EE.UU. Y LOS
ASENTAMIENTOS JUDÍOS
Artículo de ABRAHAM B. YEHOSHUA en “La Vanguardia” del 31.05.2003
ABRAHAM B. YEHOSHUA, escritor israelí e inspirador del
movimiento Paz Ahora.
Para la mayoría
de los israelíes es una estupidez haber establecido esos asentamientos que
producen muerte y gasto al Estado.
El proceso de
paz en oriente medio Los colonos israelíes representan un gran obstáculo para la
“hoja de ruta”
Reconozco que en los últimos meses opté deliberadamente por no escribir sobre la
situación en Oriente Medio. La guerra de Iraq, la rápida e impresionante
victoria de los norteamericanos, el tremendo caos que ahora presenta la zona
tras la guerra, la esperanza engañosa de la “hoja de ruta” de Bush, el
nombramiento de Abu Mazen como primer ministro palestino y la nueva ola de
atentados que lo han seguido, la no desmantelación de asentamientos y puestos
militares israelíes en territorio palestino...
En fin, todo eso produjo en mí no solamente confusión –algo a lo que ya estoy
acostumbrado–, sino, sobre todo, un profundo cansancio. Y es que ya tengo 66
años y, desde que nací y especialmente a partir de 1967, vivo y participo de
este conflicto interminable, al que ni los más optimistas le ven solución ni
siquiera a largo plazo.
Es verdad que a lo largo de la historia otros pueblos han vivido guerras
durísimas, pero después de un tiempo se acabaron y todo volvió a la calma. En
los años 90 hubo una cruenta guerra en una Yugoslavia que se estaba
desmoronando, pero un día la guerra terminó. En Chipre fuimos testigos de
conflictos sangrientos durante años, pero en los últimos treinta años todo está
tranquilo. El apartheid en Sudáfrica parecía invencible, pero aun así se acabó
con él. La guerra en Vietnam fue horrible y duró unos diez años, pero ahora
vemos un Vietnam reunificado, próspero y en paz. En el siglo XX hubo guerras que
duraron cinco, diez años, y si nos remontamos a otros tiempos encontramos
guerras de treinta y cien años.
Pero nosotros, aquí, en Oriente Medio, estamos inmersos en un conflicto que
empezó hace más de 125 años y al que no se le ve fin. Es cierto que también en
Irlanda del Norte se prolonga el conflicto y que en ocasiones se producen
crueles atentados, pero allí no hay bombas atómicas, armamento biológico ni
locos kamikazes. Por otro lado, lo curioso es que el conflicto entre israelíes y
palestinos parece sencillo de solucionar, ya que todo el mundo sabe lo que hay
que hacer para ello; en cambio, se presenta como un conflicto tremendamente
complicado. Así que, ¿hasta cuándo puede uno repetir una y otra vez lo mismo?
Hace poco me preguntaban qué opinaba sobre el comportamiento de Arafat
últimamente, si era capaz de entenderlo. Miren: eso es una misión imposible que
sobrepasa la capacidad de un ser humano normal y corriente. Sobre Arafat se han
escrito innumerables biografías. Los mejores expertos en política y seguridad
han intentado llegar al fondo de este personaje y predecir así sus próximos
pasos, pero todos han fracasado en el intento. Aparentemente, Arafat es un
hombre anciano y débil al que su familia ha abandonado, alguien que ha perdido
el poder, que está cercado y aislado en su pequeña oficina, rodeado de tanques
israelíes, a sólo diez kilómetros de la oficina de su gran y poderoso enemigo:
Ariel Sharon. Además, le rodea una sociedad palestina destruida, cansada y
sitiada. Aun así, este “rais” tiene una fuerza sobrehumana para sobrevivir
personalmente, además de una capacidad para actuar política y militarmente, y
con ello aumentar el caos que reina en Oriente Medio.
Como me reconozco incapaz de entender la conducta y la personalidad de Arafat,
prefiero plantear otro asunto: el de los asentamientos de colonos, con el fin de
darles un buen consejo a los norteamericanos.
