¿QUÉ ES ESPAÑA?
Artículo de Juan VAN-HALEN en “La Razón” del 21/09/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
España es una vieja nación que en la Edad Media ya existía como idea, y la
empresa que afrontaron Fernando e Isabel no partía de cero, era una acumulación
histórica. Pero lo cierto es que, por encima de la propia Historia, de la
evidencia de los siglos, y sobre todo de la verdad, está sobre la mesa una
interrogación preocupante: ¿Qué es España? Obviamente resulta preocupante no por
el hecho de que la respuesta no esté meridianamente clara, ni porque quienes la
actualizan cuando llega la ocasión del río revuelto no sean conscientes de su
utilitarismo desde el mero ejercicio, simplísimo, de pasar por las amarillentas
páginas de la Historia una goma de borrar. La interrogación es preocupante
porque en sí supone un tiempo débil. En un momento histórico de convicciones, de
complicidades territoriales, de solidaridad, esa pregunta –¿qué es España?– no
se produciría. Sería, en todo caso, una reflexión entre intelectuales. Ha sido
Stanley Payne quien ha unido esta situación a «una cierta ausencia de conciencia
y de bagaje intelectual».
Los historiadores han apuntado que los nacionalismos, que son, sobre todo,
los que han alzado la interrogación sobre el ser de España, se apuntalaron en el
desastre del 98, y se alimentaron más tarde en el régimen centralista de Franco.
Desde luego fue estúpida la gestión de la crisis del 98, con unos políticos
errados y unos militares ciegos, y un pueblo que recibía informaciones falsas
sobre la realidad del poder militar español. Pero precisamente el desastre
hubiera sido momento para la unidad. Los nacionalismos incipientes pisaron el
acelerador, sencillamente inventándose la Historia y, en el caso vasco, el poder
de la raza. En cuanto al centralismo del régimen de Franco, los nacionalismos no
tenían justificación alguna para identificar ese centralismo desbordado con el
ser de España olvidando un milenio de Historia común. La encomiable moderación
de todos en la transición dio paso a la Constitución vigente. La Constitución
que ahora algunos quieren licenciar.
Y ésa es la cuestión. Se han radicalizado los nacionalismos. En el País
Vasco, en Cataluña y en menor grado en Galicia, los partidos nacionalistas han
creído que era su momento, percibiendo la debilidad aparente de algo que no es
ni debe ser virtual, sino real: el concepto de España, lo que fue, lo que es, lo
que será; esa acumulación histórica. ¿Qué es España? Es una interrogación con
trampa. Y lo más preocupante es el imparable deslizamiento del socialismo, que
lleva la «E» de español en su nombre, en un camino que puede llegar a un punto
de no retorno en el que haber dicho sí a todo resulte fatal.
¿Qué se necesitaría en este momento difícil? Liderazgo, fortaleza y voluntad;
e ideas claras. Y es, desgraciadamente, lo que no hay. En Cataluña, el
tripartito fue la primera muestra del menú socialista. En el País Vasco lo había
sido antes el Plan Ibarreche, con división de opiniones en el socialismo vasco.
Y, al fondo, aquellos cafés compartidos en Perpignan por dirigentes etarras y el
gurú del radicalismo nacionalista catalán, Carod Rovira. El socialismo entraba
entonces en las arenas movedizas de preferir poder a ideología y, sobre todo, a
coherencia. Después del 14 de marzo el socialismo se ha aposentado en esas
arenas movedizas, y hace «pic-nic» en ellas como quien no sabe que puede ser
engullido por el terreno cuando menos lo espere.
Desde el obvio respeto al veredicto de las urnas del 14 de marzo, pero
reconociendo, como la mayoría de los analistas del mundo, la repercusión del
atentado del 11 de marzo en el electorado, lo cierto es que una criminal acción
terrorista foránea contribuía a alejar del poder al partido que más daño había
hecho, desde la ley, al terrorismo autóctono, y situaba en el poder al partido
que ya entonces era apoyado en Cataluña, y al formar Gobierno sería apoyado en
Madrid, por quienes habían compartido café con terroristas y proclamaban la
quiebra de la unidad española. Mientras, los nacionalismos con trayectoria
moderada se radicalizan por la propia debilidad del Gobierno, que consideran
terreno favorable para exigencias antes impensables.
En un momento tan delicado como éste haría falta liderazgo nacional, claridad
de ideas, rigor de diagnóstico y voluntad de poner todo ello al servicio de la
España de todos; sin miedo, sin debilidades. Y con una rigurosa valoración de
las afirmaciones que se hagan sobre la reforma de la Constitución que, a veces,
tanto por su ambigüedad como por sus sucesivas rectificaciones de matiz, tienen
lecturas territoriales de alto riesgo. Acuerdos de mera supervivencia política
con quienes públicamente han manifestado que no creen en España y quieren su
desguace no garantizan un futuro de todos y para todos. El profesor Schaub,
relevante hispanista francés, se extrañaba este verano de que la palabra
«España» se hubiese convertido en un tabú, en un concepto innombrable. «Eso
–decía– no ocurre en Francia ni en Gran Bretaña». Tampoco en esas naciones se
preguntan qué son. Ni en Italia, con unidad nacional mucho más reciente.
Nos conformamos con un liderazgo que lo sea, cuyo titular se lo crea, tenga
ideas claras, voluntad, coherencia, y que sepa dónde están las arenas movedizas
y no haga «pic-nic» en ellas. Un liderazgo para la nación en un tiempo difícil.
Capaz de ser una referencia nacional para la gran mayoría de los ciudadanos, le
hayan votado o no. Creo que las invocaciones al talante, la sonrisa perenne, las
rectificaciones, no garantizan ese liderazgo nacional. Por el bien de esa España
plural y unida querría equivocarme. Pero no tengo muchas esperanzas.