BIENVENIDO,
MITZNA
Artículo
de Mario
Vargas Llosa en
"El País" del 24-11-02
Con un breve comentario al final (L. B.-B.)
Para
los amigos de Israel -entre los que me cuento- que hemos seguido con creciente
espanto la política seguida en estos últimos diecinueve meses por el Gobierno
presidido por Ariel Sharon, ha sido una bocanada de esperanza la noticia de la
elección de Amram Mitzna,
el exitoso alcalde de Haifa, como el nuevo líder del Partido Laborista, que
disputará con el Likud, actualmente en el poder, las
elecciones fijadas para el próximo 28 enero.
El
nuevo dirigente laborista, que no está contaminado por la alianza que una
fracción mayoritaria de su partido forjó con el Gobierno de Sharon, propone, si
gana las elecciones, reabrir de inmediato las negociaciones de paz con los
palestinos, retirar a las tropas y desmantelar los asentamiento israelíes de la
Franja de Gaza y Cisjordania, y admitir, como precio de la coexistencia con el
adversario tradicional, la división de Jerusalén y la creación de un Estado
Palestino.
Aunque
algunas voces solitarias, como la del ex canciller israelí Shlomo
Ben Ami se habían pronunciado en este sentido, en
contra de la opinión de su propio partido, da la impresión de que, por fin, con
la victoria de Amran Mitzna
sobre Benjamin Ben-Eliezer, la sensatez y el
pragmatismo vuelven a prevalecer en la dirección laborista, luego de año y
medio de casi total enfeudamiento y subordinación de
este partido a la política extremista, xenófoba y, a la postre,
auto-destructiva en la que Ariel Sharon precipitó a Israel desde su malhadado y
provocador paseo por la explanada de las mezquitas que hizo estallar la nueva
Intifada. Ella sigue hasta nuestros días regando el Medio Oriente de cadáveres
y escombros y prácticamente ha cancelado el proceso pacificador iniciado en
Oslo por Rabin y Arafat.
A
nadie debe desmoralizar la noticia de que, en estos momentos, las encuestas
pronostican una fácil victoria del Likud sobre el
Laborismo en las elecciones del próximo enero. Lo cierto es que, hasta ahora,
el electorado israelí no tenía alternativa, pues, debido a la lamentable
abdicación del Partido Laborista, la única opción que se le ofrecía era la de
la guerra sin cuartel a los palestinos en que funda toda su política Ariel
Sharon. La excusa esgrimida por los dirigentes laboristas para integrar la
coalición de Gobierno -que, desde el interior, ejercerían una influencia
moderadora- no funcionó en absoluto. Por el contrario; al cumplir, en el Gobierno
extremista, una mera función de comparsas, los laboristas se desprestigiaron y
dejaron el campo libre a un Likud exacerbado y
sectario para promocionar su rechazo de los acuerdos de paz, tan laboriosamente
concertados en Oslo, desatar una ofensiva militar cruel, desproporcionada y
contraproducente contra el pueblo palestino como si todo él, sin matices ni
excepciones, fuera responsable de los atentados terroristas que han llenado de
horror y de sufrimiento las ciudades de Israel.
Estos
atentados de las organizaciones extremistas palestinas, hay que recordarlo, han
alcanzado una violencia demencial, con las matanzas ciegas a civiles inermes en
tiendas, cafés, discotecas, ómnibus, sembrando el pánico en todos los hogares
israelíes y exasperando muy explicablemente a una sociedad que se siente
infiltrada por bandas de asesinos y expuesta a ser asesinada a mansalva. Pero,
a la vez que los atentados suicidas deben ser condenados como los
injustificables crímenes de lesa humanidad que son, es también preciso
preguntarse si ellos no resultan la consecuencia inevitable de una política
como la del Gobierno de Sharon, que, de entrada, cierra todas las puertas a la
negociación, y castiga a la población civil palestina con verdadera ferocidad
después de cada atentado, como si toda ella fuera colectivamente responsable de
los actos de terror. ¿Qué otra respuesta posible cabe esperar de los palestinos
ante una política que los hace a todos ellos solidariamente culpables de los
asesinatos de israelíes, y les bombardea sus viviendas, ocupa sus ciudades,
deporta a sus vecinos y practica los asesinatos selectivos? Esta política no
tiene posibilidad alguna de triunfar, porque, pese a todo su poderío, el
Ejército israelí no conseguirá nunca golpear e intimidar a los palestinos hasta
imponerles la fórmula unilateral que el propio Sharon tiene de lo que deberían
ser los acuerdos de paz. Esta política sólo puede atizar el odio recíproco y
mantener la monstruosa carnicería de palestinos e israelíes indefinidamente.