Sin duda, la derrota de Saddam Hussein ha resultado ser rápida y eficaz. Pero
esta guerra no se parece en nada a la guerra del Golfo del año 1991. En aquella
ocasión los norteamericanos liberaron Kuwait y regresaron a casa, pero ahora,
tras la victoria, piensan quedarse por un tiempo en Iraq para poner en práctica
un ambicioso plan de reconstrucción. Eso implica una relación con el mundo árabe
de la zona. La oposición a la guerra contra Iraq en el mundo occidental fue
importante, pero con todo quizás resultó algo mitigada por el odio que todos, en
el fondo de su corazón, sentían hacia Saddam Hussein y su régimen asesino. Pero
entre derribar una dictadura e instaurar un régimen democrático hay un largo
trecho lleno de obstáculos y peligros, y creo, por otra parte, que toda persona
con mentalidad democrática desea que los norteamericanos logren superar todos
los obstáculos que se encuentren en el camino que lleve la democracia a Iraq.
El conflicto entre israelíes y palestinos no es el mayor escollo con el que se
pueden encontrar los norteamericanos, pero sin duda es el que despierta una
mayor sensibilidad. En todo el mundo árabe se tiene una profunda conciencia de
este conflicto tan prolongado y sangriento. El hecho de que los palestinos
lleven varias generaciones con estatus de refugiados en muchos países árabes
sigue encendiendo la llama del odio hacia Israel, además del enfado con Estados
Unidos por no hacer lo que está en su mano y acabar de una vez por todas con
este conflicto y crear el tan prometido Estado palestino.
No obstante, es cierto que el fin de este conflicto no depende sólo de Israel ni
tampoco de Estados Unidos. También depende de que los palestinos reconozcan
verdaderamente la absoluta legitimidad del Estado judío y su derecho a tener
garantizada su seguridad frente a atentados terroristas o ataques militares de
países árabes. Y, además, también depende de que se mantenga con firmeza el
principio por el cual las fronteras de 1967 son las únicas fronteras reconocidas
por toda la comunidad internacional para ser las que delimiten las líneas
definitivas que marquen la separación entre Israel y el Estado palestino.
Estados Unidos está tratando de alentar el proceso de democratización en la
Autoridad Nacional Palestina. Intenta influir para que crezca la moderación, y
el nombramiento de Abu Mazen como primer ministro al lado de Arafat supone un
paso acertado, aun siendo pequeño. Sin embargo, Mazen no podrá convencer a la
sociedad palestina de que abandone los atentados suicidas si no le muestra a su
pueblo un primer signo claro de esperanza, es decir, que los norteamericanos se
proponen en serio crear un Estado palestino.
La única esperanza, auténtica y efectiva, que puede demostrar a los palestinos
que los norteamericanos se lo están tomando en serio es ver cómo obligan a
Israel, incluso en este primer estadio, a desmantelar todos los puestos
militares “ilegales” (para seguir la terminología que emplea el propio Israel)
que se han establecido en Cisjordania y varios asentamientos de colonos
dispersos en pleno corazón de los territorios palestinos y que tanto dolor están
causando. Y todo esto antes de que se produzca una retirada del Ejército
israelí, algo que se hará, tal y como cree la mayoría de los israelíes,
solamente cuando haya un acuerdo mutuo y se demuestre claramente que el nuevo
Gobierno palestino lucha de verdad contra el terrorismo.
No hay herida más dolorosa para los palestinos que esos asentamientos dispersos
dentro de su territorio, y para la mayor parte de los israelíes es una auténtica
estupidez haber establecido esos asentamientos y puestos militares sin sentido
alguno y que sólo producen muerte y ponen en peligro a los colonos y a los
soldados que los protegen, amén de suponer un enorme gasto para el Estado.
