INTEGRAR SIN ROMPER NINGÚN CÁNTARO MÁS
Aunque den lugar a situaciones distintas, las nuevas oleadas migratorias no amenazan a Catalunya ni son muy diferentes de las anteriores
Artículo de Jordi Solé Tura, Senador de la Entesa, en “El Periódico” del 06.06.2003
Algunos años atrás sonaron unos cuantos aldabonazos de
alarma porque, según se decía, Catalunya como nación estaba siendo amenazada por
las masas de inmigrantes. Ahora vuelven a sonar.
Leo que en un acto para fomentar el uso del catalán en los
comercios y los restaurantes, el presidente Pujol expresó su malestar por la
actitud de muchos camareros suramericanos que, según decía, no sólo no entendían
el catalán cuando se les pedía la carta, sino que a menudo rechazaban
ostensiblemente nuestra lengua. Pero al terminar el acto el representante de una
asociación ecuatoriana de Barcelona dijo que para los inmigrantes suramericanos
el problema principal era la igualdad de derechos y la estabilidad.
Los dos tenían razón en cuanto al momento, pero lo que de
verdad importa es cómo se van a fundir ambas cosas en una sola, sin romper
ningún cántaro más.
Cataluña no es, afortunadamente, una entidad
encerrada en sí misma, pero ha tenido coyunturas muy difíciles que a veces nos
han hecho pensar que sí lo somos. Basta recordar las grandes y pequeñas
efemérides del siglo XIX y del XX para ver que no somos un país de emigrantes
pero sí lo somos de inmigrantes. Basta ver los restos de las industrias textiles
del río Llobregat, con los cuarteles de trabajadores importados y las
iglesias y castillos de los propietarios para entender que de allí no salían los
catalanes en busca de otras tierras, aunque algunos se fuesen a buscar oro u
otras cosas en las Américas. Es suficiente recordar, también, la llegada masiva
de gentes de Andalucía, de Extremadura, de Castilla, de Murcia y otras tierras
en los años de la República y, sobre todo, después de la guerra y los tremendos
años del franquismo, para seguir entendiendo que Catalunya ha sido país de
mezcla y, por consiguiente, de adopción diversa.
Ahora lo volvemos a ser, pero con otras identidades, más
lejanas, más difíciles, pero igualmente aceptadas. Basta saber que en los
últimos años el número de inmigrantes en Catalunya ha aumentado sensiblemente y
que en enero pasado sólo en Barcelona ciudad ya se acercaba a los 165.000
empadronados. Más todavía: en estos últimos años se ha producido un cambio
fundamental entre los colectivos de la población inmigrada. Si después de las
inmigraciones internas se pasó a los africanos del norte y de la zona
subsahariana, con amplio predominio de los marroquís, ahora son grupos
latinoamericanos, especialmente de Ecuador y Colombia, sin olvidar la entrada de
gentes del este de Europa y otras zonas lejanas.
Esto va a dar lugar a situaciones muy distintas, pero que
no son muy alejadas en la forma y en el fondo de las de las inmigraciones
internas de los años anteriores y posteriores de nuestra espantosa guerra civil.
Cuando en Catalunya llegaron miles y miles de gentes de otras zonas de España el
problema fue el acercamiento entre las dos lenguas.
La mayoría de los jóvenes que llegaban aquí, bien en el
seno de las familias, bien por la busca personal de un trabajo, conectaron
pronto con otros jóvenes o con menos jóvenes pero con relaciones abiertas y se
integraron con ellos en los grandes entornos de Barcelona u otras partes de
Catalunya. Y aunque el catalán fuese prohibido durante la dictadura en todo lo
público, pudieron captar y almacenar una lengua que, en lo fundamental, no se
alejaba mucho de la suya propia, de modo que la gran mayoría de la juventud
llegó a manejar el castellano y el catalán con suficiente capacidad para
entenderse y relacionarse entre sí.
Afortunadamente, han pasado más de 25 años de la muerte
del dictador y la situación es muy diferente. Pero si hace 25 años buscábamos la
forma de alejarnos definitivamente del franquismo, hoy buscamos la forma de
evitar nuevas formas de autoritarismo y de abrir paso a las nuevas generaciones.
El mundo se mueve, millones de personas buscan formas de vivir más seguras y más
fáciles y es lógico que, entre estos millones, muchos miles llamen a nuestra
puerta. Por consiguiente, tenemos que abrir caminos y las puertas de cada ciudad
y cada país para que la diversidad de lenguas no sea un obstáculo para que
puedan comer y vivir millones de personas.
LA CUESTIÓN lingüística no se puede separar del
reconocimiento de los derechos y deberes de los inmigrantes. Por ello hay que
incrementar los recursos necesarios y poner en marcha campañas y esfuerzos
institucionales y sociales para que las dos lenguas, la catalana y la
castellana, sean conocidas y practicadas por las nuevas generaciones de
inmigrantes, especialmente los jóvenes. Pero sin dejar de lado a los inmigrantes
adultos, aunque su aprendizaje sea más difícil y más pasivo.