Es
posible, que, ahora que sí tiene una alternativa, el electorado israelí que
apoyó de manera tan resuelta a Rabin y a Peres cuando tuvieron el coraje de firmar los acuerdos de
paz, deje de apoyar una política de intransigencia y violencia que no ha hecho
avanzar un ápice la seguridad ni la paz, sino que ha exacerbado la tensión
entre las dos comunidades hasta romper toda forma de diálogo entre ellas, a la
vez que se multiplicaba el terrorismo e Israel, a consecuencia de la
inseguridad y la guerra, se veía sumida en una crisis social y económica de
graves consecuencias sobre el futuro del país. No es imposible que en estas
circunstancias, muchos votantes israelíes escuchen el llamado de la moderación
y el realismo que ha llevado a la dirección del partido al alcalde Amran Mitzna, con 16 puntos de
ventaja sobre su adversario, Benjamin Ben-Eliezer,
que fue ministro de Defensa -¡nada menos!- de Ariel Sharon.
Un
retorno al poder del laborismo es, desde mi punto de vista, la única luz al
fondo de ese túnel en que el Likud ha sumido a Israel
desde hace diecinueve meses. Porque, aunque parezca mentira, dentro del propio Likud, la alternativa a Ariel Sharon es la de un ultra
todavía más extremista y enloquecido, el ex premier Benjamin
Netanyahu, quien en su afán de recuperar el poder jugando la carta del
apocalipsis, promete, de entrada, como acción inicial de su eventual Gobierno,
secuestrar a Arafat y expulsarlo de Palestina. ¿Por qué no asesinarlo,
simplemente?
Amram
Mitzna no tiene experiencia parlamentaria ni ha
ocupado cargos en el Gobierno central, pero esas credenciales, con lo que viene
pasando en las altas esferas del poder en Israel, en vez de perjudicarlo más
bien lo favorecen. Y pueden despertar, en el lado palestino, una mejor disposi
ción al diálogo y al entendimiento. Ha
sido un magnífico alcalde de Haifa durante nueve años, y ha sabido ganarse, en
esta ciudad donde hay una vasta comunidad árabe-israelí, no sólo las simpatías
de los judíos inmigrantes y los religiosos, sino también la de los votantes
palestinos. Ésta es, sin duda, una excelente carta de presentación para quienes
aspiran a que Israel viva algún día en paz con sus inevitables vecinos.
Y
debería ser una garantía, asimismo, para los israelíes ansiosos de alcanzar por
fin la siempre huidiza seguridad, que el nuevo líder del partido Laborista sea
uno de los ex-oficiales del Ejército israelí más condecorado en acciones de
guerra. En 1967, cuando dirigía una unidad artillada, fue herido tres veces en
una misma batalla. Desde esa época lleva barba: fue una promesa, hecha con un
grupo de compañeros de armas, de no volverse a afeitar hasta que Israel no
sellara una paz definitiva con los árabes.
Hasta
que ese día llegue, Israel vivirá al borde del abismo y con un macabro signo de
interrogación sobre su futuro. No importa que su Ejército sea uno de los más
poderosos y eficientes ni que su estrecha relación con los Estados Unidos le
asegure una extraordinaria infraestructura logística y un formidable apoyo
económico. No fueron los fusiles ni los dólares los que hicieron posible la
extraordinaria epopeya de los pioneros sionistas que, a base de indecibles
sacrificios, coraje, trabajo e idealismo, construyeron un país moderno y
democrático en un desierto estéril y humedecido de la sangre que vertieron en
él muchos siglos de satrapías y despotismos. Esos pioneros llegaron a aquella
miserable provincia del imperio otomano que era Palestina con las manos
abiertas hacia los árabes y con una voluntad de paz y coexistencia que dio a
Israel una valencia moral sobre la intransigencia y violencia de sus enemigos,
algo que ahora, por la ceguera nacionalista y dogmática que personifican
políticos como Ariel Sharon y Benjamin Netanyahu, ha
perdido casi totalmente, al extremo de que cada vez se extiende más por el
mundo la idea que sus enemigos han acuñado de él: la de una potencia
colonizadora que prolonga, en nuestros días, la vieja tradición imperialista de
Occidente.
Esto
último tampoco es verdad, por lo menos no lo es todavía. Para que no lo sea
tampoco en el futuro es imprescindible que llegue a su ocaso de una vez la hora
de Ariel Sharon y comience cuanto antes la de Amram Mitzna.
BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)
¡Alerta y no caigamos de nuevo en la ingenuidad! ¡Analicemos bien
los mimbres del cesto, a fin de no repetir errores de nuevo!
Llama la atención el que en este artículo se atribuye la
responsabilidad de lo mal que van las cosas al Likud,
y a los errores del partido Laborista por colaborar con aquél. Pero, ¿por qué
los israelíes votaron a Sharon en un determinado momento, como representante de
una política de firmeza frente a los palestinos?
