POR CATALUNYA Y LA LIBERTAD
Es insultante que la paz y convivencia de Catalunya sean ahora la consecuencia de que ETA asuma “solidariamente” el resultado electoral de ERC
Artículo de
MIQUEL ROCA I JUNYENT
en “La Vanguardia” del
20/02/2004
El momento
político reclama serenidad. Pero, en todo caso, para ponerla al servicio de un
ejercicio de responsabilidad; no simplemente para ganar tiempo ni tampoco para
desplazar el problema a otros escenarios. Lo que está ocurriendo en Catalunya es
una cuestión que afecta, ciertamente, a toda España; pero es, sobre todo y
fundamentalmente, un problema catalán, originado en Catalunya y por catalanes y
que por eso tiene que ser resuelto, en beneficio de Catalunya y en solidaridad
con la España democrática que, tanto como el que más –como mínimo–, contribuimos
a recuperar de la larga noche de la dictadura. Y que, también y como mínimo,
como el que más, hemos contribuido a construir en estos últimos veinticinco
años.
Nos ha costado mucho llegar hasta donde hemos llegado. No discuto si, además, se
quiere ir más lejos, que es una aspiración legítima que, afortunadamente, tiene
sus cauces democráticos por los que manifestarse. Para llegar hasta donde hemos
llegado hemos tenido que superar muchos obstáculos; los sacrificios y las
víctimas que se han dejado en el camino son muchas. Hemos tenido que luchar,
todos, mucho y en muchos campos. Pero, con todas las limitaciones e
insuficiencias que convendríamos en enumerar, Catalunya es hoy una gran realidad
de progreso y de libertad. Hemos preservado la identidad, cuando hubiera sido
muy fácil diluirla e incluso perderla; hemos creado una sociedad convivencial,
entre ciudadanos de muy distinto origen, protagonizando un proceso de
integración respetuosa que nos enorgullece a todos. Hemos creado progreso, hemos
ganado prestigio internacional para nuestras instituciones. Hemos sido un modelo
de referencia para la construcción política de la realidad plural –para nosotros
plurinacional– de la España democrática. Catalunya respetaba y se respetaba;
quizás no siempre nos sentíamos respetados, pero ni por esas queríamos dejar de
respetar.
El valor de la libertad es la divisa de Catalunya. Ahora, cada mañana, al
despertarnos hemos de agradecer a ETA que sigamos con vida. ETA, que nada tiene
que ver ni con la libertad ni con Catalunya, nos perdona la vida porque, lo que
califica como un “auge del independentismo” en las últimas elecciones
autonómicas, nos hace merecedores de su gracia asesina. La paz y la convivencia
de Catalunya ya no son el resultado de la voluntad de sus ciudadanos, son la
consecuencia de que ETA asume “solidariamente” y “esperanzadamente” el resultado
de ERC en aquellas elecciones. Esto no es sólo aberrante, es perverso, inicuo.
Es insultante para toda Catalunya.
Y es injusto para lo que ERC ha representado para la historia de Catalunya.
Ahora su voto, su legítima adhesión electoral, sería la expresión de un “voto
del miedo”. ETA nos recuerda que sólo el auge del independentismo está en el
origen de su gracia. Votar ERC nos garantizaría, pues, la continuidad de la
gracia; si, por el contrario, ERC retrocediera electoralmente, ETA recuperaría
su libertad para reactivar sus operaciones en Catalunya. ERC no se merece esto;
su voto es legítimo. Pero su error, o el del señor Carod, nos ha conducido a
esta situación. Quien, en todo caso, no se merece esto es Catalunya.
Quizás todo se origina en una absurda reivindicación sobre quien contribuyó a
desactivar Terra Lliure. No debe discutirse ni un ápice los méritos de los que
facilitaron aquella decisión. Pero el éxito, la causa profunda de aquella
desactivación, fue la voluntad del pueblo de Catalunya que, en ningún momento,
dudó no sólo en condenar los atentados de aquella organización, sino en
considerarla extraña y contraria a la propia manera de ser y del querer ser de
Catalunya. Aprendimos de la historia que la violencia no nos hacía más libres,
sino simplemente esclavos de los violentos. Nuestras armas eran y son la
convicción, la cohesión, la ambición y el diálogo.
Catalunya no puede ni debe ser una sucursal ni de Madrid ni del País Vasco.
Nuestro modelo es Catalunya; solidaria con el País Vasco y con el proyecto de la
España democrática que tenga el coraje de asumir los costes, pero también los
beneficios, de su pluralidad. Pero Catalunya no puede desviarse del camino de su
historia para aventurarse por otras vías que ni son las suyas ni sabemos adónde
conducen.
La ambición no nos obliga a cambiar de campo. Ni trasladar nuestros problemas a
escenarios que no son el nuestro. Nuestra fuerza es nuestra singularidad, no
nuestra frivolidad. Queremos ser internacionales del progreso y de la
convivencia, no del aventurismo ni la demagogia.
Explotar los sentimientos puede ser rentable electoral y coyunturalmente. La
historia del mundo está llena de estos éxitos; pero también de los costes que,
como país, se han tenido que pagar después por culpa de aquellas “alegrías”
irresponsables. Catalunya no seguirá este camino. Son muchos los que no lo
quieren. Y es emocionante comprobar cómo, desde la oposición, el presidente de
la Generalitat ha recibido apoyos incondicionales para superar esta crisis.
Esto también es nuestro hecho diferencial. Hacer de Catalunya algo que sobrepasa
el interés partidista y sectario. Pero que la envergadura de la crisis no nos
prive de la reflexión necesaria para examinar los errores que en el camino se
han cometido. De los de fuera, pero sobre todo de los nuestros. Nos
equivocaríamos en creer que todos los males nos vienen de fuera; aun aceptando
su importancia, los nuestros no son menos relevantes. Y, entre éstos, no mesurar
el alcance de la respuesta desproporcionada. Hemos hecho un largo y buen camino
como para echar por la borda –incluso por provocación– el bagaje que nos ha dado
reconocimiento y fuerza como país.
Puede ser que todo ello suene, para algunos, al mensaje nostálgico de una voz
que viene de un pasado que ya no es presente ni quiere ni puede tener futuro.
Puede ser. Pero el silencio podría ser la expresión de una comodidad, de una
cobardía o de una complicidad. Y esto sería mucho peor. Es preferible asumir el
reto de expresar la propia opinión, amparándose en la libertad que Catalunya nos
ha dado a todos sus ciudadanos. La libertad de la convicción, no la del miedo
que ETA nos propone.
Lo que hemos hecho a lo largo de tantos años, entre todos, valía la pena. Y
ahora vale la pena recordarlo para defenderlo. Por Catalunya y la libertad.