UNA AUTOPSIA POLÍTICA
Artículo de KENNETH W. STEIN en “La Vanguardia” del 11.05.2003
K. W. STEIN, profesor
de Historia de Oriente Medio y de Ciencia Política de la Universidad de Emory,
Atlanta, Estados Unidos
¿PODRÁN LOS regímenes
autocráticos reemplazar su tinglado interno por la devolución del poder al
ciudadano?
Deseo efectuar en estas líneas tres comentarios sobre la muerte del régimen de
Saddam Hussein.
Primero. El régimen de Saddam Hussein consiguió secuestrar la atención
internacional. Todos y cada uno de sus agentes de relaciones públicas pusieron
especial interés en lidiar con el problema suscitado por dos cuestiones
principales: ¿incurrió el régimen en una violación de las sanciones de las
Naciones Unidas relativas al armamento de destrucción masiva de modo y,
consiguientemente, Estados Unidos, debía hacer uso de la fuerza contra tal
régimen? ¿Cuál es la razón por la cual se prestó tan escasa atención a la
naturaleza cruel de este régimen? El petróleo es dinero: ambos sirvieron para
comprar generosamente un complaciente silencio.
Cada día se difunden nuevos documentos gráficos sobre el régimen de dos decenios
de terror y opresión de Saddam Hussein: aparecen cámaras de tortura y fosas
comunes, pruebas de una megalomanía narcisista y de un lujoso nivel de vida de
las elites mientras masas enteras vivían sumidas en la pobreza: dividendos del
petróleo y montones de dinero literalmente robados, matanzas por motivos
religiosos o étnicos sancionadas por el propio gobierno, humillaciones y
asesinatos utilizados como instrumento contra los rivales políticos internos,
desinformación a gran escala utilizada para incensar constantemente al gobierno
a cada ocasión propicia... ¿Y hemos de presenciar, pese a todo, cómo el
colectivo mundial de expertos legales, gente que protesta contra la guerra,
medios de comunicación de todo el mundo y defensores del mundo árabe piden a
voces que se aporte la prueba del “arma humeante”? ¿Dónde están –dicen– las
armas de destrucción masiva susceptibles de justificar la invasión de Iraq
liderada por británicos y norteamericanos?
¿Por qué los defensores de los derechos humanos en EE.UU. y Europa, y los
gobiernos de Bélgica, Francia y Rusia no calificaron de criminal de guerra a
Saddam Hussein a lo largo de todos estos años? ¿Por qué numerosos países de la
UE y Rusia guardaron silencio durante tanto tiempo sobre la crueldad de Saddam?
Los países de la UE necesitaban a la ONU –como el propio Saddam– para distintos
propósitos. Él utilizó a la ONU para distraer la atención sobre su régimen
dictatorial; muchos países europeos se hallaban interesados más bien en ejercer
un contrapeso del poder militar de EE.UU. por mediación de la ONU. Los
documentos hallados en Iraq revelarán –sin lugar a dudas– algunas “armas
humeantes”. ¿Cuáles fueron las relaciones que los países europeos y árabes, así
como empresas de numerosos países, mantuvieron discretamente con Iraq a fin de
enriquecerse –egoístamente– mediante operaciones comerciales mientras se
mostraban ciegos ante su brutalidad? Ha podido saberse que la CNN, para evitar
ser expulsada de Iraq, no informó de toda la verdad sobre el engañoso y falso
régimen iraquí. También Al Jezira actuó según criterios políticos al decidir
emitir de forma íntegra secuencias en directo donde se apreciaba cómo los
agentes iraquíes abatían a tiros a prisioneros norteamericanos. Los medios de
comunicación, empresas y países condescendientes con este régimen no se hallan
en condiciones de pretender que les motivan elevados criterios morales.
Encontremos o no cualquier vestigio de gas nervioso, ántrax o agente Vx, no cabe
exigir excusas por el empleo de la fuerza. El dictador cruel ha desaparecido.
Segundo. No se aprecian perspectivas de solución del conflicto palestino-israelí
merced a una paz verdadera entre un nuevo Estado de Palestina e Israel. Puede
articularse, sin embargo, una solución si Europa, EE.UU. y el mundo árabe
proceden de común acuerdo. A Israel le satisface en gran medida, por descontado,
que ya no penda sobre su cabeza una importante amenaza estratégica para su
propia existencia. ¿Se mostrarán los israelíes más inclinados a hacer
concesiones a los palestinos debido a un avance en tal situación estratégica? No
necesariamente.
Aunque la “hoja de ruta” que han propuesto la UE, la ONU, Rusia y EE.UU. para la
creación de un Estado palestino en el horizonte del año 2005 constituye una idea
excelente, presenta diversos inconvenientes e insuficiencias. La “hoja de ruta”
pretende acometer una solución del conflicto palestino-israelí, pero sin
resolver las más arduas cuestiones relativas a los asentamientos, el futuro de
Jerusalén y los refugiados palestinos. Las experiencias anteriores en el marco
de las negociaciones árabe-israelíes demuestran que es menester contar con
cuatro factores si se pretende alcanzar el éxito. Y, asimismo, con un nuevo
factor suplementario para que el conjunto funcione efectiva y adecuadamente.