Si no se contempla toda la situación se queda uno en la superficie
y yerra en el análisis. Claro que parece a primera vista escandaloso ver a un
Ejército potente desplegándose por la franja de Gaza frente a un enemigo que
contesta con piedras, pero esto sólo se ha producido después de que los
acuerdos de Oslo, de paz por territorios han fracasado permanentemente, y
después de múltiples atentados terroristas que provocan al pueblo israelí. ¿Y
por qué han fracasado? Porque en los momentos críticos los fanáticos de ambos
bandos han paralizado el proceso de paz, mediante atentados brutales contra la
única política que podría acabar con el conflicto. Los principales culpables
son los fundamentalistas islámicos, que pretenden acabar con el Estado de
Israel, y los fundamentalistas judíos, que pretenden ocupar para Israel toda
Palestina. Ambos son los enemigos a neutralizar.
Pero existen también unos responsables secundarios: Arafat ha
permitido a los grupos fundamentalistas armarse y controlar la situación en los
momentos críticos, desestabilizando todo el proceso. El Likud
y sus sectores más derechistas ---Netanyahu, mientras era
Presidente del Gobierno, en primer lugar--- han permitido a los fundamentalistas
judíos continuar o acelerar los asentamientos, invalidando en la práctica de
los hechos consumados el proceso de paz ---"a más paz menos
territorios", podría ser el lema descriptivo de la realidad en largos
períodos del proceso--- y desautorizando con ello a los palestinos negociadores
y partidarios de la paz y la convivencia con Israel.
De manera que, repito, no caigamos en la ingenuidad: sin
neutralización de los fundamentalistas la paz no es posible, por lo que esta
neutralización constituye el primer objetivo a conseguir. Y para ello hay que
reconstruir las fuerzas de seguridad palestinas y conseguir que a su frente se
sitúen aquellos que son partidarios claros del proceso de paz, y no un falso
líder sin criterio, vacilante y que, como afirmaba Mitzna
estos días, nunca se ha sacado el pistolón del cinto ---¡menos
mal!, parece que Mitzna no está dispuesto a volver a
caer en la trampa---.
Pero además, se debería intentar que al frente de los
israelíes haya alguien que sepa imponer rumbo a la situación, frenando a los
fundamentalistas propios, negociando con los palestinos desde una situación
controlada, y reanudando el proceso de paz una vez que el terrorismo sea
reducido hasta niveles aceptables. Lo que no se puede es incurrir en el error ingenuo
de pensar que abandonando los territorios ocupados y acelerando la creación de
un Estado palestino, sin más condiciones, se va a salir del bloqueo. Al
contrario, eso sería dar más medios a los partidarios de acabar con Israel, que
nunca estarán satisfechos hasta conseguir este objetivo.
Así que, ¿cómo se rompe este círculo vicioso de violencia
retroalimentada? Lo ideal, en mi opinión, sería una victoria en las elecciones
de un partido laborista con un liderazgo firme ---no un "palomo"---
que vaya iniciando el reenderezamiento de la
situación, fomentando el fortalecimiento de los palestinos laicos y moderados;
que paralice los asentamientos e incluso comience a desmontarlos; que
contribuya al restablecimiento de unas fuerzas de seguridad palestinas que
luchen firmemente contra los fundamentalistas, desarmándolos y controlándolos;
que, en síntesis, restaure la visión de un horizonte político de negociación y
paz para la constitución de dos Estados que sean capaces de convivir. Lo que no
se puede aceptar, y en esto sí que tiene razón Netanyahu, es la creación de un
Estado terrorista palestino al lado de Israel. No se puede ceder el terreno
ante el acoso fundamentalista, pues eso llevaría a su fortalecimiento, a la
derrota definitiva de los palestinos laicos y moderados y a una situación mucho
más peligrosa que la actual.
Pero, ¿y si los laboristas no ganan las elecciones, sino el Likud de Sharon? A mi juicio, en este caso, toda la
comunidad internacional debería emplearse a fondo ---y en primer lugar EEUU---
para conseguir que Sharon se modere y contenga, se distancie de la extrema
derecha, y haga la política que debería hacer el Laborismo, pues es la
única viable. Y la comunidad internacional debería presionar igualmente a los
países árabes a fin de conseguir frenar al terrorismo de las organizaciones
fundamentalistas y fortalecer a los palestinos laicos y moderados. Y si el
laborismo tuviera que volver a entrar en un gobierno hegemonizado por la
derecha, debería poner condiciones muy claras y concretas para ello.
En fin, el romper este círculo de descomposición retroalimentada es
muy difícil, pero todo el mundo debe ser consciente de que este ya no es un
conflicto local, sino que las consecuencias de su desenvolvimiento serán de
gran trascendecia para la situación de todo Oriente
Próximo, para la evolución del conjunto del mundo islámico y para la derrota
del terrorismo global y del fundamentalismo en general.