BIENVENIDO AL EJE
Artículo de José Antonio VERA en “La Razón” del 01/05/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
No es que me parezca mal que entremos en el Eje. Eso era lo normal después de
haber salido corriendo de la coalición aliada. Lo que no me parece muy
comprensible es que todo se tenga que hacer deprisa, a toda máquina,
atropelladamente, como si no hubiera horas ni días por delante, como si sólo
tuvieran un mes para gobernar, como si se les fuese a terminar la legislatura la
próxima semana y hubiese que acudir al decreto ley por falta de tiempo material
para debatir con talante y con diálogo todo lo que en buena lógica habría que
debatir antes de decidir. Y, hombre, en cualquier caso, hay formas de entrar en
el Eje. Aquí lo primero que tiene que hacer alguien es explicar cómo hemos
entrado, qué hemos ganado, a qué hemos renunciado. Parece que, en principio,
hemos renunciado a Niza, al poder que nos otorgó Niza, al papel de nación cuasi
grande que conseguimos en la Europa de Niza, a la capacidad de bloqueo con los
pequeños que teníamos con los veintisiete puntos de Niza. A eso hemos
renunciado, y no me escandalizo, porque Niza no es la Biblia, ni siquiera el
Corán, ni tampoco el Torá. Niza fue un muy buen acuerdo para España, que nos
situaba en el núcleo de cabeza de Europa, con capacidad y fuerza para decidir
junto a los grandes de Europa. Y ahora nos vamos de Niza. Bien, es verdad que
Niza tenía fecha de caducidad y que el futuro está en la Constitución europea
más que en Niza. Pero alguien tendría que explicar si hemos negociado bien o no
el abrazo con Chirac, el apretón de manos con Schröder, la doble mayoría que nos
ofrecen y la pancarta de «bienvenido al eje» con la que nos han agasajado.
La doble mayoría no está mal, la verdad, porque por primera vez en la Unión
se tendrá en cuenta el peso directo de la población a la hora de tomar las
decisiones en el Consejo de Ministros de la UE. Es un sistema que beneficia
especialmente a Alemania (82 millones de habitantes, con el 17 por ciento de la
población total de la UE), y menos a Francia, que deja de tener el mismo peso en
votos que Alemania. España pierde poder en las decisiones, pero bien negociada,
la doble mayoría (acuerdos tomados por una mayoría de países que representan a
una mayoría de la población) es equiparable al poder de bloqueo de Niza, aunque
el sistema sea mucho más engorroso. Lo que no sabemos, porque de momento nadie
lo ha dicho, es si la doble mayoría la hemos negociado o simplemente hemos
aceptado lo que nos ponían sobre la mesa, que era bastante poco, por cierto. En
este último supuesto, habría que concluir que no estamos ante una buena
decisión. Y no lo es porque, aunque no lo queramos ver, Francia y Alemania han
negociado mucho y cada una de ellas ha obtenido sus ventajas. Alemania, más
votos que nadie en función de su población, cosa hasta cierto punto justa. Y
Francia, una organización institucional de Europa dentro del marco de la Europa
de las Naciones, que es lo que quería. Tiene su explicación. Cuando en la Cumbre
de Laeken de 2001 los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión se plantearon la
necesidad de reformar las instituciones para amoldarlas a la Europa de los 25
que hoy nace con casi 500 millones de ciudadanos, se decidió formar una
convención con ciento cinco nombres de hombres y mujeres que, presididos por
Giscard, debían alumbrar el primer proyecto de Constitución europea. En los
debates se produjo la división de siempre entre federalistas (europeístas
partidarios de la Europa de los ciudadanos, representada por un gobierno europeo
democrático designado por el Parlamento), y los soberanistas (partidarios de la
Europa de los Estados nación de siempre, con las prerrogativas de siempre para
Inglaterra, Francia, Alemania y los demás). Alemania era partidaria de la Europa
federal de los ciudadanos. Francia, de la Europa de los Estados nación. Al final
se pusieron de acuerdo en torno al híbrido de la doble mayoría, que incluye por
vez primera el criterio poblacional en la toma de decisiones, que favorece a
Alemania, pero conserva la organización territorial de la Europa de las
Naciones, propugnada por Francia.
Personalmente creo que el futuro de Europa está en formar una comunidad
política supranacional que esté por encima de los intereses territoriales. O
sea, la Europa de los ciudadanos, una Europa federal que elija a sus
representantes para que éstos a su vez elijan a su gobierno, que debería tomar
decisiones para toda Europa, en todos los ámbitos, incluida la defensa y las
relaciones exteriores, como ocurre hoy en los Estados Unidos. Pero es evidente
que aún no estamos preparados para eso. Y está claro que mientras prevalezcan
los intereses de los estados nación y de sus jefes de estado y jefes de
gobierno, hay que negociar en Europa desde el punto de vista de los intereses
territoriales. Es decir, hay que negociar en función de los intereses de España,
y negociar bien para que no nos tomen el pelo como hace una semana ocurrió con
la política agraria. Por eso me preocupa que nuestra entrada en el Eje haya
podido ser a cambio de nada. A cambio de los veinte millones de limosna que nos
dio a última hora el comisario Fishler. A cambio de del abrazo de Chirac y el
apretón de manos de Schröder. Algo que está bien. Aunque estaría mejor que no
nos engañaran. Porque si es verdad que no hay que fiarse mucho de los americanos
y de los ingleses, de éstos del Eje franco alemán, no digo nada. En fin.