Veamos.
a) Un respaldo inequívoco y sin restricciones de parte de los países árabes,
incluidas Arabia Saudí y Siria, para poner fin al conflicto con Israel.
b) Una disponibilidad israelí inequívoca para abandonar la mayoría de los
asentamientos de Cisjordania, junto con declaraciones y comportamientos asimismo
inequívocos de parte de los palestinos que establezcan que la violencia y la
lucha armada contra Israel han finalizado de una vez para siempre.
c) Un programa de ayuda económica superior a mil millones de dólares anuales,
por un periodo de diez años, destinado a los diversos capítulos del desarrollo
del Estado palestino en ciernes, aplicado con rigurosa observancia y según
criterios de total responsabilidad y transparencia.
d) Un compromiso sólido y pleno de parte de la presidencia de EE.UU. en el
sentido de seguir firmemente involucrada en la prosecución de un acuerdo o
tratado definitivo de no beligerancia.
Asimismo, y con carácter innovador en el marco de este próximo intento
negociador, cabe consignar la exigencia inmediata, dirigida a todos los países,
para que dejen de reunirse y de hablar con Yasser Arafat y, por el contrario,
alienten al recién nombrado primer ministro palestino, Abu Mazin. El realce de
su rango y categoría, atribuciones de gobierno y autoridad le capacitarán para
lograr contener a cierto número de militantes palestinos.
Tercero. El final del régimen de Saddam Hussein constituye el sexto cambio de
importancia en el panorama político de Oriente Medio de los últimos cien años.
Desde el punto de vista histórico, un rasgo común a todos los cambios cruciales
fue la creación, la protección o la articulación y definición internas de los
distintos estados de Oriente Medio. El siguiente paso resulta incierto, pero se
ha producido efectivamente un cambio estratégico.
La división europea de Oriente Medio en estados independientes en la Primera
Guerra Mundial –acometida de manera unilateral– contribuyó al desarrollo del
nacionalismo árabe. La creación de Israel en 1948 mostró asimismo que se daban
las condiciones para la existencia en Oriente Medio de un Estado basado en los
valores occidentales y de diferente confesión religiosa de sus países vecinos.
El viaje del presidente egipcio Anuar El Sadat a Jerusalén en 1977 y las
ulteriores negociaciones con Israel demostraron que los intereses nacionales
árabes de cada país excedían los intereses de una óptica panarabista. La caída
del sah y el ascenso de Jomeiny en Irán a finales de los años setenta constituyó
un experimento (no finalizado aún) que planteó la cuestión de si el islam –en su
dimensión política– tenía respuestas que no tuvieran los regímenes seculares. La
repulsa internacional contra la invasión de Kuwait por parte de Saddam Hussein
en 1991 –concretada en la coalición integrada por EE.UU., Europa y países
árabes– puso al descubierto tanto la incapacidad del Estado árabe para
protegerse a sí mismo como la necesidad de garantizar la integridad territorial
de las propias fronteras merced al concurso de potencias externas. En el 2003,
el derrocamiento de Saddam Hussein ha representado el cambio por la fuerza de un
repulsivo e indeseable proceder político. Ahora bien, la amenaza de futuros
cambios por la fuerza, ¿incitará a los regímenes autocráticos o autoritarios a
reformar sus métodos? ¿Serán capaces de reemplazar los descomunales tinglados de
seguridad internos sobre los que se sostienen por la devolución de la
responsabilidad y el poder al ciudadano corriente?
Los intelectuales y escritores árabes, después del 11-S, entreabrieron más
ampliamente las puertas del análisis y el examen, preguntándose la razón por la
cual no funcionan los regímenes árabes. Consecuencia de todo ello fue un
auténtico debate suscitado en el mundo árabe (después de la manifestación
inicial en el sentido de que el ataque contra EE.UU. había pretendido castigar a
este país por su omnipresente imperialismo cultural y sus decisiones en materia
de política exterior). Sin embargo, ¿qué se dice sobre los sistemas educativos y
los métodos de gobierno vigentes en el mundo árabe, que desaprueban todo cuanto
signifique desafío, reto y examen de las cuestiones? ¿Qué se dice sobre la falta
de diálogo franco y abierto entre gobernados y gobernantes que tantas veces ha
sofocado la expresión de la discrepancia o la disidencia política? En lugar de
inventar y difundir mentiras sobre la realidad, ¿por qué no reconocer los
errores cometidos para, acto seguido, adoptar medidas conducentes a resolver los
problemas? Los periódicos árabes, en una actitud que les honra, rebosan
actualmente de artículos de opinión que se plantean estas cuestiones entre otras
muchas. Lo cierto es que el debate político abierto y sincero es un indudable
elemento precursor de cambios.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa