POLÍTICA OLIGOFRÉNICA
Por Ignacio SÁNCHEZ CÁMARA en “ABC” del 07/08/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
TENGO para
mí como la mejor de las formas políticas conocidas y realizables a la democracia
liberal. Y como la peor, inmediatamente después de los totalitarismos, a la
democracia demagógica. Si los primeros conducen al crimen de Estado como forma
de gobierno, ésta provoca una política deficiente mental, populista,
oligofrénica. Urge evitar que las democracias se deslicen desde sus formas
liberales a las corrupciones demagógicas.
El prototipo del político demagógico manifiesta tanto su simpatía y su afán de
no molestar a nadie y agradar a todos como una evidente propensión a la
indigencia intelectual. Acaso las dos cosas vayan siempre de la mano. Si los
intelectuales aspiraron en mala hora a mandar, los políticos les han replicado
con su correspondiente determinación de convertirse en intelectuales sin
inteligencia. Y así, nadie manda ni casi nadie busca la verdad. Se les puede
conocer por su tendencia a ocultar los problemas bajo palabras tan biensonantes
como carentes de significado genuino, más allá de su buena melodía popular.
Aspiran a derretir los cañones y las bombas con sonrisas y con el calor melifluo
del diálogo. También se les puede identificar por su apelación a los pobres y
marginados, aunque cobijados bajo las expresiones menos ofensivas de minorías y
desfavorecidos. No les importa que un poder duradero de los desheredados sea una
contradicción en los términos. No se puede ostentar el poder en nombre de los
sin poder. Quien tiene el poder es poderoso. Por estos pagos hay regiones en las
que se diría que llevan décadas gobernando los parias. No sabemos si los parias
de la tierra o si los desheredados de la inteligencia.
OTRA característica de la política oligofrénica y de sus artífices es la
carencia de proyectos políticos y un resignarse a ir resolviendo los conflictos
conforme van apareciendo. Gobernar no es prever y decidir, sino sobrevivir. El
político se convierte en un bombero que avizora atento el lugar donde se
declarará el próximo incendio. Y es natural. Para tener proyectos deberían tener
ideas. Y para tener ideas, es preciso pensarlas. Y para pensarlas, es
imprescindible el uso de las facultades mentales superiores. Justo las que tiene
deterioradas el buen oligofrénico. Es verdad que la política no nace de la
voluntad de ver las cosas claras, pero tampoco es imprescindible que nazca de la
confusión mental y del aborrecimiento de la inteligencia. La política del «buen
rollito» es la preferida de los Ejecutivos de la señorita Pepis. Y Cantinflas es
su maestro de retórica: un discurso que suena bien pero que no significa nada.
Al menos, la política deja de ser el imperio de la mentira, pues es imposible
mentir cuando no se dice nada.
LAS causas no están ocultas. Los políticos renuncian a dirigir y gobernar a las
masas para convertirse en los artífices de sus deseos, reales o aparentes. Y no
es lo peor que la política democrática halague a las masas, pues apenas es
evitable. Lo peor es que los intelectuales, o la mayoría de ellos, hayan imitado
a los políticos para convertirse en aduladores de un pueblo convertido en
depositario de la razón y de la verdad. El espectáculo de unos políticos
oligofrénicos es decepcionante. Pero el de unos intelectuales oligofrénicos es
insoportable. ¿Cómo será posible que las sociedades mejoren si la mayoría de sus
ciudadanos encarnan ya la sabiduría y la virtud? Una última pregunta: ¿cabe
decir de un político demagógico que gobierna verdaderamente, o más bien que es
gobernado por las masas?