estrictamente prohibido por el islam
y de acuerdo con esta religión quienes lo cometen no
acceden a paraíso alguno. Ahora bien, siempre según una noción de este mismo
credo, perder la vida en situación de yihad, más concretamente en
combate dentro de una guerra santa contra los que se define como impíos o
enemigos de la comunidad de los creyentes, proporciona ese acceso privilegiado
al paraíso. Así, para bendecir los atentados cometidos por terroristas suicidas,
conferir a éstos la condición de mártires reverenciados y convertirlos en
legítimos beneficiarios de incentivos selectivos muy preciados, las autoridades
religiosas adscritas a sectores integristas del mundo islámico no han hecho
otra cosa que declarar tales actos como propios de la yihad. De este
modo resulta evidente la lógica cultural subyacente a la opción de los
terroristas suicidas, que antes de serlo se encuentran adheridos a alguna
corriente del fundamentalismo musulmán.
¿Esto
lo explica todo? Seguramente, no. Para empezar, porque el recurso al terrorismo
suicida no es algo exclusivo de fundamentalistas islámicos. Al Fatah y otras organizaciones nacionalistas o de la
izquierda palestina, en principio no confesionales, son responsables de un
significativo porcentaje de los atentados suicidas perpetrados en territorio
israelí durante la última década, aunque más de la mitad de los mismos hayan
sido reivindicados por el denominado movimiento de resistencia islámica Hamás. El terrorismo suicida ha formado parte, asimismo,
del repertorio de actividades violentas desplegado a lo largo de la segunda
mitad de los noventa por los irredentistas kurdos del
PKK en Turquía, pese a su ideario marxista y leninista. Desde finales de los
ochenta, esa modalidad de violencia ha sido también practicada por los llamados
Tigres de Liberación del Eelam Tamil en Sri Lanka.
Tal y como ha reconocido uno sus máximos dirigentes, en declaraciones a la
prensa internacional publicadas el pasado mes de enero, adoptaron el terrorismo
suicida para compensar la desventaja numérica de los guerrilleros tamiles
respecto a la envergadura militar de sus adversarios.
Por
tanto, es concebible que la realidad actual de los terroristas suicidas, tanto
en el contexto del prolongado conflicto que mantienen palestinos e israelíes
como en relación al enfrentamiento entre civilizaciones que Al Qaeda y el
entramado de organizaciones vinculadas a dicha red pretenden precipitar
mediante el terrorismo global, no derive directamente de una disposición inherente
a la doctrina del fundamentalismo islámico. Un conocido responsable de la Yihad
Islámica palestina en Gaza respondía de este modo a la pregunta que sobre la
práctica de atentados suicidas le fue formulada hace algunos años por
periodistas de una cadena de televisión establecida en la zona: "No
poseemos el armamento de que dispone nuestro enemigo. No tenemos aviones,
misiles, ni siquiera un cañón con el que podamos luchar contra la injusticia.
El instrumento más efectivo para infligir daño y perjuicio con el mínimo
posible de pérdidas es el de las operaciones de esta naturaleza. Este es un
método legítimo, basado en el martirio. El mártir recibe el privilegio de
entrar en el paraíso y se libera del dolor y la miseria".
Obsérvese
cómo, antes de referirse a la justificación religiosa de los atentados suicidas
y a las recompensas inmateriales que esperan a quienes los perpetren, el
dirigente entrevistado alude por una parte al carácter asimétrico del
enfrentamiento armado y a las carencias de su propia organización. Por otra, a
la necesidad de causar el mayor quebranto posible al enemigo pero minimizando
las bajas entre los propios activistas. Diríase, por tanto, que el cálculo
táctico por parte de los grupos y redes que practican sistemáticamente el terrorismo
precede a cualquier pulsión fanática en la decisión de recurrir a los atentados
suicidas. Es decir, que los atentados suicidas constituyen antes una sopesada
estratagema terrorista de relativo bajo coste que un imperativo de la guerra
santa. Lo que resulta aún más evidente si se tienen en cuenta tanto la
periodización con que se llevan a cabo, en función de la situación política
regional o internacional, como incluso el hecho de que la exhibición de
mártires pertenecientes al propio bando adquiere luego gran importancia
propagandística.
Además
de muy letal, el terrorismo suicida resulta por lo común altamente
indiscriminado. Eso es algo que corresponde no sólo a la voluntad de homicidio
en masa sino también al empleo de esta singular táctica violenta. Reducir al
mínimo asumido de una, dos o quince las bajas propias y maximizar las pérdidas
infligidas al enemigo implica que en los atentados suicidas perezcan gentes de
toda edad y condición. A menudo, el número de víctimas es mayor entre
transeúntes e individuos circunstantes que entre personas asociadas con los
blancos elegidos por su especial significado. Eso sí, quienes nunca perecen autoinmolados son los emprendedores mismos de un terrorismo
inspirado en el fundamentalismo islámico, pese a que incitan a sus jóvenes y
devotos seguidores asegurándoles que para un musulmán no hay mayor honor ni
mejor recompensa que la experiencia del martirio. Pero ni los emires del
terrorismo ni sus allegados se tienen a sí mismos como carne de cañón para
materializar sus estrategias. Gestionan y administran la muerte de los demás,
pero no se suicidan. No parecen tener madera de mártir.
breve comentario al final:
¡ QUE ALGUIEN ME LO EXPLIQUE, POR FAVOR!
L.
B.-B
Reinares apunta al final de este artículo algo que siempre me
pareció inexplicable: si grupos como Hamás y la Yihad
se responsabilizan de asesinatos de inocentes, ¿cómo es posible que sus
dirigentes se muevan con impunidad total, aparezcan cotidianamente en los
medios, y nadie inicie ningún tipo de acción contra ellos? ¿Por qué, en lugar
de exigirles responsabilidades a sus inductores directos, se desvía la atención
hacia Arafat?
Es cierto que Arafat ha actuado con doblez e ineptitud, pero
los responsables directos de los asesinatos son los otros. ¿Qué pasa aquí?, ¿Por
qué el contundente Sharon parece concederles bula? ¿No
se atreve? ¿O es que no le interesa enfrentarse directamente a ellos? ¿Cuál es
el objetivo que persigue, exactamente?
Francamente, no consigo entenderlo. Es como si se supiera dónde
está Bin Laden y nadie
actuara contra él. ¿Es que tienen el apoyo de los países árabes? ¿De cuáles? ¿Es
que aún se cree posible una negociación y una tregua? ¿Es que tienen
legitimidad residual frente a la ocupación israelí? ¿Es que todavía existe
alguien que cree que están realizando una "guerra de liberación
nacional"? A mi me parece una guerra para
destruir a Israel, una guerra que pretende impedir cualquier proceso de paz que
no se oriente a ese objetivo. Por eso no lo entiendo. ¡Por favor, que alguien
me lo explique!