Del mismo modo que los palestinos son incapaces de detener a los kamikazes y
esperan que sea una fuerza externa la que lo haga, los israelíes esperan que
ocurra algo parecido para que desaparezcan los asentamientos. La construcción de
los asentamientos de colonos es inmoral, no es necesaria en absoluto para la
seguridad del país, es ineficaz desde el punto de vista demográfico y despierta
enorme odio y hostilidad entre los palestinos, pero parece haberse convertido en
una especie de droga para los israelíes. Todos saben que esa droga es peligrosa
y tremendamente dañina, pero no tienen fuerza para desengancharse de ella.
Algunas veces, personas muy respetables y que están convencidas de que los
asentamientos están de más me dicen: “¿Qué podemos hacer? Es una imposición del
destino y no habrá fuerza en el mundo que pueda eliminarlos”. Y es que muchos
israelíes miran los asentamientos como si fuesen un drogadicto que no cree que
puede dejar la droga. Incluso personas de derechas que votaron a Sharon repiten
–si bien no siempre con sinceridad– que es cierto que los asentamientos son
inútiles y absurdos, pero que sólo los norteamericanos son capaces de obligar a
los colonos a irse de allí. Me parece que también muchos palestinos piensan que
los atentados suicidas no conducen a nada y que sólo empeoran la situación, pero
ninguno cree que se pueda acabar con los kamikazes a través de un acuerdo
interno, sino únicamente con la intervención del exterior.
Estados Unidos justificó la guerra contra Iraq alegando que, si se hacía un
referéndum libre en Iraq para preguntarles si querían que alguien los ayudase a
liberarse del tirano de Hussein, la mayoría diría que sí. Pues bien, si en
Israel se hiciera eso mismo, pero en secreto, y se les preguntase si desean que
Estados Unidos presione a Israel para que desmantele los asentamientos de
colonos, la mayoría votaría que sí. En definitiva, actuaría igual que un
drogadicto que en ocasiones reza para que venga alguienque le obligue por la
fuerza a empezar a desengancharse.
Para presionar a Israel no es necesario que venga ni un solo soldado
norteamericano ni hace falta un disparo. Ni siquiera es necesario entrar en un
conflicto diplomático con Israel, aliado y amigo de Estados Unidos. Basta con
que en secreto amenace a Israel con dejar de ofrecerle algún tipo de ayuda
especialmente importante para el país, o con insinuarle que ya no le apoyará en
foros diplomáticos internacionales. Eso basta para que Israel reaccione, algo
que alegraría a los países occidentales y a muchos israelíes y judíos en todo el
mundo. Y lo más importante: daría una verdadera esperanza a los palestinos, que
ahora sí creerían que la paz es posible y que los norteamericanos pretenden
realmente que la “hoja de ruta” se aplique.
Durante más de un siglo vivieron en Argelia cerca de un millón de franceses. Con
su esfuerzo y trabajo fueron adquiriendo bienes y construyeron allí su hogar,
pero cuando Argelia se independizó se vieron obligados a dejarlo todo y a
emigrar a la madre patria, a Francia. Y allí tuvieron que rehacer su vida. Sin
embargo, los colonos judíos que viven en los territorios palestinos están a 10 o
15 kilómetros de Israel. La mayoría trabaja en Israel. Incluso muchos todavía
tienen casa allí. La mayor parte se fue a vivir a los territorios como mucho
hace diez o veinticinco años, y en total no llegan a ser más de 200.000
personas. Excepto algunos fanáticos, la mayoría volvería a Israel si recibiera
una adecuada indemnización.
En resumen: el drogadicto no es tan peligroso ni es tan dura la droga a la que
está enganchado. Pero, aun así, le cuesta dejarla y lo cierto es que las
consecuencias de esta drogadicción pueden ser muy peligrosas.
Si Estados Unidos desea el bien de Israel, debe adoptar el papel de padre y
ayudar a que su amado hijo salga de la droga. Si quiere restablecer entre los
palestinos la confianza en Israel, debe hacer lo que he dicho. Será algo que
todos le agradeceremos.
Traducción: Sonia de Pedro